Llega el fin de año y las salas de teatro de la ciudad de Panamá son invadidas por cientos de estudiantes de actuación que luego de unos meses de aprendizaje hacen su estreno en las tablas.
Las más populares son las obras de teatro infantil donde los niños no solo enorgullecen a sus padres y muestran las técnicas básicas de teatro que han aprendido, sino también implementan sus nuevas habilidades de comunicación oral y corporal.
Para los estudiantes adultos, estos estrenos representan mayormente el fruto del riesgo de haberse atrevido a explorar su otredad. El Laboratorio Teatral, uno de estos proyectos de entrenamiento teatral, se distingue por su ambición y procesos. Los resultados positivos de la última ronda de entrenamiento fueron evidentes en su producción de El médico a palos de Molière en el Teatro Inida, este pasado 26 y 27 de noviembre.
Bajo la dirección de Carlos Algecira, esta obra fue el resultado de un proceso de aprendizaje de siete jóvenes que exploraron no solo técnicas de actuación, sino también cómo seleccionar textos, diseñar y montar una escenografía, y la dura realidad administrativa de cómo se produce una obra de teatro en Panamá.
En términos de selección de texto, El médico a palos fue una selección sin riesgos. Miles de profesores de teatro escogen este texto cada final de curso por su liviandad y múltiples posibilidades de interpretación.
Lo que fue extremadamente riesgoso de parte de Algecira y su grupo de estudiantes fue el uso de máscaras y el énfasis en la exploración del movimiento corporal de los personajes. El uso de máscaras como herramienta didáctica ayuda a los estudiantes a desconectarse de su propia personalidad para ayudarlos a construir un personaje.
Bajo el anonimato de las máscaras, los estudiantes aprenden la necesidad de enunciar y encontrar el ritmo de los textos que preparan. El riesgo viene cuando el material didáctico se usa como herramienta de comunicación con el público. Una máscara puede crear un distanciamiento innecesario entre los espectadores y los actores.
Pero en este caso, esta herramienta llevada al escenario no solo ayudó a que los actores comunicaran claramente sus líneas y la mayoría de las intenciones de sus personajes, sino también a transportar al público a un mundo de situaciones absurdas y jocosas. Acompañadas de un colorido vestuario, las máscaras celebraron la experiencia teatral como rito en el que todos participamos.
Pero lo que más me sorprendió de la puesta en escena fue el balance que estos estudiantes encontraron en sus movimientos corporales.
Soy de la opinión de que en Panamá muchos de los actores actúan con sus caras y manos, y dejan sin explorar el resto de su cuerpo como herramienta de comunicación. Al mismo tiempo, mucho movimiento corporal puede distraer al público. En la mayoría de los casos de esta puesta en escena, los estudiantes encontraron un buen balance entre movimiento y comunicación.
Como es de esperar en un montaje de estudiantes, hubo un par de escenas donde los movimientos se sentían exagerados y repetitivos, pero cualquier proceso de aprendizaje que ayude a los estudiantes a valorar su cuerpo como herramienta de comunicación debe ser aplaudido.
Lo que se ganó en rito y movimiento se perdió un poco en energía. Algunas de las escenas se presentaron tímidamente, sin la vitalidad que una farsa de este tipo requiere. Por ejemplo, aunque la escena de los palazos a la esposa y al leñador no debe caer en melodrama, sí se necesitaba de más fuerza para que las acciones sirvieran de motor para el resto de la trama.
Proyectos de formación de actores no solo prometen un futuro más amplio para el teatro. Desde estos procesos de aprendizaje, se forjan eficientemente invaluables habilidades para la vida de miles de ciudadanos.