NIÑOS. Tengo que comenzar el artículo diciendo que no me gusta el pindín (léase típico, tamborera o afines). Tampoco disfruto más de tres canciones seguidas de rap ni "reggaetón", y después de un rato, este tipo de música me da dolor de cabeza, igual que a mi esposo.Sin embargo, mis hijos, a quienes procuro ponerles géneros clásicos, barrocos y románticos —como Bach, Vivaldi y Mozart— han desarrollado una afinidad por el típico/tamborera, específicamente con la canción Mi pollera colorá.No basta comenzar a cantarla y aplaudirla cuando Jack comienza a moverse de un lado a otro y a dar vueltas como un montuno, con manitos al lado del cuerpo y todo.
Presumo que aprendió esto de la televisión, porque de sus padres no fue.Gretel, por su parte, se agarra de su pantalón, falda o lo que sea y comienza a menearse al ritmo de la música y reírse (algo poco común en ella, al tener el carácter más serio de todos).
Diego también baila (o mejor dicho, salta), y Peter se limita a aplaudir al ritmo de la canción, como dejando sentado que no le gusta bailar, pero igual quiere participar del relajo. ¿Qué tiene Mi pollera colorá que gusta tanto a mis hijos? La letra no es, dado que en mi familia nadie se la sabe bien y tendemos a inventar. Puede ser el ritmo, el son, o el hecho que, pese a tener poco más de un año, ellos ya están sacando el gen rumbero que les viene por ambos lados de la familia (dicen que es el gen de los Zubieta, heredado por la mayoría de sus tíos, tíos abuelos y bisabuelos).
O quizá me equivoque y sea el simple hecho de que es una actividad en grupo, un evento que se da con su familia, que siempre se la cantan y le celebran su baile o, como yo le llamo, el "reinado de carnaval". Con otras canciones hay un efecto similar, como Guararé, aunque no tan intenso como con la pollera. Estaré especulando, pero sí estoy aprendiendo —y sufriendo— desde ya sus gustos musicales, y estoy en alerta para cuando sean adolescentes. ¡Ojalá de aquí a allá el rock ácido haya muerto, sino pobre de nosotros!