Este año, celebramos el 230 aniversario de la proclamación de la Constitución del 3 de mayo en Polonia. Fue la primera Constitución moderna en Europa y la segunda del mundo después de la estadounidense. Esta iba a reformar el régimen político del país -no obstante-, eso no impidió su destrucción por los vecinos hostiles.
Desde el final del siglo XV, el Reino de Polonia formaba una unión estatal con el Gran Ducado de Lituania; en los dos países reinaban los monarcas de la dinastía lituana de los Jagellones. A partir de 1569, aquella unión se convirtió en un estado federal llamado la República de las Dos Naciones, aliadas con la figura del rey, escudo, parlamento, moneda, política exterior y ejército comunes.
EL AUGE Y LA CRISIS DEL ESTADO POLACO-LITUANO
La República de las Dos Naciones fue un vasto país, situado entre el Mar Báltico y el Mar Negro (que en la primera mitad del siglo XVII su territorio abarcaba 1.153.000 kms²), desempeñando un papel preponderante en la Europa Central y del Este. Fue un estado multinacional en el que –aparte de los polacos y los lituanos–, vivían también los rutenos, judíos, alemanes, armenios y tártaros. Fue también un país de muchos credos, ya que además de la mayoría numérica católica, lo habitaban también los cristianos ortodoxos, los cristianos de rito greco-católico, los luteranos, calvinistas y otros protestantes, los judíos e incluso, los musulmanes. En comparación con el resto de la Europa de entonces -donde no faltaban las guerras religiosas-, su convivencia fue relativamente armoniosa porque todas las minorías confesionales gozaban de la tolerancia garantizada por la ley.
En la República de las Dos Naciones se formó un sistema político llamado «la democracia de la nobleza», ya que los derechos políticos los ostentaba la nobleza que constituía del 8% al 10% de la sociedad, o sea, mucho más que en la Europa Occidental. Cuando en 1572 se extinguió la dinastía de los Jagellones, fue precisamente la nobleza la que empezó a elegir a los reyes que dejaron de ser monarcas hereditarios. El poder de los reyes del estado polaco-lituano era muy limitado (por ejemplo, no podían imponer nuevos impuestos) y dependía de la voluntad del parlamento elegido por la nobleza, llamado Seym.
En el Seym regía el principio de la unanimidad: una ley para proclamarse tuvo que ser aprobada por todos los diputados; un solo voto en contra, llamado en latín liberum veto, la abortaba. En teoría, fue un principio muy democrático (hoy en la Unión Europea se usa el mismo sistema en algunas votaciones), ya que obligaba a los diputados a buscar consenso en cuanto a las posiciones políticas y el contenido de los actos legales que iban a promulgarse, pero con el tiempo se degeneró. Los diputados vinculados a las potentes y ricas familias nobiliarias o sobornados por las cortes vecinas, rompían las sesiones parlamentarias que frecuentemente acababan sin haberse promulgado leyes algunas. De esta forma el listado de los problemas del estado que no habían encontrado su solución iba alargándose. Faltaba dinero para mantener un ejército permanente y su administración. Las tentativas de reformar el sistema político emprendidas por los monarcas fracasaban porque la nobleza guardaba celosamente sus derechos que llamaba «la libertad dorada».
En la segunda mitad del siglo XVII, en consecuencia de las guerras y la caída de precios del trigo –que era su principal producto de exportación–, el estado polaco-lituano se sumergió en una crisis: la debilidad del poder central, un ejército reducido, la anarquía producida por la rivalidad entre las grandes familias y el apego de los nobles al sistema político ineficiente, convirtieron la República de las Dos Naciones en una presa fácil para sus agresivos vecinos absolutistas: Rusia, Austria y Prusia. En 1772, estas tres hostiles potencias llevaron a cabo el primer desmembramiento del estado polaco-lituano, quitándole una tercera parte de su territorio y población.
LAS REFORMAS
Las élites del país empezaron a reformar el Estado. Se establecieron instituciones nuevas, como la Comisión de la Educación Nacional, que reorganiza el sistema escolar y educacional o La Escuela de los Caballeros, que educaba a los oficiales y buenos patriotas; uno de sus alumnos era el general Tadeusz Kościuszko, el futuro héroe de la Guerra de Independencia de los Estados Unidos y dirigente de la insurrección polaca contra la invasión rusa de 1794.
Estas reformas fueron patrocinadas por el último rey de Polonia, Estanislao Augusto Poniatowski quien debía su trono a la protección de la emperatriz rusa Catalina II (en su juventud había sido su amante) y era un político flojo, pero cuidaba mucho la vida económica e intelectual del país, apoyando generosamente a los artistas y científicos. Se hacía cada vez más popular la idea divulgada por el Partido Patriótico, dirigido por dos grandes familias aristocráticas –los Czartoryski y los Potocki–, de transformar el estado polaco-lituano en una monarquía hereditaria al estilo inglés.
A finales de los años 80 del siglo XVIII llegó una mejor coyuntura política; Rusia se involucró en las guerras contra Turquía y Suecia y acató ciertas reformas limitadas en la República de las Dos Naciones. Las emprendió el llamado Seym de los Cuatro Años que empezó en 1788. En sus sesiones, no se usaba el principio de liberum veto y todas sus decisiones se aprobaban por la mayoría de los votos. Así se promulgó, entre otras, el aumento del ejército hasta 100 mil soldados y los impuestos para este fin, así como una ley sobre las ciudades que fortalecía la posición de la naciente burguesía.
