Cuánto falta?, preguntó uno de los excursionistas. "Hasta el alto que se ve por allá, bajamos, subimos y ya", contestó Ernesto, el guía ngöbe.
Llevábamos tres horas de camino, faltaban cinco. Éramos siete caminantes. Habíamos salido a las 8:00 a.m. desde David, en la chiva de San Félix. Tras una hora de viaje, cambiamos de transporte. Nos apiñamos en el vagón de un pick-up taxi, seis adultos de cada lado y los niños en el medio.
Dos horas de tortuoso jamaqueo por un camino deplorable hasta la comunidad de Hato Chamí, en la comarca Ngöbe-Bugle.
Empezamos a caminar rumbo a Peña Blanca. El motivo: visitar algunas cuevas y ver los petroglifos de Cerro Venado. Supuestamente era un camino suave. "Yo lo hago en tres horas", decía el guía, "a paso de ustedes, de repente cinco horas".
El grupo poco a poco avanzaba. Los descansos eran cada vez más frecuentes, también las quejas. Luego de cada bajada esperaba una intensa subida. El castigo del sol solo era aliviado por el fuerte viento de verano. Pero el paisaje era impresionante, a la derecha, una infinidad de cerros. Más allá, el golfo de Chiriquí.
Entró la tarde. Era el último tramo. Dos de los excursionistas y el guía estaban bien por delante. Llegó la noche y el grupo rezagado, que caminaba a oscuras, quedó atrapado en el borde de un precipicio.
Dos linternas y un celular iluminaron a medias el resto del camino. Con tobillos adoloridos, ampollas en los pies, frío y agotamiento extremo llegamos al pueblo, donde se montó el campamento bajo un espectáculo de estrellas.
A la mañana siguiente supimos que hasta los petroglifos la distancia era de cuatro horas. Preferimos ir al río a bañarnos y pasar el rato. En la tarde salimos de regreso, caminamos tres horas, acampamos y al día siguiente llegamos a Hato Chamí.
No tuvimos tiempo ni energías para ver los petroglifos, quedó una excusa para volver.

