Mira la pared trasera de la casita en el Parque Municipal Summit y se siente satisfecha. Han pasado cuatro meses desde que Martanoemí Noriega empezó a pintar el mural, de hombres bailando, y ya está listo para mostrarlo terminado.
La primera crítica le llega de labios de un niño: "Te quedó bien, pero hubiese quedado mejor si en vez de eso hubieras pintado una gallina azul y una negra".
Corría el año 2005. Martanoemí cuenta la anécdota ahora, con una sonrisa amplia. El que acababa de terminar era el primero de los muchos murales que pintaría después. Ese momento marcó su vida.
Martanoemí Noriega
Artista
"Ese mural, que era parte del proyecto de Sembrarte, fue, ahora lo sé, muy importante para lo que estaba pasando en ese momento", dice la artista, que en el presente intenta acercar a los transeúntes al arte y a la literatura a través de unos 15 muros con sus trazos, acompañados de versos de escritores panameños.
De la experiencia, lo que más disfruta es poder hablar con las personas que pasan y la ven haciendo su trabajo.
"Claro que me encanta pasar y decir, 'mira, eso lo pinté yo', pero es otro tipo de placer. Creo que de todo lo que me voy a acordar, cuando tenga 90 años, si es que llego allá, es de lo que pasaba durante la elaboración", admite.
Es por eso que su mural más reciente, el de la Revolución Dule (en el Mercado de Abastos), lo considera "a nivel humano, indudablemente el mejor mural que yo he pintado en toda mi vida. No por el acabado sino por la experiencia de pintarlo ahí, con toda la gente que pasa por ese lugar", expresa.
Y es que encontró en la calle una galería en la que los espectadores no se cohíben para opinar de su trabajo e interactuar con ella. "No hay espacio en donde yo me sienta más apreciada como artista que en la calle”, dice ahora, pero hubo momentos en que la imagen del artista que expone en galerías y lo que ella hacía no concordaban.
El proceso
Para Martanoemí, dibujar ha sido su manera de relacionarse con el entorno. A los cuatro años empezó a pintar, y a los siete ya se preocupaba por la técnica. Su primer contacto con la literatura vendría a los 10, con un taller de escritura creativa con la escritora Henna Zachrisson. Es decir, todos los caminos apuntaban al arte, pero nada ocurrió de la noche a la mañana.
"Hay dos momentos. Uno en el que pienso, ‘puedo dedicarme a cosas derivadas del arte’, y otro en que digo: 'creo que me voy a autodefinir como artista", cuenta.
Vocación
Impartió talleres de pintura a niños a los 20 años. Y después fue profesora de artística en una escuela en el Terraplén, a los 25.
"Ha sido una de las experiencias más difíciles, hermosas y transformadoras de mi vida. Terminé ese año de maestra y me dije, "esto no es lo mío, yo no debo educar a ningún otro niño en mi vida. Crisis. No estoy haciendo las cosas como son", recuerda.
Necesitaba un cambio, empezar de nuevo, y lo hizo en Malasia.
A la tallerista que pintaba se le abría una nueva etapa como telón, literalmente. Consiguió un trabajo de pintar telones y terminó como escenógrafa un año en dos importantes teatros de Kuala Lumpur.
Con una senda por reinventar, regresó a Panamá en el momento justo para ayudar a su hermana Maritza Vernaza, con su nuevo proyecto, teatro Carilimpia.
"Desde que regresé, mientras trabajaba con mi hermana y con su socia, y con toda la experiencia de Malasia, me preguntaba, ¿con todas estas herramientas, qué es lo que quieres decir? Creo que desde el año pasado ya no soy una tallerista que también pinta, soy una artista, ese es mi trabajo”, concluye.
La artista encontró su voz. Los murales de Martanoemí están por diferentes puntos de la ciudad. Hablan de momentos históricos, de recordar, de protestar, y son producto de su investigación sobre la literatura panameña y la realidad social.
¿Cuál es el papel del artista en la sociedad?
No creo que haya uno solo. Siento que ahora hay un espacio para que la gente se acerque al arte desde distintas trincheras. Lo importante es que seas honesto contigo mismo.
¿Se considera activista social?
Sí, creo que todo mi trabajo es profundamente político, como todas mis acciones y las acciones de todos.
¿Tres retos como artista, como mujer y como joven?
Como artista, mantenerme honesta conmigo misma, porque uno tiende a distraerse con otras cosas. Como mujer, yo creía que era demostrar que las mujeres también pueden pintar en la calle, pero ese ya no es el reto. Ya no quiero demostrar que las mujeres también podemos, porque esa es una consecuencia natural del trabajo, no un reto. Y como joven, que te tomen en serio, que tu propuesta esté bien presentada para que tomen en serio tu trabajo y tu intención.
¿Siente la necesidad de mostrarse más fuerte para que la tomen en serio como artistamujer?
No sé si es algo que yo me estaba inventando, pero sentía en algunos momentos que tenía que mostrarme más agresiva o más fuerte para destacar y estar al nivel de los otros artistas, cuya mayoría son hombres. Eso fue hasta que hice mi exposición "La sonrisa vertical", en 2014. Era un proyecto muy íntimo en el que exploraba la femineidad. Fue determinante en el hecho de no querer ser como los hombres, sino estar desde lo femenino, que también es poderosísimo.
¿Hasta dónde le gustaría llegar?
Me gustaría viajar y conocer a más personas gracias a mi trabajo artístico. También ser agente multiplicador del trabajo que hago.
Proyectos futuros
La artista, que también explora la animación (primer lugar en el Festival de Cine Pobre 2014), espera respuesta de un festival en Francia por dos cortos que envió. Además, prepara un plan de murales sobre hechos históricos poco conocidos, y un proyecto comunitario para rescatar los orígenes de comunidades alejadas de la ciudad.
Pintar en un lugar público lleva el reto implícito de la hostilidad del espacio, el sol, la lluvia, el ruido del entorno, pero nada de eso es mayor que la satisfacción para Martanoemí.
Así lo siente cuando sus murales generan reflexiones, y puede que quienes los miren estén o no de acuerdo con lo que dicen los versos que plasma en las paredes, pero el diálogo ya es ganancia, y su arte, una forma de educar sin hablar.