LA PROCLAMACIÓN DE LA CONSTITUCIÓN
En diciembre de 1790, Estanislao Augusto Poniatowski, sus consejeros y los representantes del Partido Patriótico empezaron a discutir en secreto el cambio del sistema político del Estado, analizando entre otras la Constitución estadounidense y la legislación revolucionaria de Francia. La redacción del texto de la Constitución acabó a finales de abril de 1791 y de hecho, su autor era el rey. Para su aprobación se aprovechó la circunstancia que la mayoría de los diputados opositores no habían regresado todavía de sus vacaciones de Pascua. Para más certeza de que los diputados más conservadores no lograsen volver a tiempo, el reinicio de la sesión parlamentaria se adelantó dos días, fijándose para el 3 de mayo de 1791.
El 3 de mayo de 1791, el Castillo Real de Varsovia en el que debatía el parlamento, fue rodeado por el ejército y la muchedumbre que demandaba la proclamación de la Constitución. Del mismo modo se comportaba el público que asistía a la sesión: para convencer a los 182 diputados (de unos 500 en total) que la patria estaba en peligro, se leyeron los mensajes inquietantes de las capitales vecinas; luego comenzó un debate agitado, pero no se llegó a la votación. Uno de los diputados llamó al rey Estanislao Augusto Poniatowski a hacer juramento de la Constitución. El rey levantó la mano señalando que quería tomar la palabra; la mayoría de los presentes interpretó este gesto como su aprobación de la Constitución. Se leyó el texto del juramento y el monarca lo repitió con una mano sobre el Evangelio. Entre vítores y gritos de «El rey con el pueblo, el pueblo con el rey», la multitud llevó en sus brazos al monarca y a los líderes parlamentarios a la catedral de San Juan donde se repitió el acto de juramento. La Constitución se hizo realidad a pesar de las protestas de la oposición.
La Constitución del 3 de Mayo eliminó los principales defectos del sistema político del estado polaco-lituano: la libre elección del monarca y el liberum veto y a su vez, introdujo un estado unitario, la división montesquiana de poderes –poder legislativo, ejecutivo y judicial–, la monarquía hereditaria, la responsabilidad del gobierno ante el parlamento y una legislatura parlamentaria de dos años. Garantiza también los derechos ciudadanos a la burguesía y la protección gubernamental a los campesinos, aunque no limitó su dependencia de los terratenientes ni su deber de prestarles su trabajo. Sin embargo, hay que recordar que no era una Constitución plenamente democrática, propia de un estado moderno, sino una constitución de un estado estamental, en el cual, el poder político pertenecía a la nobleza.
Su proclamación fue recibida con enormes esperanzas. Lo testimonia el manifiesto firmado por los presidentes del parlamento, Małachowski y Sapieha que rezaba: «Nuestra patria está salvada; nuestros derechos están garantizados. A partir de este momento somos una nación libre y soberana. Han caído las cadenas de la servidumbre y de la anarquía...».
LA INVASIÓN RUSA Y LA CAIDA DE POLONIA
Rusia –que había acabado sus luchas con Suecia y Turquía–, no iba a tolerar la soberanía de Polonia. Aprovechó a un grupo de traidores que habían pedido a la emperatriz Catalina II su ayuda para restaurar «la libertad dorada» y abolir «la tiranía» constitucional. La intervención militar rusa llegó en mayo de 1792, un año tras la proclamación de la Constitución del 3 de Mayo. El ejército polaco-lituano luchaba ferozmente, pero no pudo contener a las tropas enemigas, mucho más numerosas y bien curtidas por sus guerras recientes. Para colmo de males, el rey Estanislao Augusto (quien no veía sentido en prolongar la lucha), pasó al campo de los traidores. La obra del 3 de Mayo fue destruida y muchos de los autores y partidarios de la primera Constitución polaca tuvieron que emigrar.
En 1793, Rusia y Prusia arrancaron nuevas partes de Polonia. Los polacos se levantaron una vez más para luchar por su independencia en 1794 en una insurrección dirigida por Tadeusz Kościuszko. El levantamiento fue bañado en sangre por los ejércitos de Rusia y Prusia. Un año más tarde tuvo lugar el tercer desmembramiento de Polonia y el país fue borrado del mapa de Europa por 123 años.
EL SIGNIFICADO Y LA MEMORIA DE LA CONSTITUCIÓN DEL 3 DE MAYO
La Constitución del 3 de Mayo perduró apenas un año y no logró fortalecer el Estado lo suficiente para evitar su caída. Sin embargo, permaneció en las mentes y los corazones de las generaciones siguientes de los polacos como el símbolo de un patriotismo ilustrado, así como de su voluntad de conservar la independencia y la construcción de un estado moderno. Fue un punto de referencia para muchísimos escritores, poetas, pintores, juristas, políticos, conspiradores, soldados y líderes de los levantamientos posteriores.
El profesor Norman Davies, insigne historiador británico, en su libro Europe: A History, caracterizó la primera Constitución polaca así: «Fue un acto que proclamaba leyes que constituían la tradición polaca; una encarnación de todo lo ilustrado y progresista del pasado de Polonia. Sigue siendo un monumento a la voluntad del pueblo de ser independiente y una acusación perenne de la tiranía de las potencias agresoras».
Después de la recuperación por Polonia de su independencia en 1918, el día 3 de Mayo se convirtió en su Fiesta Nacional. Esta fiesta fue liquidada después de la Segunda Guerra Mundial, cuando el país fue gobernado por los comunistas instalados por Iósif Stalin. Para ellos, este símbolo de la soberanía e independencia de Polonia de su vecino oriental era inadmisible. La fiesta fue restablecida en 1990 tras la abolición del sistema comunista. El día de la proclamación de la Constitución del 3 de Mayo se celebra también en la República de Lituania. En 2016, la Constitución del 3 de Mayo fue declarada por la Comisión Europea como uno de los hitos del Patrimonio Europeo común.