Azuero se viste de fiesta. La Villa de Los Santos se ve alfombrada por incontables pétalos de flores a la espera de los danzantes de Lucifer. Una banda ensaya notas antes de la procesión, y el eco de las castañuelas anuncia la llegada de los “diablicos sucios”, que parecen desafiar a los devotos, vestidos con los disfraces más fantásticos y con las máscaras más diabólicas, adornadas con plumas de guacamayas rojas, aunque se halla en grave peligro de extinción.
Desde la llegada de la conquista española, la celebración del cuerpo y la sangre de Cristo, el Corpus Cristi ha sido dramatizado con una creatividad e imaginación impresionante. Fabulosas procesiones que escenifican a las fuerzas del bien, derrotando a las del mal han sido interpretadas de las formas más alucinantes por los indígenas de América Latina. Muchas adaptaciones de la “diabladas” se arraigaron en la cosmovisión de muchos grupos étnicos. Desde Perú y Bolivia hasta Centroamérica y El Caribe, la misma tradición de fe y paganismo hermana a los pueblos en una surrealista fusión de culturas y creencias.
En Panamá, al igual que en Bolivia, los diablicos o diabladas son parte inseparable de la cultura local, y en ambos países se está tratando de buscar alternativas para detener el uso de especies silvestres en los atuendos de los danzantes, preservando así el patrimonio cultural y natural.
En La Villa de Los Santos, son cada vez más los diablicos sucios que están suplantando las plumas de guacamayas, que usan para adornar sus máscaras, por plumas de faisanes asiáticos que son teñidas de rojo y lucen tan bellas como las de sus parientes en vías de extinción, que ya no se ven en los bosques panameños como antes.
VEA Diablicos redimidos