La historia del chofer de taxi que llevó a Jon Lee Anderson de su hotel al Jardín Botánico, para asistir al Festival Gabriel García Márquez de Periodismo, le cayó como anillo al dedo al periodista estadounidense, quien conversó en Medellín sobre la situación de la inmigración en el continente americano.
El conductor le preguntó al reportero en qué ciudad de la unión americana residía y el autor de El dictador, los demonios y otras crónicas le contestó que nació y vive en California, lo que llevó al señor a decirle que una vez había visitado esa metrópoli, aunque de los 18 años que estuvo en el norte tuvo como base principal Miami.
El caballero detrás del vehículo de transporte no pudo cumplir el sueño americano, pues en su caso, la ilusión de un porvenir más grato pasó a ser una tragedia, por culpa de un sistema que no siempre quiere al extranjero, admitió el que publica sus notas en The New York Times, Financial Times, The Guardian, El País y Harper’s Magazine, entre otros.
Aunque el ciudadano colombiano se comportó de manera honesta en el país de las barras y las estrellas, un día un policía, sin razón alguna de por medio, lo detuvo en la calle, le pidió sus papeles, y como tenía documentos falsos para poder trabajar, terminó nueve años en la cárcel. Cuando saldó su condena regresó a su país natal, tan pobre o más de como se había ido.
POLÍTICA CANDENTE
El tema de los miles de hombres y mujeres que llegan cada semana a Estados Unidos de forma ilegal, plantea Anderson, es uno de los aspectos más candentes en la actual campaña por la presidencia de su país. Hillary Clinton, del Partido Demócrata, “ostenta una política de absorción y que propone una reforma migratoria”. Del otro lado del tinglado está Donald Trump, aspirante por el Partido Republicano, “quien habla de construir muros y de expulsar a la gente por su raza, su etnia o su fe”. La inmigración, agrega con un tono de lamento Anderson, es un tema no resuelto en Estados Unidos. Le provoca susto que el discurso marginal de Trump hacia una comunidad latina aumente el racismo que ya existe en Estados Unidos. Le parece injusta esta situación, ya que más de una vez los latinoamericanos ilegales realizan labores que el estadounidense de clase trabajadora no desea hacer.El especialista en temas políticos y en conflictos armados modernos, destacó una ironía, que el hombre blanco promedio, conservador y racista, se enfrentará a una realidad futura bastante dura: en 30 años los latinoamericanos no serán una minoría dentro de Estados Unidos, sino que serán la mayoría de la población.De igual forma le preocupa que el foco de los medios de comunicación social está puesto solo en lo que ocurre con los inmigrantes que llegan a Europa, cuando llevan a cabo constantes reportajes sobre los ancianos, adultos y niños que proceden de Siria, Irak, Afganistán y Pakistán, Somalia, Eritrea, Nigeria y Sudán y que desean encontrar trabajo y paz en el Viejo Mundo. Lo que está bien para Anderson, el punto es que ya casi los periódicos, las radios y la televisión no le ponen la atención debida a lo que le ocurre a los inmigrantes latinoamericanos que desean llegar, como sea, a Estados Unidos, salvo que Trump haga una de sus declaraciones incendiarias, lo que tampoco es que ayude mucho.
PUERTO RICO
Ana Teresa Toro, quien ha trabajado en distintos medios de comunicación social en su Puerto Rico natal, resaltó en Medellín que en 2017 se cumplen 100 años de la aprobación de la Ley Jones, emitida por parte del Congreso de Estados Unidos (EU), una medida que convierte a los puertorriqueños en ciudadanos estadounidenses sin ningún trámite.
Eso, visto a la ligera, pareciera una gran ayuda para los suyos, anotó Toro, pero en la práctica resaltó que “somos una colonia de EU en pleno siglo XXI. Somos un estado libre asociado, y aunque EU nos es enteramente ajeno en idioma y cultura, ellos controlan nuestra realidad. Eso es una herida abierta que tenemos”.
Debido a la severa crisis económica y social por la que atraviesa hoy su patria, tiene una deuda pública de casi 70 mil millones de dólares y un sistema de pensiones públicas que tiene un déficit de más de 40 mil millones de dólares, el 59% de la población de la isla caribeña se ha mudado a EU.
Se trata de la mayor inmigración desde la Segunda Guerra Mundial, con la diferencia que antes iban a la unión americana a trabajar por estaciones del año (en especial en el sector agrícola) y luego regresaban a sus orígenes. “Ahora se van para no volver”, dijo.
Por eso, en su terruño sienten admiración por dos personalidades que dejan en alto la dignidad de Puerto Rico a lo interno de EU. Una es Sonia Sotomayor, la primera jueza latina del Tribunal de EU, y la otra figura proviene de las artes: el dramaturgo y actor Lin-Manuel Miranda, quien ha revolucionado el teatro de Broadway con obras como In the Heights y Hamilton.
Aunque, a la larga, para ser honesta Toro, no se debe olvidar que son de padres puertorriqueños y nacidos en Nueva York. “Ambos navegan bien en EU porque es la cultura a la que pertenecen” y ven a Puerto Rico como ese lugar de donde provienen sus papás, aunque sus verdaderas raíces están en el palpitar de la Gran Manzana, admitió.
