INICIOS I Fue en marzo del 2002 cuando empecé a publicar esta columna. Siempre en domingo, al inicio semanalmente, luego cada dos semanas, con el tiempo se fueron juntando casi centenar y medio de escritos: desde las diminutas arañas de las esquinas, a los guayacanes en flor, las migraciones de rapaces de octubre-noviembre, los azulejos y sangre de toro, las semillas que llevadas por el mar arriban a las playas cercanas a la ciudad… ¡Sobre muchísimos temas hemos compartido!
EL DEBER I Cada vez que fue posible incluí información sobre estudios de mi institución, el Smithsonian, realizados en el país. Así es nuestro mandato institucional: "Aumentar y difundir el conocimiento entre los seres humanos". Mucho me satisface haber cumplido con él a través de esta columna.
HASTA LUEGO I Ahora me despido, pues he decidido llegar hasta aquí, en lo que espero sea solo un descanso para luego volver. Ha sido muy bueno saber de tantas personas que leyeron y apreciaron estos artículos: gracias por su atención, por su paciencia, y por la oportunidad de aportar a la construcción de un hábitat con la calidad de vida que todos merecemos. Que merecemos "por el simple hecho de haber nacido", como decía Chuchú.
LECCIONES I He aprendido que un buen porcentaje de los habitantes urbanos (que son la mayoría: el 62% de la población nacional según el censo del 2000), está dispuesto a saber más sobre los "otros habitantes". Muchas veces, como tantas veces, es un asunto de oportunidades.
VIVENCIAS I Recuerdo bien cuando buscaba información sobre la hierba limón (Cymbopogon citratus), ¡cuánta no fue la reacción de las personas a quienes pregunté! Héctor Collado, poeta amigo, me escribió: "Me recuerda la infancia, los días en el campo, las vacaciones de verano cuando en las tardes la abuela preparaba infusiones de la olorosa planta. Aún hoy me hace regresar a aquellos lugares o me devuelve a la infancia, que es ese tiempo en que las madres son bellas, los abuelos aún viven y uno puede hacer magia con el tiempo y convertir los árboles y los arbustos en fortalezas inexpugnables o monstruos fabulosos". Terminé aquel artículo con esta reflexión: "¿Qué precio dar a esas plantas o animales que son nuestros vecinos y forman parte sustancial de la memoria personal y colectiva? Aunque el mal desarrollo borre a su paso los bosques cercanos a la ciudad, o parcele hasta el mar; aunque absortos ante la insulsa TV perdamos la vida real: siempre —sepámoslo o no—, vamos a requerir de la naturaleza y de lo que ella nos evoca". Sigo convencido de todo esto.
ACTIVISMO I En estos tiempos postmodernos hay real urgencia de defender lo que es público, lo que es de todos, de los que estamos aquí y de los que vendrán mañana: los parques de la ciudad, el borde del mar, los bosques cercanos, los sitios donde caminar sin el temor que nos aplasten los carros, el paisaje y su hermosura libre de contaminación visual. Y las cosas se defienden mejor cuando se las conoce más y entonces se las aprecia con mayor fundamento: esa ha sido la motivación de esta columna.
FINALMENTE I Gracias al personal de La Prensa, en especial a Roberto Quintero, Eva Aguilar y Wendy Tribaldos. Y a todos ustedes, amigos lectores. Ya nos reencontraremos.