X-Men: Apocalypse: los mutantes no se superan a sí mismos

X-Men: Apocalypse: los mutantes no se superan a sí mismos
X-Men: Apocalypse: los mutantes no se superan a sí mismos


Los X-Men tienen una deuda grande con Bryan Singer. Este director sentó las bases de una franquicia cinematográfica que ha tenido más momentos de luz que de oscuridad.

Su talento ha estado presente cuando esta saga de la Marvel ha logrado cuotas elevadas: guionista y director de X-Men (2000); director y productor ejecutivo de X2: X-Men United (2003); guionista y productor de X-Men: First Class (2011) y director y productor de X-Men: Days of Future Past (2014).

Aunque este cineasta, proveniente del cine independiente, no es infalible al 100% cuando está detrás de la cámara, ya que conoce también la derrota con títulos como Jack the Giant Slayer (2013) y Superman Returns (2006).

A esta lista de caídas audiovisuales hay que incluir la reciente X-Men: Apocalypse (2016), donde tuvo control total al ser guionista, director y productor.

Tampoco es que X-Men: Apocalypse esté en el subsuelo donde reina a sus anchas Batman vs Superman: Dawn of Justice (2016), de Zack Snyder, aunque sin duda está muy por debajo de la recomendable Captain America: Civil War (2016), de Anthony y Joe Russo.

Digamos que X-Men: Apocalypse está en el punto medio entre la mediocridad de una y la excelencia de la otra.

De allí que Chris Nashawaty, de Entertainment Weekly (Estados Unidos) señala que “Apocalypse no es mala. Pero es una película que contiene demasiadas cosas, excepto las que deberían importar: novedad, creatividad y diversión”.

PERSONAJES

Es emocionante que este nuevo capítulo de los X-Men ofrezca más personajes al estilo de The Avengers (2012 y 2015), de Joss Whedon y la más reciente entrega del Capitán América, al introducir a Psylocke (Olivia Munn) y Júbilo (Lana Condor), entre otros tantos.

No contentos, esto también nos brinda más caras nuevas, aunque representen a personajes que hemos visto en el pasado.

Como pasa con Cíclope, que en la trilogía anterior fue responsabilidad de James Marsden y en esta ocasión la misión recae en Tye Sheridan.

Storm, de la que se hizo cargo con solvencia Halle Berry, ahora la conocemos de joven en la piel de una insípida Alexandra Shipp.

O Nightcrawler, que en el pasado lo hizo con esmero Alan Cumming y en esta ocasión el turno pasó a las manos de un tibio Kodi Smit-McPhee.

Mientras que los actores más veteranos dan la impresión de estar cansados de participar de este proyecto: Jennifer Lawrence, James McAvoy, Michael Fassbender y Hugh Jackman, aunque sin duda sí son felices cuando reciben sus millonarios salarios por ser mutantes.

RECURSO TELEVISIVO

En tanto, Jean Grey, que antes fue responsabilidad de Famke Janssen, ahora la encarna Sophie Turner, quien a su vez es más que famosa gracias a la interesante serie de televisión Juego de Tronos, en la que es la maltratada Sansa Stark, aunque en esta temporada demuestra tener mucho más brío, pero quizás lo es porque tiene lejos al sádico Ramsay Bolton y tiene cerca a miles de salvajes.

Se trata de un recurso que en términos de producción es una idea solvente, pero no sé si funciona a la larga eso de reclutar a un actor popular por su labor en la pantalla chica y así atraer a ese público de la televisión al cine, como ya ocurrió en X-Men: Days of Future Past, cuando participó Peter Dinklage (el audaz y liberal Tyrion Lannister en Game of Thrones) como el Dr. Bolívar Trask.

ESTORBO

Aunque es un plus a favor de la platea ver tanta variedad de figuras de acción al mismo tiempo, a la par es un estorbo en X-Men: Apocalypse, ya que colabora a que sobresalga la confusión.

No es como en Los Vengadores y en El Capitán América: Guerra Civil, en las que cada personaje, aunque no sean los principales, tienen sus momentos cumbres y sus parlamentos excelentes.

Por eso, Tom Huddleston, del Time Out (Reino Unido) señala que esta producción está “sobrecargada con referencias para los superfanes, la nueva película de X-Men se olvida de ser original o emocionante. No hay secuencias de acción memorables y el guión es un sinsentido”.

