'Kimura': comienza la pelea

'Kimura': comienza la pelea


Kimura es la primera película panameña que pertenece al llamado cine de género de corte comercial, aunque con las características del cine de autor propio de América Latina.

Antes de que alguien dé el grito al cielo por supuesta tamaña blasfemia, cabe resaltar que una producción cuyo objetivo primordial es entretener y seguir las reglas de un género en particular, y a la par, compartir preocupaciones sociales y económicas dentro de su trama, no es algo que merezca el repudio, siempre y cuando lo haga de forma correcta como es el caso de Kimura.

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ÓPERA PRIMA

Estamos ante una ópera prima en el más amplio sentido de la palabra.

Porque es la primera película para Aldo Rey Valderrama como director, editor y coautor.

Es la primera vez como guionista para Diego Otero, así como el primer paso en la producción de un largometraje para Jeico Castro y Fariba Hawkins.

También es interesante cómo Kimura lleva a estos esforzados talentos a explorar otras responsabilidades, ya que Valderrama estudió originalmente editor; Castro se graduó de cinematografía y Otero y Hawkins vienen de la actuación.

Su elenco también transita por los mismos retos de ser unos iniciados en estas faenas. Es el primer protagónico cinematográfico para Nick Romano (Armando Carrera), Robin Durán (Alejandro Carrera) y Thamara Tejada (Diana Villalaz).

Cabe resaltar que Kimura viene creciendo en la mente de este equipo joven de entusiastas desde el año 2012.

En 2013 y 2016 Kimura ganó el Fondo Nacional de Cine en los apartes de producción de ficción y postproducción, respectivamente.

Sobre su rodaje, Valderrama informa que “fueron 30 días de rodaje principal y tres meses de material que rodamos después”.

Se filmó casi fundamentalmente en San Felipe, así como en la Ciudad del Saber, la cinta costera y calle Uruguay, entre otras áreas de la ciudad capital.

ARTES MARCIALES

El deporte ha sido una de las disciplinas que más honores y alegrías le ha brindado a Panamá.

Por eso, no sorprende que esté presente en producciones de ficción recientes como Salsipuedes (2016), de Ricardo Aguilar Navarro y Manolito Rodríguez; Hands of Stone (2016), de Jonathan Jakubowicz, y ahora en Kimura (2017).

Sin dejar por fuera el documental Puños de una nación (2005), de Pituka Ortega Heilbron.

Si la estructura dramática de Salsipuedes, Hands of Stone y Puños de una nación se sustenta en los conflictos de un boxeador, en Kimura su narrativa se inclina más por aquellos que practican las artes marciales mixtas.

Eso hace de Kimura una ave rara en el cine en idioma español, en buena onda, aclaro.

Si bien el judo, el karate, el taekwondo, el kung fu, el kickboxing, el jiu-jitsu y la lucha libre son frecuentes en las industrias de cine de Japón, Hong Kong, Estados Unidos, Indonesia, Taiwán, China y Corea del Sur, en América Latina es casi inédita.

Dato a resaltar, de toda la tropa central de Kimura, el único que practica artes marciales es Jeico Castro, quien se dedica al jiu-jitsu desde hace seis años.

Aldo Rey Valderrama cuenta que en el primer borrador de Kimura, Diego Otero utilizaba el kung fu como deporte a resaltar, porque era el arte marcial que practicaban sus hermanos.

Cuando le dieron el libreto a Valderrama este propuso reemplazarlo por el judo, y más aún, por las artes marciales mixtas, “para aterrizarlo en algo que sí sucede en Panamá”, comparte el cineasta nacional.

ANTECEDENTES

Esta clase de disciplinas que plantea Kimura tiene como uno de sus antecedentes más remotos al cortometraje The Fat and the Lean Wrestling Match (1900), del maestro Georges Méliès.

Aunque son de vieja data las artes marciales dentro del séptimo arte oriental, en Occidente es relativamente nueva su presencia.

De este lado del planeta le debemos esa contribución a ese grandioso actor y deportista que fue Bruce Lee, quien nos regaló clásicos como Karate a muerte en Bangkok (1971, Hong Kong), de Lo Wei y Wu Jiaxiang; Operación Dragón (1973, Estados Unidos), de Robert Clouse y El retorno del Dragón (1974, Estados Unidos), de William Beaudine, Norman Foster y E. Darrell Hallenbeck.

Por culpa involuntaria de Bruce Lee aparecieron seguidores (algunos más bien imitadores) en este lado del mundo, que si bien eran excelentes atletas, eran tan buenos actores como lo puede ser una piedra en una cantera: Michael Dudikoff, Jean-Claude Van Damme, Steven Seagal, Chuck Norris...

Debo confesar que eso de los golpes y las patadas no es lo mío como espectador, aunque sí admito que son un elemento atractivo en películas estimadas por quien esto escribe como Matrix (1999, Estados Unidos), de Lilly y Lana Wachowski; Kill Bill: Volumen 1 y 2 (2003, 2004, Estados Unidos), de Quentin Tarantino; Hero (2002, China) y La casa de las dagas voladoras (2004, China), ambas de Zhang Yimou; la ya mencionada Operación dragón (1973, Estados Unidos), de Robert Clouse, y Tigre y dragón (2000, Taiwán), de Ang Lee.

Esa poca afición personal viene desde que era un niño en San Felipe.

