Sin haber jamás ido a su famoso progenitor en Cartagena, llegué a La Vitrola con grandes expectativas, como el Finn de Dickens.
Una de las palabras clave aquí es “grande”: el restaurante es grande, la decoración en grande, el cielorraso altísimo. Una banda toca en una esquina, “en grande” también, o sino en “muy alto”, equivalente sonoro. Al reservar, te preguntan si quieres estar cerca o lejos.
Como fui un día de semana relativamente temprano, no “disfrutamos” de los grandes decibeles, pero sí de la decoración (dicen que al son de tres millones de dólares) muy South Beach.
Las entradas: atún con láminas de aguacate y mango, regio. Carpaccio de res, muy bueno. Hamaca de camarones, rico el camaroncito al ajillo, fatal el pataconazo. Empanadas vietnamitas, demasiado masudas, pérdida de dinero.
Pedimos el risotto que a un RdT le pareció muy grasoso, pero yo aprecié su combinación de chorizo y mariscos con vegetales.
De los platos fuertes, se puede decir esto: tienen un cocinero diestro con la plancha, ya que todo lo que es proteína sale hecho al punto exigido, lo que me parece muy bien, pero las combinaciones de los platos en sí no son revolucionarias ni mucho menos.
Comfort food con un poquito extra, lo que no está mal, pero no es ningún wao. El filete de mero en jengibre prometía jengibre y hierbabuena que casi no se sintieron (la guarnición de arroz con coco estaba buena); las chuletas de cordero vinieron sobre una masacota fea de puré de papas, y por suerte tenía mis lentes con aumento de 3.25 para ver el “néctar de manzanas, menta y jengibre”.
Mi filete con mantequilla al queso azul: el filete perfecto, la mantequilla con queso azul, en dosis parsimoniosa. Las papitas al romero, non troppo romero.
De los postres, pedimos dos. Un pie de coco muy rico y una “tentación de Eloais”: finas láminas de milhojas azucaradas hacían paréntesis a una crema de mascarpone con albahaca, acompañadas de fresas en lascas. Tienen bar completo, lista de vino con un margen harto alto. En cuanto a la comida, la “tentación de Eloais” es lo único que me haría decir, a la Oliver Twist: “¿Me da más, por favor?” Dixit.