De allí que en la isla manifiestan aún mayor admiración cuando los suyos se destacan en dos áreas específicas: en los concursos de belleza y en el deporte.
Por muchos años, denunció Toro, en EU fue ilegal que en un evento alguien sacara una bandera puertorriqueña para apoyar a un deportista de esa parte del continente americano, lo que por lo general llevaba al responsable a la prisión.
Ese es el motivo por el que no olvidarán cuando en los Juegos Olímpicos de Atenas 2004, el equipo de baloncesto de Puerto Rico venció a EU. Otra ocasión de orgullo ocurrió en los pasados Juegos Olímpicos de Río, cuando la tenista boricua Mónica Puig le da la primera medalla de oro a su país, al vencer en la final del tenis femenino a la alemana Angelique Kerber.
Toro pidió disculpa y dijo que no era frivolidad de su parte, pero también hay motivos de orgullo cuando han vencido en los certámenes de belleza de Miss Universo señoritas puertorriqueñas como Marisol Malaret, Deborah Fátima Carthy-Deu, Dayanara Torres, Denisse Marie Quiñones y Zuleyka Jerris Rivera.
¿Por qué? Cada uno de estos logros antes mencionados, indicó Toro, se convierte para su país en un acto de soberanía. “Por un instante nos presentamos al mundo sin el intermediario de EU y sentimos que sí existimos”.
CUBA
Un amigo cubano de Jon Lee Anderson era aficionado al windsurf. Una mañana de 1994 estaba practicando su deporte favorito en la costa, cuando notó que había un viento excepcional y decidió escapar de la isla con una tabla y una vela que lo desplazaban por el mar.
Tardó 19 horas en llegar a Cayo Hueso, una isla en el suroeste de los Cayos de la Florida. Estaba prácticamente desnudo, solo tenía encima un pantalón corto, y su única provisión era un litro de agua.
Esa fue su forma desesperada de escapar, porque al ser médico en Cuba tenía todas las puertas cerradas para poder salir legalmente.
Le contó a Anderson que tuvo dos tipos de compañías a lo largo de su travesía. Por un lado, unos tiburones que le merodearon a ratos con deseos de convertirlo en su cena y las autoridades estadounidenses de la guardia costera, que no podían intervenir en su periplo, pues si lo hacían lo tenían que detener y debían devolverlo a su punto de partida.
Hoy día su amigo ejerce la medicina en Florida. “Si hubiera sido un dominicano lo hubieran devuelto”, resalta Anderson.
¿La razón? La periodista cubana Elaine Díaz explica: solo los cubanos se pueden beneficiar de la política “Pies secos, pies mojados”. Si son atrapados en el mar los devuelven a sus casas, pero si pisan una playa de EU se acogen a ese programa que les brindará, a más tardar en un año y un día, un seguro social, lo que les permitirá poder sacar licencia de conducir y de trabajar, podrán además ir a la escuela sin resquemor y de allí a la ciudadanía. Solo perderían esa oportunidad si en esos 366 días cometieran alguna clase de delito, entonces perderían este beneficio.
Díaz, quien fue profesora de la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana entre 2008 y 2015, rememoró las grandes oleadas de cubanos que le dijeron adiós a su país.
Una fue en 1959 y los que se fueron lo hicieron en aviones comerciales, contó. Era la clase alta y media que salía huyendo a las reformas de una revolución que termina con la dictadura de Fulgencio Batista y pronto también sus miembros instauran un gobierno dictatorial.
Después ocurrió el llamado Éxodo de Mariel, cuando entre el 15 de abril y el 31 de octubre de 1980 los cubanos se trasladaron hacia EU en barcos seguros que salían del puerto de Mariel, en Cuba.
La siguiente comenzó en 1994, cuando más de un cubano intentó llegar a la unión americana en precarias embarcaciones construidas con los elementos más sorprendentes.
Sobre la crisis de los balseros, resaltó Toro, los medios cubanos no cubrieron los páramos que pasaron los suyos en el océano, si lo hubieran reportado, a lo mejor eso ayudaría a que los que están en la isla se lo piensen mejor o que por lo menos vayan preparados.
La etapa más reciente ha ocurrido en los últimos meses, coincidiendo con el restablecimiento de relaciones diplomáticas entre EU y Cuba, pues en algún momento Barack Obama, o quien gane las elecciones, puede tomar la decisión de eliminar la política de “Pies secos, pies mojados”.
Por eso, ya no es tanto por mar que se quieren ir de Cuba, sino a través de arriesgadas expediciones que inician, por lo general, en Ecuador, y desde allí recorren, a pie o en autobús, de acuerdo a las finanzas de cada quien, Colombia, Panamá, Costa Rica, Honduras, El Salvador, México y hasta EU.
Eso lleva a pensar a Toro que la “inmigración cubana ya no es un tema solo de Cuba, sino que incluye a América del Sur y a Centroamérica, lo que la hace internacional”.