En septiembre de 1939, la Alemania nazi -en alianza con la Unión Soviética-, agredió a Polonia; iniciando así, la segunda guerra mundial: el conflicto más sangriento de la historia. Entre todas las desgracias sufridas entonces por Polonia, se destaca en particular la tragedia de unos 3 millones de ciudadanos polacos de origen judío, que conforme a la ideología criminal y demente del nacionalsocialismo alemán han sido destinados, primero, a la explotación como una fuerza de trabajo gratuita, y luego a su exterminación física. Su situación dramática empeoró drásticamente en 1942; por un lado, a partir de la conferencia nazi de Wannsee en la cual se forjó el plan de la “solución final de la cuestión judía” -un genocidio que hasta entonces se había llevado de modo caótico-, iba a convertirse en un exterminio metódico y total. Y por otro lado, después del ataque del Tercer Reich a la URSS en junio de 1941, los alemanes atraparon a muchísimos judíos polacos que vivían en la parte de la Polonia ocupada en 1939 por la Unión Soviética o que habían logrado escapar allí de las tierras polacas conquistadas por los nazis.
Desde el primer momento de la ocupación alemana, Polonia luchó ferozmente contra el enemigo; su gobierno se evacuó de la Polonia ocupada a través de Rumanía a Francia y cuando ésta capituló en junio de 1940, se trasladó a Londres. Desde allí dirigía a distancia la resistencia polaca, responsable también del socorro prestado a sus compatriotas judíos. Se les ayudaba de varias formas: escondiendo a la gente, brindándoles ayuda material y militar, ejecutando a los criminales que los delataban con los alemanes, pero también preparando los informes destinados a los aliados occidentales que documentaban la magnitud del genocidio perpetrado en tierras polacas por los nazis. Todas estas actividades suponían un riesgo enorme: aún en 1941, las autoridades ocupantes alemanas promulgaron un decreto que sancionaba con la pena de muerte cualquier socorro a los judíos, incluso algo tan simbólico como ofrecerles un pedazo de pan.
Los inicios del grupo de Ładoś
Pronto, los esfuerzos mencionados se completarían con una ayuda diplomática inusual. Como era de esperar, todos los documentos que el gobierno polaco de Londres pudiera ofrecerles a los judíos eran inútiles. Es que según la doctrina oficial alemana -y la soviética hasta junio de 1941-, Polonia dejó de existir como sujeto del derecho internacional. Solicitar una ayuda diplomática oficial a un país tercero suponía para aquel graves problemas. Los aliados del Tercer Reich temían la reacción de Berlín y los países neutrales tampoco querían irritar a la bestia o simplemente, mostraban su desinterés.
Sin embargo -en la mar de la crueldad e indiferencia de aquel entonces-, hubo casos de una actitud realmente heroica, como la del cónsul japonés en Kaunas, Chiune Sugihara, quien a pesar de las instrucciones de Tokio, proporcionaba de visados japoneses a los judíos que no podían abandonar Lituania después de su anexión con la Unión Soviética. Puede que su ejemplo inspiró a Aleksander Ładoś, el legado polaco en Berna desde 1940 y a sus compañeros, para equipar a los judíos polacos encerrados en los guetos creados en la Polonia ocupada por los alemanes, de pasaportes ficticios de países terceros que pudiesen salvarles la vida. Los más idóneos para este fin eran los pasaportes de los países latinoamericanos que eran neutrales y quedaban lo suficientemente lejos para que el Tercer Reich pudiera hacerles algún daño.
Para conseguir este objetivo se necesitaban dos elementos: los canales diplomáticos que permitiesen la fabricación de los documentos fidedignos – esto lo aseguraron los diplomáticos polacos dirigidos por Ładoś– y las listas con los datos personales de los judíos, para que los pasaportes falsos se asignaran a las personas reales (a veces, a un par de personas auténticas por un solo documento), que ajustaron los representantes de la comunidad judía. Pronto se formó un grupo polaco-judío al que pertenecieron:
- Aleksander Ładoś, diplomático de carrera, legado polaco en Suiza, quien coordinaba y supervisaba la fabricación de los pasaportes, proporcionándole a la vez una protección política;
- Stefan Ryniewicz, adjunto de Ładoś, jefe de la sección consular de iure, quien entabló la cooperación con la organización judía Comité de Ayuda a las Víctimas Judías de Guerra RELICO y rellenó con su propia mano algunos documentos;
- Konstanty Rokicki, jefe de la sección consular de facto, quien en los años 1941-1943 emitió personalmente cerca de mil de pasaportes paraguayos;
- Juliusz Kühl, agregado de la Embajada de origen judío, asistente informal de Ładoś, responsable de los contactos corrientes con las organizaciones judías y el Consulado de Paraguay en Berna;
- Abraham Silberschein, fundador de RELICO, responsable de la confección de las listas de personas que iban a obtener un pasaporte;
- Chaim Eiss, fundador de la organización ortodoxa judía Agudat Israel, quien proporcionaba los datos personales para los documentos latinoamericanos y conseguía los recursos para su compra.
