El teatro panameño está lleno de mucho potencial. En los últimos nueve meses he asistido y comentado sobre obras repletas de energía y valiosa intencionalidad. Pero muy pocas de ellas logran sus objetivos. Algunas se toman demasiado en serio a ellas mismas o, peor, desconfían de su público y solo se atreven a nadar por la orilla.
Mujeres apasionadas, en cartelera hasta este 4 de septiembre en el Moliere Petit Studio, nos muestra cómo con pocos recursos se puede explotar el potencial del teatro, nadando hacia lo desconocido sin guardar energías para el regreso.
Esta propuesta argentina consiste de tres unipersonales o monólogos interpretados por tres actrices en las tres salas del Moliere. En la primera sala, conocemos a la primera apasionada, Paloma, una mujer después de un ataque de nervios (interpretada por Zuleika Esnal).
Luego el público es guiado a la segunda sala donde nos recibe en canto Patricia Tiscornia para presentarnos a su Mariana, basada en la Mariana Pineda de Federico García Lorca.
El recorrido termina con la historia de una ama de casa en la década de los cincuenta interpretada por Valeria Tercia.
Aunque los tres monólogos tienen vida propia y no comparten una trama en común, los une el incómodo e intenso sentimiento de encarcelamiento que producen. Las tres mujeres se nos presentan en las pequeñas salas del Moliere como fieras amansadas y enjauladas en sus pequeños mundos.
Con un vaivén desesperante, tratan de buscar una salida que saben no encontrarán. La propuesta juega con la idea de que estas cárceles fueron creadas y reforzadas por ellas mismas. Pero entre un generoso Diego Maradona, pétalos de rosa en vuelo y una planta marchita poco a poco descubrimos quiénes son los carceleros y dónde guardan las llaves.
Quizá lo más impactante de la propuesta no sea su tema, sino la variedad y efectividad de los estilos de actuación de las tres actrices.
La Paloma de Zuleika Esnal nos brinda sus parlamentos con una frescura y descaro que sugiere que todo el drama que arma por el aleteo de una paloma en su balcón se le acaba de ocurrir allí mismo enfrente de nosotros.
Por su parte, la Mariana de Patricia Tiscornia nos captura con versos precisos, tonos de voz arrolladores, y pequeños movimientos de dedos que revelan mil secretos. Quizá la sala del Moliere es muy pequeña para la intensidad de este unipersonal en particular, pero Tiscornia aprovecha el espacio al máximo para involucrar al público en su propuesta.
Sin duda, el trabajo actoral más impactante es el de Valeria Tercia. Su ama de casa en ruinas es construida con sencillez y aplomo usando una gran gama de recursos actorales. Tercia se apoya en un juego de luces simple pero efectivo, en imágenes sobre la pared que complementan las historias de opresión que nos cuenta y un bolero que saca lágrimas.
Mujeres apasionadas les haría creer que esto de montar una obra de teatro no tiene mucha ciencia. Pero ese es el gran truco del buen teatro. Con un uso eficiente de recursos técnicos, las tres actrices se comunican con su público tratándolos de tú a tú, sin pretender ser lo que no son. Gozando plenamente de los muy efectivos textos de sus monólogos, las actrices nos regalan lo que se siente ser una mujer en busca de sí misma.

