Ana Alfaro Especial para La Prensavivir+@prensa.comLa ironía es que esta frase, por más peyorativa que suene, esconde una gran verdad. Los rábanos sirven para algo más que sacar de apuros, para servir de decoración de segunda clase y último minuto. ¡Ah! Y sirven para más que alimentar caballos, también. Además, su pariente el horseradish (de donde me viene la conexión sináptica) es otro bicho totalmente distinto, más emparentado con el wasabi, ese otro miembro japonés de la familia del rábano. Aunque no "te suene", el rábano es parte de la familia de las crucíferas, o sea los repollos, mostazas, etc.
Su nombre científico es Raphanus sativus, y hace tanto tiempo que forma parte de la dieta del hombre, que no se sabe a ciencia cierta de dónde proviene. A falta de evidencia arqueológica, y aunque está presente en la literatura helénica y romana, según The Oxford Companion to Food, la mayoría de los botanistas creen que salió del occidente de Asia y que su ancestro era el Raphanus raphanistrum (recuerden que sativus se refiere a que es cultivado, no silvestre) pero existe una gran posibilidad de que se hayan intermezclado varias subespecies ya que se puede especular que hayan sido favoritas del jardinero doméstico por alcanzar su madurez a escasos treinta días de plantarse, y porque hay variedades que se dan en las cuatro estaciones.
Heródoto (Grecia, siglo V a.C.), que es más conocido por sus fábulas que por las historias verdaderas, decía que en la gran pirámide de Keops, en Egipto, había inscrito un texto sobre la cantidad extraordinaria de rábanos consumidos por los obreros que la construyeron. Si hubiera escuchado los intríngulis de nuestra política hubiera envidiado la imaginación fértil del relator.
Tengo esta imagen mental de un escribano trascribiendo un edicto: "El faraón ha declarado la obra de urgencia notoria, por lo que además de la ración de puerros y ajo, tendrán una ración extra de rábanos, pero solo si están inscritos en el partido; y a los tíos del faraón les tocan siete veces más que a los otros". Y al que le importara, ni modo, porque de seguro al faraón le importaba un rábano. Algunas cosas no cambian.
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