Sin duda, el público disfruta de la nueva puesta en escena de La jaula de las locas bajo la dirección de Daniel Gómez Nates. En cartelera hasta hoy en el Teatro Aba, esta versión libre del clásico del teatro y cine francés de los años 1970 a su manera crea un espacio para que confrontemos nuestra visión tradicional de la familia.
Luis Gustavo Macías, como el mayordomo descalzo con sueños de ser artista del transformismo, se roba el show con su dominio de escena y complicidad.
Miguel Macías le saca provecho a la reina del transformismo Zazá, robando carcajadas cuando su pareja George (interpretado por Marko) trata inútilmente de enseñarle amaneramientos masculinos para complacer las exigencias de su hijo.

Pero más allá de las risotadas, esta “jaula” se siente diferente en un Panamá, que atraviesa una ruidosa guerra cultural. Sus personajes principales, por más entrañables que sean, son débiles caricaturas. La diversidad sexual se presenta de la forma insustancial, pero digerible, que muchos programas de televisión local utilizan para asegurarse ratings.
Concepto
Y si la obra simpatiza con Zazá y George y se burla de los conservadores homofóbicos, lo hace mostrando personajes unidimensionales. Entre tanta peluca y maquillaje recargado, se favorece la trivialidad y se pierde lo humano.
La obra muestra un intento de crítica a los modelos de familia que se consideran naturales por muchos. La pareja gay, que para ayudar a su hijo, finge ser una pareja heterosexual frente a una pareja de conservadores que al final recurre al transformismo para salvarse parodia un esquema de familia que se desintegra frente a nuestros ojos.
Mercedes (interpretado con precisión por Carlos Quintana) es un artista del transformismo que maneja un camión de la basura por el día, tiene seis hijos y va para el séptimo porque siempre quiso una familia grande. Con su “estoy llorando en sílabas”, Mercedes nos reta a confrontar nuestra definición de masculinidad.Como muchas obras en el Teatro Aba, la obra carece de un sello estético que la distinga. El juego de luces, sonido y la escenografía contribuyen muy poco a la experiencia teatral. Esto afecta el impacto de varias escenas, en particular al final, cuando un mejor juego de luces hubiese podido contribuir a crear la batahola que lleva al desenlace.