A la sala de cine de barrio a la que menos asistí fue al Teatro Amador, que entre la década de 1980 y 1990 era especialista en ofrecer en su cartelera películas de artes marciales provenientes casi fundamentalmente de Japón y China, así como filmes de Serie B estadounidenses.

DEUDAS DEL PASADO

Los personajes de Kimura están anclados al pasado, y a la par, desean romper esas cadenas para poder seguir adelante.

Armando Carrera (Nick Romano) es responsable por la muerte de un ser querido, una culpa que no lo deja vivir en paz, y para castigarse aún más se abandona a las drogas y al alcohol, y se autoexilia de sus raíces.

Por eso, Armando deja atrás a su familia, a su novia, a las artes marciales y a una academia que brinda deporte y esparcimiento a los más pequeños.

Por su parte, Alejandro Carrera (Robin Durán) está condenado a experimentar rencor y odio por recomponer los platos rotos regados por Armando y su escapada, y además terminó cometiendo varios de los errores que critica de su hermano.

En tanto, Diana Villalaz (Thamara Tejada) añora al padre muerto; trata de sacar adelante un bar propiedad de su viejo; se esfuerza para que el legado deportivo de su progenitor no termine en el olvido, y le reclama a Armando que haya escapado cuando debió enfrentar sus responsabilidades.

Encima, Diana recibe las estelas de algunas pésimas decisiones que tomó su papá y ella está ahogada en deudas monetarias.

Mientras que Manfredo Ferreira (Jorge Perugorría) trata de echar tierra a su ayer lleno de carencias, emocionales y financieras, y trata de pasarle factura a una sociedad que él siente que le debe algo y lo hace desde diversas actividades ilícitas.

OBSERVACIONES

Aldo Rey Valderrama tiene control pleno de la situación durante todo el primer acto de Kimura.

Ese manejo de Valderrama se mantiene hasta la mitad del segundo acto, cuando la historia decae un poco porque es predecible quiénes van a participar del combate final durante el evento deportivo que le da título a esta película.

Lo que le permite a Valderrama retomar el dominio de la cámara y de la trama es que las coreografías de las peleas se ven, se oyen y se sienten reales, y porque en el tercer acto aparece la tragedia y la tragedia siempre es la tabla de salvación en el desenlace de una historia.

Esa tragedia invita a reflexionar a la audiencia si uno de los contrincantes liberó todo el odio y la decepción que sentía contra su contrario, no importa las consecuencias letales que eso acarrea, o si el otro personaje se dejó vencer en el octágono como una manera de castigarse a sí mismo por ese pasado que lo aniquila.

A lo largo de Kimura también se nota una destreza en renglones como la fotografía y la edición, una dupleta que le da una madurez y una coherencia a una película que recordemos es una ópera prima.

En el renglón interpretativo destaca un Jorge Perugorría, quien saca a flote toda esa experiencia que tiene almacenada desde los años de 1990. Su Manfredo es cínico, rudo, volátil y franco.

Nick Romano (Armando Carrera) y Thamara Tejada (Diana Villalaz) también son convincentes en sus respectivos papeles.

Romano sabe transmitir todo el dolor, el arrepentimiento y una condición proclive al sacrificio y al martirio de Armando. Por su lado, Tejada no es la típica niña bonita del filme sino que también sabe defenderse por sí sola y tiene líneas que evocan toda su independencia como persona trabajadora.

MIRADA CRÍTICA

Kimura no se limita a satisfacer a los seguidores de la sangre y las narices rotas, sino que también es una crítica a ciertos aspectos de la sociedad panameña.

En boca del corrupto promotor deportivo Manfredo Ferreira, Valderrama y Otero sueltan uno que otro diálogo que tienen lo mortal de un dardo filoso, o un golpe fulminante para seguir la línea temática principal.

Uno de esos dardos destaca que los panameños viven para trabajar y que no trabajan para vivir, y luego nos recuerdan que el triunfo después de tanto laborar es exigua jubilación que más de uno la termina regalando a los casinos. Dos verdades de a puño cerrado.

LA BATALLA EN SALAS

Sin buscarlo, Kimura también es una metáfora sobre la situación del cine en Panamá.

Como ha pasado con el resto de las películas nacionales en los últimos años, Kimura debe enfrentar a los pesos pesados de Hollywood en condiciones adversas.

Los títulos de la Meca del Cine vienen con un presupuesto de publicidad. Mientras que Kimura y el resto de las nuestras deben ingeniarse para ver cómo hacen para que el público se entere de que existen.

Como si fuera poco, Hollywood es prácticamente la dueña de los complejos de cine istmeños.

Mientras que Resident Evil 6: capítulo final está en 27 salas a lo largo del país; o XXX: Reactiva se ubica de segunda con 21 salas.

Kimura está en 15 salas y esa cantidad se reducirá drásticamente si las cifras de asistencia durante este fin de semana son bajas para esta producción.

Es cuando se pregunta uno si la Ley de Cine apoya a nuestras películas cuando están ya en las salas. No dudo de que sí ponen el hombro cuando los proyectos audiovisuales están en formación, aunque si no mantienen ese apoyo cuando ya las películas se exhiben, poco sirve.

Es un lugar común decir que se debe ser solidario con el cine nacional por el simple hecho de ser panameños. No, hay que defender las buenas películas, así de simple, y la factura y los resultados estéticos de Kimura llevan a que valga la pena respaldarla.

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