Tenía unos 12 años cuando mi padre me envió a pasar las vacaciones donde mis primos en La Villa de Los Santos. Dado que estudiaba en un colegio ubicado en la llamada Zona del Canal, las vacaciones caían en junio, época del Corpus Christi.
El tranquilo pueblo cobraba vida, una explosión de jolgorio al ritmo de pito (flauta), caja y tambor, acompañados por el acordeón, la churuca, la guitarra y las castañuelas.
También habían danzantes en vestimenta colorida cuyo baile era aderezado por detonaciones ensordecedoras de “montantes” (juegos pirotécnicos).
Recuerdo que mi primo Popocho y yo nos escurríamos entre la multitud, en busca de botellas vacías de seco que cambiábamos a real cada una, mientras por la calle pasaba un grupo de alegres “mojigangas” con su ritmo sabrosón.
En una ocasión, llevé una máscara de bruja, comprada por mi madre en el Gran Morrison de la 4 de julio. Popocho se disfrazó y dentro de una cajeta de zapatos colocamos un enorme sapo. Íbamos entre la gente, cobrando a quien quisiera ver, el misterio que había dentro: las mujeres gritaban, los niños corrían y los hombres reían.
Para ese tiempo, cargaba mi primera cámara, esas planas de 110mm, regalo de una tía, y empecé a fotografiar el festival. La semilla había sido sembrada y dentro mí crecía una enorme pasión por retratar las tradiciones del pintoresco pueblo de La Villa. A finales de los 1990, ya como reportero gráfico de La Prensa, regresaba cada año que podía, obsesionado en documentar cada aspecto del paraíso fotográfico que es la fiesta del Corpus Christi, un homenaje “vernacular a la fe”.
El rito
60 días después del Domingo de Resurrección, cae el jueves de Corpus Christi, día de la misa. Lo ideal es llegar el día antes, miércoles, y lograr la víspera del Corpus, cuando aparece La Diabla bailando al son del pito y el tambor pujador, quemando montantes y correteando chiquillos mal portados.
La calle frente a la Policía se vuelve un teatro. La Diabla saca de la cárcel a su esposo, el Diablo Mayor, luego busca a su hijo Caracolito, seguido del Diablo Capitán y a pleno mediodía inicia el rito de “cuartear el sol”. Después buscan al resto de la diablada y se reúnen en el gazebo del parque Simón Bolívar para festejar y firmar un pacto diabólico, que simboliza su dominio total del mundo y las estrellas.
Ese día se trasnocha y a la madrugada la Danza del Torito arrastra una alegre multitud a buscar al “Torito”, escondido en el barrio Doña Juana. Los jóvenes del pueblo lo buscan, lo encuentran, lo retan, lo insultan y ¡empieza la corredera! Mientras, el resto de los integrantes danza al ritmo del pito y la caja, entre cantos, salomas y zapateo a través del pueblo. Al salir el sol, el jolgorio se disipa y la Danza del Torito culmina en la casa de Denis de Arosemena para un brindis de rosquitas, queso blanco, bistec picado y café.
A todo esto, alrededor del parque nacen las coloridas alfombras de sal entintada, aserrín, afrecho y flores.
A golpe de 10:00 a.m., en las puertas de la iglesia colonial de San Atanasio, el Diablo Mayor junto a su diablada se rinde ante el Arcángel San Miguel y pide permiso para entrar a la misa. La danza del Gran Diablo entra, seguida por la Montezuma Española, la Montezuma Cabezona, las Enanas, los Gallotes, varios grupos de Diablicos Sucios y la Danza del Torito, todos bailando. A las otras danzas y personajes no se les permite entrar, al ser considerados “irreverentes”. Dentro del templo no cabe un alma más y el calor es infernal.
Terminada la misa, a eso del mediodía, sale la procesión del Santísimo Sacramento con las danzas detrás y le dan una vuelta al parque, parando en altares colocados en cada una de sus esquinas. Luego, las danzas recorren el pueblo, visitando algunas casas y danzando a cambio de comida, bebida y dinero.
Las festividades vuelven a arrancar el jueves siguiente, día de la Octava del Corpus, con un desfile de danzas infantiles. Luego el viernes, a las 5:00 p.m., grupos de diablicos sucios salen a desfilar en la gran Hora Cero del Diablico Santeño. El siguiente día, el más popular de todos, el día del turismo, todas las danzas junto a las danzas de otras provincias, incluso, de otros países, participan de un monumental desfile. Ese día, se vuelve a trasnochar, hasta el amanecer del domingo, día dedicado a la mujer santeña. Las mujeres se toman las calles y participan de las danzas, ya que, tradicionalmente, en las danzas del Corpus Christi de La Villa de Los Santos solo participan hombres. Y esa madrugada, en vez de buscar al torito, ¡buscan a la vaca!
Esta semana, la danza del Corpus Christi fue admitida como patrimonio inmaterial de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco). El espectáculo se basa en una treintena de danzas, en las que se combinan elementos de la liturgia católica con bailes.