Con 'Los ocho odiosos', Quentin Tarantino ha perdido el toque

Con 'Los ocho odiosos', Quentin Tarantino ha perdido el toque


Los ocho odiosos (The Hateful Eight) es la primera película de Quentin Tarantino que no me gusta a plenitud.

En términos de texto es brillante en casi su totalidad. En cuanto a su puesta en escena, es interesante en buena parte de su metraje.

Aunque sus sombras más evidentes aparecen cuando no encuentro justificación para que dure tres horas y siete minutos.

Iniciemos por sus aciertos.

Tarantino tiene como sello propio que es un estudioso del cine. Sus películas, y esta no es la excepción, son el reflejo de sus horas y horas de ver filmes de todas las latitudes, estilos y épocas, ya sea cine noir, largometrajes de acción y peleas de Hong Kong, wésterns italianos y un extenso etcétera.

Por eso, una de sus fortalezas es su capacidad de crear una producción resplandeciente, que tenga ramificaciones y la apariencia de pertenecer al pasado. Es decir, Tarantino maneja el discurso postmoderno con una destreza infrecuente en un Hollywood tan dado a la copia y tan alejado a los homenajes bien hechos.

Las influencias de John Ford, tan presente en la muy superior Django desencadenado (2012), están en la primera hora de Los ocho odiosos, en particular, en su apertura.

Ese aire majestuoso de Ford se deja ver en esas escenas de planos abiertos de montañas nevadas, de una diligencia que trata de ir más rápido que una tormenta que puede sepultarla, en ese mensaje de que la fuerza de la naturaleza es tan o más imprevista que el alma humana, como lo planteó tantas veces don John en sus filmes.

Tanto Los ocho odiosos como Django desencadenado también son herederas de ese wéstern renegado y hoy tan preciado, que es el spaghetti wéstern.

De allí que no es gratuito ni es casualidad que la banda sonora de estas dos producciones estén a cargo de Ennio Morricone (nominado al Óscar por este trabajo), responsable de música de películas inolvidables como Por un puñado de dólares, Érase una vez América y El bueno, el malo y el feo, entre otras.

Tampoco es casualidad que la rodara en 70 milímetros y bajo el marco de Ultra Panavisión (tan usado especialmente entre las décadas de 1950 y 1960), una dupleta que le permite a Tarantino y al director de fotografía Oscar Robert Richardson (nominado al Óscar por sus labores) brindarnos una fotografía clásica y rica en tonalidades, en particular compuesta por colores densos.

En este renglón a Tarantino y a Richardson los supera la película que en más de una manera guarda vinculación con Los ocho odiososEl Renacido.

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TIEMPO HISTÓRICO

Quentin Tarantino, como ya hizo con la Segunda Guerra Mundial de la mano de la fabulosa Bastardos sin gloria (Inglourious Basterds, 2009), utiliza un tiempo histórico específico, no para respetarlo, sino para moldearlo a su antojo y necesidades.

Uno intuye que Los ocho odiosos ocurre unos cuantos años después de la Guerra Civil estadounidense o de secesión.

Este ambiente de posguerra le permite a Tarantino volver sobre temas políticos, económicos y sociales tan urgentes de resolver entre los años 1861 y 1865 como en el ahora: intolerancia, venganza, desconfianza hacia el otro, racismo, pobreza, libertad, igualdad, y la falta de las libertades civiles.

El wéstern tradicional, salvo en casos contados, trataba el tema del racismo, la tolerancia, la sana convivencia y la desigualdad social.

Muchos lustros más tarde aparecerían las películas del oeste de corte revisionista, de las que Los ocho odiosos se siente heredera.

De ese período, haciendo hincapié en los spaghetti wésterns, son los personajes de Los ocho odiosos, así como sus comportamientos tan peculiares. Más de uno de esos hombres y dama es como si ya hubieran salido en cualquier largometraje dirigido por Sergio Leone y protagonizado por Clint Eastwood.

En cuanto al título, es una clara alusión a Los siete magníficos (1960), de John Sturges.



EL OTRO JOHN

Lo sorprendente es que Los ocho odiosos tiene otro referente: La cosa, un filme de culto de la ciencia ficción del reverenciado John Carpenter.

¿Qué tiene que ver un ente extraño con los tipejos antipáticos, iracundos y dados a matar a sus semejantes de Los ocho odiosos?

Que todos, como ese ser extraño y de origen desconocido, conviven en la nieve. Cada uno, a su manera, además se transforma o deja ver quién es realmente en el tercer acto.

Mientras llega el desenlace, todos los seres de La cosa y Los ocho odiosos guardan uno o más secretos sobre quiénes son y por qué se comportan de tal manera.

Otra unidad es que cada uno de ellos se mueve en una atmósfera marcada por la paranoia, donde nadie confía en su semejante.

