El presente es un fruto de lo pasado



Si en algo están de acuerdo los escritores Javier Cercas (España, 1962), Almudena Grandes (España, 1960) e Ignacio Padilla (México, 1968), es que no creen en las etiquetas literarias, y mucho menos en una en particular: la novela histórica.

De eso conversaron con Gonzalo Celorio (México, 1948) el pasado martes 24 de mayo, en Managua, durante el conversatorio “Novela histórica, ¿género de pasado o género de futuro?”, realizado en el Centro Cultural de España en Nicaragua.

Celorio inicia el evento resaltando el valor de obras indispensables, tanto en términos históricos como en aspectos de ficción, como El reino de este mundo (1949), del cubano Alejo Carpentier (1904-1980), Hombres de maíz (1949), del guatemalteco y premio Nobel de Literatura Miguel Ángel Asturias (1899-1974) y Pedro Páramo (1965), del mexicano Juan Rulfo (1917-1986).

Para Celorio, estas novelas no solo tienen una enorme dimensión de la realidad en sus respectivos argumentos, sino que también contribuyen a entender la relación que se registra entre la imaginación y la documentación cuando se emprende la tarea de contar.

Celorio señala que existe en estos momentos un auge de la novela histórica, así como de la llamada no ficción y que Cercas, Grandes y Padilla son dignos representantes de esta tendencia.

PASADO

Javier Cercas anuncia que no le agrada eso de novela histórica. Que es peligroso pensar que el pasado está muerto, pues sin él el presente no tendría sentido.

Responde que a él le interesa el pasado cuando este tiene relación directa con el presente, cuando el ayer colabora a entender por qué somos hoy como somos.

Hasta cuando tenía unos 40 años, anota Cercas, en sus libros no apreciaba tanto la historia en mayúscula, hasta que decide escribir Soldados de Salamina, publicada en 2001 y adaptada al cine por David Trueba en 2003.

En Soldados de Salamina cuenta cómo el escritor Rafael Sánchez Mazas (1894-1966) se salvó de ser fusilado por ser uno de los ideólogos de la  Falange Española (partido político), un hecho por completo cierto, aunque no tan conocido por el público de su país.

Cuando decidió embarcarse en Soldados de Salamina, resalta Cercas, lo que deseaba era mostrar lo horrible y brutal que fue la Guerra Civil Española (1936-1939), y dar a conocer este conflicto bélico, aunque sabía que ya el cine y la literatura lo habían abordado con anterioridad, descubrió que ese pasado no era ni tan lejano ni le era tan ajeno como pensaba al principio.

Fue cuando percibe algo que tenía delante de sus narices y de lo que no había reparado, que los medios de comunicación social han instaurado una dictadura de solo apreciar el presente, llevando a que solo se consuma el hoy y que no importe tanto qué ocurrió hace décadas.

La paradoja, aclara, es que la ficción sea una forma de conocer el pasado de los pueblos, la que es capaz de recordarnos que el presente y el futuro son hijos del pasado.

DE REINAS

Recuerda Almudena Grandes que durante una Feria del Libro de Valencia (España) ella estaba presentando libro nuevo y firmando autógrafos, cuando vio a una señora que le resaltaba a un librero la gran cantidad de libros que había sobre reinas y reinados, y que la lectora pensó que se trataba, en toda regla, de una especie de subgénero literario.

Pues no lo es, pensaba para sus adentros Grandes, como tampoco existe la novela histórica, agrega.

La autora de obras como El lector de Julio Verne (2012) y Las tres bodas de Manolita (2014) plantea que sus novelas no tienen nada que ver con Yo, Claudio (1934), del escritor británico Robert Graves (1895-1985), en torno a las vidas de Tácito (gobernador del imperio romano) y Plutarco (historiador y ensayista griego).

Estima que la novela histórica no es un concepto ni nuevo ni tampoco moderno.

Que como forma de contar ya lo había hecho, por ejemplo con sobrada calidad, el español Benito Pérez  Galdós  (1843-1920), responsable de novelas como La de Bringas (1884), Lo prohibido (1885) y Fortunata y Jacinta (1886), entre otras tantas.

A ella le emociona la historia, en particular la Guerra Civil Española, y por eso escribió la novela El corazón helado, por la que obtuvo en 2008 el Premio Fundación José Manuel Lara.

Almudena Grandes tenía la equivocada idea de que lo sabía todo del citado enfrentamiento armado, que lo suyo era sentarse a escribir y usar solo la memoria.

Pronto se dio cuenta de que no era así y eso la llevó a leerse más de 200 libros sobre ese conflicto, que dio pie posteriormente a la longeva dictadura de Francisco Franco (1892-1975).

Destaca que esa soberbia, combinada con la estupidez, le hace daño a la sociedad en general, al asegurarse que sabe mucho del pasado, cuando es todo lo contrario.

Cree que la literatura no debe ser una copia de la historia, sino serle fiel, es decir, que no debe traicionar lo que en verdad ocurrió, y que debe respetar el espíritu de lo que pasó.

Lo que le gustaría es que los hombres y mujeres que de verdad vivieron aquello, así como sus colegas narradores del pasado, si pudieran regresar de la muerte leyeran sus obras y no desmintieran sus tramas.

CERO INVESTIGACIÓN

Para Ignacio Padilla, lo fundamental es que la literatura sea verosímil. Valora la imaginación cuando se encarga de llenar los espacios vacíos que los libros de historia van dejando en el camino sobre determinada coyuntura verdadera.

El responsable de novelas como La gruta del toscano (2006, Premio Mazatlán de Literatura) y El daño no es de ayer (2011, Premio La Otra Orilla) admite que investiga poco cuando escribe, aunque aclara que tampoco es como para ser irrespetuoso con los datos históricos, pues es de los que opina que los libros de historia limitan su libertad de imaginar.

Su meta es narrar situaciones que no existieron, pero que parezcan creíbles.

Para mostrar lo sucia que es la realidad, para eso la novela es especialista, plantea.

Mientras que el cuento como género, dice, está más anclado con lo fantástico, con la ciencia ficción, con lo quijotesco.

Aunque admite que la primera excepción a esa regla es precisamente Don Quijote de la Mancha, un relato breve de Cervantes que fue creciendo al punto de convertirse en una novela que retrata lo cochina que puede ser la existencia.

Lo que sí hace Ignacio Padilla es leer muchas novelas que hayan abordado ese aspecto del ayer que le interesa desarrollar en sus textos.

Sostiene que la historia y la literatura son complementarias, que deben verse como aliadas y no como enemigas.

“La memoria es contar las cosas que hemos olvidado”, manifiesta a quien le llama la atención que a los escritores de su generación no les interesa tanto narrar desde la ficción los hechos de los que han sido testigos de primera mano, sino que exploran desde la imaginación aquello que les tocó experimentar a sus padres o a sus abuelos.

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