El mar estaba tranquilo y a lo lejos, en el horizonte, el sol saliendo poco a poco, bañando todo en dorado. En eso, un par de delfines saltan del agua justo al lado de la lancha, ¡qué buenos días más bárbaro!
Luego de una hora de placentero viaje el viento del norte despertó, transformando un momento de paz en un remolino de tensión. Las crecientes olas levantaban la embarcación para luego dejarla caer con un fuerte estruendo contra el mar seguido de gritos.
El capitán, tranquilamente, bajó la velocidad y maniobró a través de las olas. Al rato, apagó el motor. "La máquina ‘ta fallando, esa gasolina debe estar llena de arena", gritó.
Las olas "jamaqueaban" la lancha como un juguete, todos estaban en silencio. "Señor Herrera, cuenta un chiste" gritó uno de los tripulantes como para romper el hielo.
"Por aquí casi pierdo a mis dos hijos" cuenta Herrera, "salieron a ‘pescá’ pero se fueron muy lejos, por aquí mismo se les hundió el bote, con todo adentro, lo único que quedó flotando fue el tanque de gasolina medio lleno".
Ellos se aferraron al tanque, nadaron unas dos horas, llegaron a la costa todos pelados por la gasolina. Se levantó la conversa y ni cuenta nos dimos cuando ya estábamos en tierra firme.

