La tierra y la sombra nació de un dolor personal de César Augusto Acevedo (Cali, Colombia). Comenzó a escribirla a raíz de la muerte de su madre, “motivado por la soledad que me provocó la separación de mi familia”.
Lo que buscaba en un principio “era intentar recuperar a las personas que más amaba a través del lenguaje cinematográfico, reconstruyendo algunos de mis recuerdos y brindándonos una última oportunidad de encontrarnos para poder despedirnos”.
Para este director, su largometraje, premiado en el Festival de Cine de Cannes como mejor ópera prima, “es una especie de duelo, pero también fue la única manera que encontré para hacerle frente al olvido”.
Al ser un filme que hablaba sobre sus propios orígenes, también quiso mostrar la región de la cual proviene, “en la que se ha puesto en riesgo la historia, la memoria y la identidad de todo un pueblo que está siendo arrasado por culpa de un progreso avasallador representado por el monocultivo de la caña de azúcar”.
Este filme, sobre una familia que debe enfrentarse a la pobreza y a la muerte, está hecha para capturar el corazón del espectador. “Apunta más a los sentimientos que a los acontecimientos”.
No habrá dificultad si la audiencia desconoce la realidad política y social de Colombia, pues logrará “comprender y sentir esta historia porque toca temas que nos conciernen a todos como seres humanos: lo difícil que es mantener los lazos con las personas que amamos y también el valor del arraigo enfrentado a la fatalidad del progreso y el olvido”.
En un principio, los personajes estaban basados en sus seres queridos, “en los recuerdos que tenía de mi vida familiar. Pero a medida que desarrollaba el guion encontré muchísimos obstáculos, porque de cierta manera me equivoqué al querer encerrar a mis fantasmas en esta película”.
Fue así que Acevedo tomó distancia e hizo una película que “intentara rescatar el sentimiento heroico que veo en las personas que viven y trabajan en los campos. Mostrar no solo cómo cada día intentan conquistar su dignidad y su libertad, sino también la cercanía que se produce a través del dolor”.
Este drama se proyectará el sábado 9 de abril, a las 11:00 a.m., en el Anfiteatro de la Presidencia, y el lunes 11 de abril, a las 4:30 p.m., en el teatro Anita Villalaz (San Felipe), en ocasión del Festival Internacional de Cine de Panamá (IFF Panamá).
EL VACÍO DE LOS SERES ROTOS
Desde un inicio, el director colombiano César Augusto Acevedo decidió que La tierra y la sombra se adentraría en los corazones de los miembros del clan que la cámara seguiría.
“Al tratarse de seres rotos, estos no podían expresar sus sentimientos más profundos a través de palabras. Por eso debimos buscar otro mecanismo para exteriorizar esas pasiones internas o las cosas que muchas veces ellos no sospechaban que llevaban dentro”, plantea.
Esto lo logró a través del uso de la luz, el color, los sonidos y las metáforas.
“El reto era lograr que el vacío y la opresión que se vivían en ese lugar se hicieran palpables, lo cual ayudaría a construir una idea central en la película: el encierro físico que viven estos personajes es una metáfora del encierro emocional del cual no pueden desligarse”, indica Acevedo.
Lo que deseaba era que el espectador viviera y sintiera que aquello que estaba viendo en la pantalla grande “no se agotaba en lo que se representaba visiblemente, sino que también había sentidos mucho más profundos. De allí que el tiempo, el ritmo, el movimiento de la cámara, la distancia entre los cuerpos y los sentimientos, todo estuviera pensado en favor de mostrar la distancia entre los cuerpos y los sentimientos”.
ACTORES
En las primeras etapas de La tierra y la sombra, Acevedo pensó en trabajar con actores profesionales debido a la carga dramática que transmitía la película.
“Iniciamos el casting de esta manera, pero no funcionó muy bien, porque al tratarse de una historia de gente del campo, no me interesaba solo tener buenas interpretaciones, sino que también hubiera verdad en esos cuerpos, que se sintieran las huellas del trabajo en la piel”, recuerda.
Así que cambió la ruta del casting y se fue a buscar hombres y mujeres de la Colombia profunda donde iba a rodar. “Solo una de las actrices tiene una formación profesional. La otra, aunque hizo teatro toda su vida, no tenía experiencia en el cine, y todos sabemos que son lenguajes muy distintos. El resto de los actores nunca había tenido una experiencia parecida”, resalta.
Por ejemplo, Haimer Leal, el protagonista de La tierra y la sombra, era el responsable de oficios variados en el teatro donde hacían los casting a los actores profesionales.
Leal era el encargado de llevarles los cafés, de barrer el piso y lavar los platos en el teatro. Acevedo le vio algo especial y decidió “hacerle una prueba, aunque al principio se negó con vehemencia. Cuando por fin hizo la escena que le propusimos, a mí me encantó su voz y su respiración, cosas en las que me fijo mucho, teniendo en cuenta el tono que quiero lograr con mis películas”.
Cuando tenían a todos los miembros de la familia, Acevedo trabajó con ellos cinco semanas antes del rodaje en su preparación. No les dio previamente el guion para que desecharan la opción de construir sus personajes, “sino que vivieran y sintieran” a los que iban a encarnar. “Trabajamos mucho, sobre todo en tratar de crear conexiones emocionales entre estos desconocidos; que realmente se volvieran una familia”.
VALLE DEL CAUCA
El rodaje de La tierra y la sombra duró cinco semanas y se llevó a cabo entre septiembre y octubre de 2014.
“Como era una película muy ligada a mis orígenes, y estos se encuentran anclados en la geografía del Valle del Cauca (un departamento al suroccidente colombiano), decidí hacer el rodaje allí, en un pequeño caserío llamado El Tiple, ubicado a 40 minutos de Cali”.
El filme no existiría “sin todo el apoyo de la comunidad, que no solo estaba muy emocionada de que una película se desarrollara en el lugar que habitaban, sino que también se sentía muy orgullosa de que fuera una historia que hablaba acerca de sus vidas. Al final, son los mismos trabajadores y habitantes de la región quienes representaron sus vidas y sus trabajos”.
Recuerda que en el Valle del Cauca el 80% de la tierra se dedica al monocultivo de la caña de azúcar.
Por eso, hizo visible en su largometraje “algunos problemas sociales que esta industria ha provocado en la región: modificación del paisaje, destrucción de los suelos, quiebra de los pequeños productores, pobreza, enfermedades y desplazamiento”.
En alguna medida, La tierra y la sombra es un reflejo de América Latina, un continente marcado por la desigualdad social y los problemas ambientales.
“A través de ese microcosmos presentado en la película, se habla de una forma de vida que se encuentra en riesgo de desaparecer arrasada por el avasallador progreso, lo cual pone en riesgo la historia, la memoria y la identidad de nuestros pueblos”, comenta Acevedo.
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