Con las exigencias territoriales de Polonia como excusa, a mediados de 1939 Adolf Hitler (1889-1945) da inicio a la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) y utilizó como intención de motivos el devolverle al pueblo alemán lo que llamó el “espacio vital en el este”.
Gran Bretaña ingresa pronto al conflicto bélico para hacerle frente al avance imparable de Hitler, quien en 1940 intentó doblegar al país por la vía aérea, lo que no pudo ocurrir por ser los alemanes inferiores en el aire, más unas condiciones meteorológicas que no les acompañaron y la determinación de un hombre que no le tuvo miedo a la adversidad.
Hitler estaba acostumbrado a que los líderes de los países enemigos fueran cayendo uno a uno, pero apareció en el panorama internacional la figura de Winston Churchill, quien el 10 de mayo de 1940 sucedió a Arthur Neville Chamberlain (1869-1940) como primer ministro del Reino Unido.
Winston Churchill (1874-1965) decidió mirar a los ojos, sin temor, al fiero III Reich.
Este personaje conservador, dado a fumar, comer y a tomar licor a cualquier hora del día y de la noche, entre 1929 y 1939 denunció los planes malvados que tenía Hitler para Europa, pero un sector de la clase dominante de su país no le hizo el menor de los casos.
Si bien los bombardeos aéreos alemanes deseaban doblegar a Gran Bretaña en 1940, Churchill y la familia real decidieron ser la cara de la resistencia contra el avance de los nazis.
A pesar de los éxitos militares de Hitler, Churchill dejó clara su posición a la población civil británica: “prefiero ver Londres en ruina que mancillada por una servidumbre innoble”, aunque, tras escena, un sector de los políticos y empresarios le pedían entablar un diálogo de paz y rendición con Alemania para evitar un enfrentamiento más directo y sangriento, a lo que Churchill siempre se opuso porque lo suyo era liberar a Europa.
Ese es el marco histórico en la que se desarrolla el drama biográfico Las horas más oscuras (Darkest Hour, 2017, Reino Unido), del director Joe Wright.
LA TORMENTA DE LA GUERRA
La presión de Adolfo Hitler contra Inglaterra en 1940, con constantes ataques aéreos a la isla, buscaba que el imperio se doblegara ante la presencia avasalladora de los nazis, aunque el liderazgo de Winston Churchill y la fortaleza de su pueblo pudieron más que las bombas.
Ese episodio de la Segunda Guerra Mundial es el epicentro del drama bélico, político e histórico Las horas más oscuras (Darkest Hour, 2017, Reino Unido), del realizador Joe Wright.
Este largometraje recibió seis nominaciones al premio Óscar: película, actor principal (Gary Oldman), fotografía (Bruno Delbonnel), diseño de producción (Sarah Greenwood, Katie Spencer) y vestuario (Jacqueline Durran) y maquillaje (Kazuhiro Tsuji, David Malinowski y Lucy Sibbick).
Joe Wright, cuyos puntos más elevados son sus dramas románticos Expiación, más allá de la pasión (2007) y Orgullo y prejuicio (2005), ofrece una biografía audiovisual sobre los primeros días en el poder de Winston Churchill (un inmenso Gary Oldman) y lleva a cabo esta empresa con un tinte heróico que sostiene en las postrimerías del filme.
ALTIBAJOS
Las horas más oscuras es el típico largometraje que sobresale por el potente personaje que retrata y por el calibre del intérprete que entra en su alma.
Porque fuera de estudiar, con algunas cuotas de propaganda, el decisivo desempeño de una figura con luces y sombras como lo fue Winston Churchill, quien fue primer ministro británico durante la Segunda Guerra Mundial y más allá del soberbio trabajo hecho por el gran actor que es Gary Oldman, Las horas más oscuras tiene un valor menor si se le compara con las otras ocho películas que este año aspiran a quedarse con la estatuilla dorada en la categoría de mejor película.
Las horas más oscuras es la más rutinaria y convencional de este grupo de aspirantes al Óscar. No quiero ser mal interpretado, no es una película ínfima, es que pierde fuerzas en su primer tramo si se le compara con las otras competidoras de la categoría mejor película.
Las horas más oscuras no tiene la poesía crítica y existencial de La forma del agua, de Guillermo del Toro, ni la lírica experimental antibélica de Dunkerque, de Christopher Nolan (la derrota en Dunkerque el 4 de junio de 1940 con la que Las horas más oscuras guarda más de un paralelismo histórico), ni la irreverencia cínica de la libertaria Lady Bird, de Greta Gerwig, ni el magnetismo de The Post, de Steven Spielberg, ni el brutal alegato contra las fallas del sistema de justicia de Tres anuncios en las afueras, de Martin McDonagh.
Ni supera ese estudio sobre los estragos de la pasión y el amor que es El hilo invisible, de Paul Thomas Anderson, ni tampoco posee el preciosismo tierno de Llámame por tu nombre, de Luca Guadagnino, ni el sentido trasgresor de Déjame salir, de Jordan Peele, que usa y deshace las reglas del terror y del thriller psicológico para denunciar el racismo y la marginación.
A Las horas más oscuras le falta un director con un dominio completo de las sombras y las luces que hay en torno de todo acto bélico, donde nunca hay ganadores, porque todos son perdedores, incluso los que se alzan con la victoria, algo que en esta ocasión se le salió, de forma parcial, de las manos a Joe Wright.
¿Por qué le pasó esto a Joe Wright? Porque en Atonement (2007) se basó en una soberbia novela de Ian McEwan y en Pride and Prejudice (2005) tuvo a su favor a un clásico literario firmado por Jane Austen. Es débil el guion original de Anthony McCarten, el que careció del suficiente sentido de humor refinado y que debió ser más incisivo e ingenioso en sus planteamientos.
Porque el texto de Las horas más oscuras está más concentrado en dar una lección de historia sin sobresaltos, que tomar la misión de entender los aciertos y los tropiezos de todas las partes en un conflicto.
A veces pasa que el guion abarca mucho y alcanza poco. Y eso que Anthony McCarten narra un período bastante corto y concreto: de mayo a junio de 1940.
Joe Wright no pudo lograr al 100% lo que sí hicieron a plenitud sus colegas Christopher Nolan con Dunkerque y Steven Spielberg con The Post: manejar un hecho real conocido y contarlo como si fuera algo nuevo, inédito, recién descubierto.
Casi al final del segundo acto, cuando se registra la visita sorpresa de Winston Churchill al tren subterráneo de Londres y se pone en contacto con el pueblo, es cuando la película tomó un rumbo nuevo y provechoso. Entonces se alza con el vigor que en su principio casi carecía por completo.
Es como si fueran dos películas distintas las del inicio y la que estaba cerca de su desenlace. En el tercer acto la trama, el actor y el personaje salvan el pellejo a ese guion al que le falta más garra. Es cuando toman más importancia los temas centrales de Las horas más oscuras: que las tiranías pueden ser eliminadas, que flaquear es de cobardes y dejarse subyugar por el verdugo es la verdadera derrota, mientras que enfrentarlo, aunque se corra el riesgo de perder, es el más alto sentido de vencer.