La forma del agua (The Shape of Water), el director mexicano Guillermo Del Toro ha demostrado, una vez más, que el cine fantástico y de ciencia ficción es capaz de articular un discurso ideológico y social coherente y estimulante.
Esta producción, nominada a 13 premios Óscar, es sobre la injusticia y la violencia que han caracterizado el accionar de más de un ser humano desde el origen de nuestra especie supuestamente superior al resto de las que pueblan la Tierra.
El romance entre una tierna aseadora muda, Elisa Esposito (Sally Hawkins), y un misterioso anfibio (Doug Jones) esclavo, evidencia cómo nos especializamos en discriminar y marginar a los demás por su raza, sus ideas, su color de piel, su procedencia, su clase social y económica, su nivel educativo, su religión o por su orientación sexual.
Este thriller, que ocurre en medio de la Guerra Fría entre Estados Unidos y la extinta Unión Soviética, denuncia también los daños que causan a la colectividad el machismo, el racismo, la homofobia y la xenofobia.
Por eso, La forma del agua es un buen ejemplo de un cine de ideas, porque es un espacio fílmico que lleva a pensar a los espectadores y su principal motivo es ser un alegato a favor de respetar las diferencias.
Porque el argumento de La forma del agua plantea que somos distintos, y a la par, que somos iguales. La historia de amor entre un hombre anfibio y una humana deja claro que todos tenemos mucho en común: que cada uno de nosotros amamos, cantamos, soñamos, bailamos, lloramos, pensamos, sentimos... Que todos somos capaces de sentir admiración, afecto, euforia, gratitud, satisfacción y agrado.
Aunque a simple vista parece una película más sobre seres mitológicos, La forma del agua es una profunda y perfecta metáfora sobre las relaciones interraciales que trastocan los modelos establecidos de una sociedad muchas veces conservadora, timorata, rígida y que le da pánico enfrentarse al criterio ajeno, como los representa el temible personaje de Richard Strickland (Michael Shannon) en La forma del agua.
POR LA DIGNIDAD HUMANA
La forma del agua, de Guillermo del Toro, el pintor Giles (Richard Jenkins), quien en sus labores de publicidad es reemplazado por la moderna fotografía, y Zelda Fuller (Octavia Spencer), quien debe sortear una élite blanca que la discrimina por ser pobre, afroamericana y mujer, no solo aprenden a convivir entre sí, sino que también saben que nadie está por encima de nadie y por eso y otros motivos ayudan a Elisa Esposito (Sally Hawkins) en sus planes de salvar a su amado de las manos de Richard Strickland (Michael Shannon), representante de esos grupos extremistas, fanáticos, intransigentes y reaccionarios que con frecuencia llegan al poder.
Los Richard Strickland del planeta etiquetan y califican de monstruos a los que son distintos al modelo establecido por las élites.
Por eso, Guillermo del Toro, desde Hellboy (2004\2008), El laberinto del fauno (2006) al El espinazo del diablo (2001), establece una certeza: los verdaderos monstruos no son aquellos que vienen de Marte o de las profundidades del mar, sino los seres humanos porque somos la única especie que odia, margina, humilla y desprecia a los demás.
Al mismo tiempo, los Richard Strickland son dados a lo superficial y a lo vacío. Pueden tener un automóvil de lujo, una casa confortable, una esposa e hijos que lo adoran, pero son incapaces de ser felices y detestan que otros lo sean. Es todo un símbolo los dedos que el propio cuerpo de Richard Strickland expulsa, porque su propio organismo está en un estado de podredumbre y descomposición.
MAESTRÍA
La forma del agua es revolucionaria dentro de un género cinematográfico que un sector del público piensa que solo se trata de efectos especiales, explosiones y ruido, porque le recuerda al espectador que los terrores, los prejuicios y la ignorancia no se combaten con armas ni indiferencias, ni con ataques verbales sino con diálogos, equidad, comprensión, responsabilidad, amor, amistad y educación.
De allí que es un producto libertario y valiente, todo un emblema de un séptimo arte inteligente, de esos que promueven la ruptura de los esquemas estáticos.
Esto lo consigue Guillermo del Toro sin dejar de ser vanguardista y moderno en su propuesta, porque combina a la perfección el género musical con el thriller, el fantástico con el drama social, sin olvidar que en sí misma La forma del agua es un homenaje al cine de monstruos de los años 1940 y 1950, es además una loa a los cinéfilos y todo eso lo logra el creador latinoamericano con una fábula romántica ambientada en la década de 1960.
Guillermo del Toro alcanza con La forma del agua su nivel más alto en su carrera artística. Demuestra pericia, madurez y dominio en esta obra maestra y lo hace con una mirada propia, con un estilo que ha hecho suyo, al brindar películas fácilmente indentificables, algo que pocos cineastas contemporáneos de Hollywood han logrado, como sus colegas Quentin Tarantino, Tim Burton y los hermanos Cohen, entre otros.
La forma del agua invita a la reflexión y a la práctica de valores. Plantea que todos tenemos derechos y deberes. Que la convivencia no se reduce a un sistema determinado por los pocos que mandan y por los muchos que obedecen. Que la fuerza y la estupidez no pueden derrocar a la razón y al conocimiento. Que el bien debe someter a la maldad, para variar. Por eso es trasgresora en el mejor sentido de la palabra.
La coherente y armónica película de Guillermo del Toro promueve una sociedad pluralista, democrática, igualitaria, y sobre todo, humana.