Ah, los dos filmes tienen como protagonista a Kurt Russell.

RISAS BRUTALES

Como siempre, para que no tomen demasiado en serio sus planteamientos, Quentin Tarantino vuelve a usar el slapstick, ese tipo de comedia ruda, física, de chistes brutales, de contacto, como si por instantes sus personajes pertenecieran a una película de Charlie Chaplin o Harold Lloyd.

Si en Los siete magníficos está la crema y nata del cine de acción y aventuras (Yul Brynner, Steve McQueen, Charles Bronson, Eli Wallach, James Coburn y Robert Vaughn), en Los ocho odiosos de Tarantino están encarnados por Kurt Russell, Jennifer Jason Leigh, Samuel L. Jackson, Bruce Dern, Tim Roth, Michael Madsen, Walton Goggins y Demian Bichir.

Mientras que los mercenarios de John Sturges terminan inclinándose por los más desvalidos en Los siete magníficos, los de Quentin son despreciables, egoístas, vaya, la pregunta es quién es más calaña y tramposo entre ellos, sin ánimos de rescatar a alguien ni son dueños de sueños de ser héroes.

Por ejemplo, con toda franqueza y alevosía, Tarantino provoca a la audiencia con la delincuente interpretada por la versátil Jennifer Jason Leigh (nominada a un Óscar), pues de frente ofrece planteamientos que parecieran misóginos.

DESEMPEÑO

En cuanto al trabajo con los intérpretes, se anota una buena calificación, como cabe esperar siempre con Tarantino.

Ya compartió set de grabación en el pasado con Russell en Death Proof y RothMadsen participaron en Reservoir Dogs, y Samuel L. Jackson, bueno, él es para Tarantino lo que Johnny Depp es para Tim Burton y Robert De Niro (y más reciente Leonardo DiCaprio) para Martin Scorsese: es su alter ego.

De todos, Jackson elabora un personaje tan pletórico en matices y giros que solo se le iguala su Jules Winnfield de Pulp Fiction (1994). Y el menos talentoso es Roth, que parece una patética copia del Christoph Waltz de Django desencadenado.



SUS DEBILIDADES

Ahora lo desagradable de Los ocho odiosos.

Hay virtudes que parecen defectos. Quentin Tarantino maneja tantos temas y propuestas que atiborra al espectador, algo que sus fanes agradecemos y sus detractores detestan con toda su alma.

En Los ocho odiosos pasa un poco lo contrario.

Sí, maneja ideas bien estructuradas, pero no las suficientes como para que den la cara por su extenso argumento.

Aunque su historia se esfuerza por ser atrayente en todo momento, Tarantino no termina de alcanzar su acostumbrada genialidad en sus diálogos, aunque unos cuantos son perfectos.

En tanto, si le quitas su normal narración laberíntica y sus saltos en el tiempo, la trama dejaría en evidencia su descarada sencillez.

Por otro lado, se registró un desigual manejo del espacio físico. El problema no es que la primera parte de la película ocurra casi exclusivamente a lo interno de una diligencia, y que el segundo y tercer acto se desarrollen por completo en una casa.

Allí está una película como La habitación (The Room), la mitad de su argumento se da en un espacio igualmente claustrofóbico, pero en este filme irlandés hay más agilidad, es menos acartonada que la danza obligada en la que intervienen los hombres y mujeres que pueblan esta cinta del amigo Quentin.

Quizás el espacio se puso en su contra porque su propuesta, defectuosa, era brindarnos algo cercano al teatro que se graba para televisión, lo que no es un escollo en sí, allí está Wim Wenders con Pina (2011), que reconcilió al cine con la danza.

Tarantino no sabe qué más poner a hacer a sus personajes en el establecimiento de Minnie, quienes están reunidos, aparentemente, debido a una tormenta de nieve que pronto azotará esos lares: van a la chimenea, preparan y toman café, tocan el piano, se toman sus tragos, se pelean y van de una esquina a la otra del inmueble como si fuera un cuadrilátero y una cárcel al mismo tiempo, y esas coreografías no son suficientes para que uno no experimente cierto hastío.

Tarantino, para darle cierto rigor a la violencia que irá desatando en los últimos 30 minutos de su película, usa los recursos de los culpables, de las dudas, de sospechosas alianzas, de encuentros maliciosos, de tensos conflictos, como si estuviéramos al frente de una adaptación cinematográfica de una novela de la popular Agatha Christie.

Salvo que en Los ocho odiosos el detective belga Hércules Poirot, creado por Christie, pasa a ser un tipo de lenguaje soez, de temperamento violento y de comportamiento excesivo, ya que a veces Tarantino lo convierte en un despiadado cazador de recompensas, en otras en un sheriff petulante, y en la mayoría de las ocasiones como un miembro de una pandilla de forajidos con sed de venganza.

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