Modo de operar
Aunque la manera de fabricar los pasaportes para los judíos amenazados de muerte no se conoce aún en todo su detalle, podemos rescontruirla en líneas generales; primero, hubo que coordinar dos acciones: instalar las redes de los informantes en los guetos para conseguir los datos indispensables en cualquier pasaporte y asegurar un suministro regular de los documentos en blanco.
El papel más importante en toda la operación lo jugaron los pasaportes paraguayos, conseguidos por Ładoś y su grupo en gran número gracias a Rudolf Hügli, Consul Honorario de Paraguay en Berna; como ciudadano suizo y jurista acomodado, Hügli no arriesgaba gran cosa si el gobierno de Asunción se enterase de su comercio con los pasaportes. Paradójicamente, su avidez también fue muy útil. Por cada pasaporte en blanco, el grupo de Ładoś -a menudo con la ayuda financiera del gobierno polaco en Londres-, le pagaba inicialmente 2 mil francos suizos que era más de lo que cobraba mensualmente el embajador Ładoś. Luego, cuando la operación se intensificó, el precio bajó a 500 francos, pero los documentos en blanco suministrados por Hügli seguían siendo originales e impecables. Los pasaportes adquiridos los rellenaba el cónsul Rokicki y luego volvían al cónsul Hügli quien los firmaba y estampaba oficialmente.
En principio los pasaportes no se enviaban a Polonia, sino se guardaban en Berna. Los judíos que acababan de convertirse en los «ciudadanos» de Paraguay, Honduras, Perú o Haití, obtenían una carta oficial que les comunicaba su nueva identidad nacional y un certificado notarial de la autenticidad y validez de su pasaporte; de este modo, los beneficiarios de la operación –inicialmente solo en Polonia ocupada y luego en otros países, incluido el Tercer Reich (sic)–, podían defender su «ciudadanía» ante las autoridades alemanas y contar con que, en vez de ser asesinados -por ejemplo en Auschwitz-, irían a un campo de internamiento para los ciudadanos de los países neutrales. Y esto brindaba una oportunidad real de sobrevivir.
Sin embargo, no siempre los pasaportes latinoamericanos pudieron ayudar. Por ejemplo -en la primavera de 1943-, durante la insurrección del gueto de Varsovia, los alemanes que se habían apoderado de cierto número de pasaportes latinoamericanos, probablemente habiendo asesinado a sus propietarios, prepararon una trampa ofreciéndoselos a los judíos ricos con una promesa de enviarlos a los campos de tránsito en Vittel (Francia) y Bergen-Belsen (Alemania), por el precio adecuado. Aunque de hecho, aquellos judíos fueron enviados inicialmente a dichos campos, al final acabaron en los campos de exterminio donde fueron asesinados.
El ocaso de la operación
Los alemanes pronto se dieron cuenta de que el número tan grande de judíos con la «ciudadanía» de algún país latinoamericano en Polonia ocupada no podía ser más que un timo. Sin embargo, siguieron la corriente tratando a aquellos judíos «naturalizados» como posibles rehenes que podrían cambiarse por los ciudadanos del Tercer Reich capturados por los aliados. Al principio de 1944 la situación varió; ya era claro que más tarde o más temprano, Alemania iba a perder la guerra. No cabía también la menor duda que eran más bien pocos los ciudadanos del Tercer Reich en poder de los aliados que tuviesen ganas de volver a una Alemania que iba a asumir toda la responsabilidad por la Segunda Guerra Mundial. El «valor de intercambio» de los judíos con los pasaportes latinoamericanos bajó muchísimo, tanto es así que en la cúpula de las SS mandaban cada vez más los partidarios de un exterminio incondicional del pueblo judío. La acción de los diplomáticos polacos llegaba a su fin; hay que subrayar que su labor no hubiera sido tan eficaz sin la posición de Paraguay, que cuestionado oficialmente por los alemanes acerca de la autenticidad de sus pasaportes emitidos en Berna, los reconoció como suyos.
Conclusiones
«Los pasaportes a la vida», como los llamaban, salvaron del Holocausto a muchas personas. Según la estimación del Dr. Jakub Kumoch -ex-embajador de Polonia en Suiza y gran conocedor del tema-, entre los años 1941-1943, Aleksander Ładoś y sus colaboradores emitieron al menos 1006 pasaportes paraguayos, 751 pasaportes hondureños y varias decenas de pasaportes peruanos y haitianos que pudieron ser «legalmente» utilizados por cerca de 10 mil personas, cuyo destino en su mayoría se desconoce. De acuerdo con la investigación de archivos realizada desde Israel hasta los Estados Unidos, se ha podido comprobar indudablemente que gracias a estos documentos falsos sobrevivieron 796 personas y si usamos la llamada «tasa de supervivencia», este número puede elevarse, con mucha cautela, a 1200 -1300 personas. De todos modos, la postura de los seis miembros del Grupo de Berna merece la mayor admiración y respeto, conforme a lo que dice el Talmud de Babilonia: «El que destruye una vida, destruye al mundo entero. Y el que salva la vida de un ser humano, ha salvado a todo el mundo».