Tampoco le da fluidez a la narrativa que el director Bryan Singer deba invertir tanto metraje en presentarnos a los futuros inquilinos del colegio del Doctor Xavier, así como sus miedos, sus complejos y su pasado.

Además, después de media docena de X-Men cinematográficos, ¿qué novedad representa volver a ofrecernos los dilemas de chicos especiales que son rechazados en sus colegios, y que desconocen que sus “defectos” son en el fondo dones que después ayudarán a los demás?

Tener tantas capas secundarias no coordinadas le resta lógica al guion de Simon Kinberg y Bryan Singer, pues demora la llegada de la acción y las batallas finales de rigor.

La única razón para tanto desvío es que sirva este argumento para abonar las siguientes películas de los personajes de X-Men: la más cercana de ellas sería otra de Wolverine, de James Mangold, programada para marzo de 2017.

EL CHICO MALO

Tampoco colabora mucho el villano (por más que Óscar Isaac le da dimensión inmerso en esa enorme cantidad de maquillaje que lleva encima), responsabilidad que ahora recae en Apocalipsis, el que se considera el primer mutante de la historia de la humanidad y que es tan viejo como los 5 mil años que tiene el antiguo Egipto.

Vuelve a confirmarse que Óscar Isaac es el actor más versátil y completo de su generación, pues combina con notas relevantes, papeles en pequeñas películas como personajes en los largometrajes más icónicos del lado industrial de Hollywood.

Ya lo comentó Alonso Duralde, en The Wrap (Estados Unidos), Bryan Singer “descubre un nuevo poder mutante: la monotonía. Sin un villano interesante para mantener la historia a flote, esta aventura de los mutantes falla a la hora de enganchar”.

TRAMA DESDIBUJADA

Si X-Men: Days of Future Past ocurre durante la nefasta presidencia del estadounidense Richard Nixon, X-Men: Apocalipsis se desarrolla durante el conservador y bélico mandato de Ronald Reagan.

Este gobernante, que de joven fue un pésimo actor y uno de los que más apoyó al senador Joseph Raymond McCarthy durante la terrible cacería de brujas, es recordado en la diplomacia mundial como el inquilino de la Casa Blanca que quiso sembrar “la paz mediante la fuerza”, sin dejar de lado que bombardeó Libia, entre otros destinos, e incrementó en un 35% los gastos de defensa de la unión americana, en deterioro de los programas de educación y cultura, entre otras “hazañas” políticas inolvidables.

Visto así, Ronald Reagan, sin tener la habilidad de absorber los dones de otros mutantes como sí puede Apocalipsis, inspira más miedo que el malvado y gigante azul púrpura de este capítulo de X-Men, cuya actitud bravucona me recuerda a ese otro malvado cuestionable como fue Kylo Ren en la también deslucida Star Wars. Episode VII: The Force Awakens (2015), de J.J. Abrams.

Incluso es desperdiciado en la trama, como telón de fondo, que Alemania todavía sigue dividida en dos, y también pierden la ocasión de profundizar en la Guerra Fría, la pelea a pulso entre Estados Unidos y la Unión Soviética, que a su vez trajo consigo la paranoia que en cualquier instante volaríamos por los aires por culpa de que alguno de los bandos rivales dejaría en libertad sus respectivas bombas atómicas.

Quizás ocurra que las películas de superhéroes, para obtener respetabilidad y que no las acusen de simples películas exageradas de desastres, han querido ser cada vez más serias y conectadas con los tiempos modernos, y de paso, reales para la audiencia no tan fan de los cómic, que cuando X-Men: Apocalipsis se concentra mucho en plantear hechos propios del género de la fantasía, la primera reacción mía sea el rechazo.

A lo mejor será que ya la saga no sabe cómo volver a plantear los eternos debates de los cómics de la Marvel: el enfrentamiento entre el mal contra el bien, la venganza como mecanismo de justicia y que sus héroes tienen poderes que para ellos son una carga y una condena, aunque estos les permiten ayudar a los seres humanos, normales y mortales, que muchas veces los marginan y los atacan.

Si esto último es cierto, es una tristeza, pues más de un cómic colaboró a promover los derechos civiles durante la convulsionada década de 1960, cuando la sociedad civil se manifestó en contra de la guerra y a favor del amor, que proponía romper las cadenas del racismo y el machismo.

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