Agustín Clément es, como sabemos por sus múltiples roles como actor y director en TV y teatro, un artista versátil. Pero estaba un poco nervioso de ir a ver su nueva propuesta teatral como escritor y director. Una adaptación musical de La Cenicienta en el Azuero panameño de 1908 podría caer fácilmente en lo chabacano, la risa plana y el nacionalismo sin contexto que por allí tildan de identidad nacional. Pero no tenía de qué preocuparme.
En manos de Clément, La Fogonera, en cartelera en el Teatro en Círculo hasta el 30 de octubre, tiene todos los elementos para convertirse en un nuevo clásico del teatro panameño.
En los primeros minutos de la obra, logré mantener puesta mi coraza intelectual que rechaza historias de damiselas indefensas y que favorecen ciegamente la pollera como el único símbolo sagrado de nuestra nación. Pero la acertada inclusión de Belisario Porras (interpretado por Eric De León) a la trama de una historia tan conocida, y el sutil, pero mordaz comentario social sobre la procedencia e intenciones de la madrastra (Lissette Condassín) y el abuelo (José Carranza) del “príncipe azul” (que en este caso son dos, interpretados por Carlos Vallarino y Ramsés Pérez) pronto me hicieron apreciar las grandes ambiciones de este proyecto teatral.
Con música original de Luis Cholo Bernal y Alfonso Lewis, La Fogonera juega con efectividad con una gran diversidad de recursos para hacernos recordar y volver a valorar no solo nuestras ilusiones por un mundo mejor pero también la historia que nos ha llevado a lo que somos hoy como país.
El uso de uno de los grandes íconos políticos panameños como un personaje clave en la obra es un gran riesgo estructural, pero manejado con gran acierto por el escritor. El contexto y relevancia histórica de Belisario Porras son presentados de una forma clara, animada y corta, sin llegar a sentirse como una de esas secas clases de Estudios Sociales que muchos sufrimos. Pero el gran logro es que pronto Belisario Porras deja de ser un ícono para convertirse en el muy humano protector de La Fogonera, utilizando características que le atribuimos instintivamente a este personaje para crear uno completamente nuevo y darle una vida netamente panameña a este cuento de hadas. Entre polleras congas y santeñas, la obra busca y encuentra nuestros sentimientos arraigados sobre la belleza y pureza de la campiña y nos hace sentirnos orgullosos de este elemento de nuestras expresiones culturales.
Sin revelar muchas de las tantas sorpresas de la obra, los elementos más destacados llegan gracias a su muy evolucionado entendimiento de la diversidad y pluralidad de nuestras muchas identidades nacionales. El Azuero de Clemente del 1908 es tan quijotesco como los sueños de igualdad de género de La Fogonera: en el pueblo bailan, conversan y cantan con gran tolerancia ricos y pobres, afro antillanos, afro coloniales, gunas y mestizos.
La mayoría del elenco tienen buenas propuestas actorales, lo cual es difícil de lograr en un grupo tan diverso en términos de edad y experiencia teatral. Entre estos, Patricia Porto, como una de las hermanastras, se destaca por su fisicalidad y gran ritmo para la comedia. Ana Alejandra Carrizo, como La Fogonera, muestra un dominio de escena que poco vemos en el teatro panameño, creando un personaje que se siente fresco y relevante, pero al mismo tiempo familiar.
En su semana de estreno, la obra tuvo algunos problemas de sonido y un par de vacíos innecesarios entre líneas. Y no puedo sacarme de encima la impresión de que La Fogonera que conocemos durante la obra hubiese tomado una decisión distinta sobre el rumbo de su vida al final de la historia. Sin embargo, por su gran creatividad, cuidadosa producción y valoración de las múltiples identidades panameñas, La Fogonera es un ejemplo de innovación teatral panameño destinado a convertirse en un clásico.
