Venta de cruces

Venta de cruces


A las 8 de la mañana nos espera puntualmente Melesio en el sitio convenido. Conocedor y explorador de los caminos canaleros por más de 30 años, será nuestro guía para visitar las principales ruinas de piedra aún visibles en el antiguo Camino de Cruces: Venta de Cruces, que sirvió de embarcadero en el río Chagres por 300 años para cientos de miles de viajeros y mercancías que se trasladaban entre Europa y la costa oeste de Suramérica, como paso estratégico del imperio español.

En el muelle de Gamboa negociamos el traslado en bote al punto en la selva en el cual se adivina, o se debería adivinar, la existencia del antiguo poblado.



“La mitad de Cruces quedó sumergida cuando el río Chagres fue represado, formando el lago Gatún”, advierte Melesio. La monumental obra del canal borró para siempre la ruta colonial fluvial, pero dejó intocables restos del emplazamiento en las colinas, cubiertos por espesa selva.  

Luego de pocos minutos de navegación frente al hotel de Gamboa, el botero busca afanosamente dónde tocar tierra. “Hay mucha basura”, dice refiriéndose a la proliferación de plantas acuáticas que amenazan al motor fuera de borda de su panga. “Solo la ACP tiene el equipo para limpiar el área y permitir el acceso”, remata. Finalmente, nos deja al pie de una elevación con caminos empinados, que hay que superar con cuidado. Cinco minutos más tarde se descubren ante nosotros, majestuosas, las ruinas perdidas en la tupida selva.

Hay que tener imaginación para visualizar el antiguo poblado hoy tomado por la naturaleza bravía. Una calzada parece surgir de las entrañas del Chagres hacia la altura que nos acoge bajo el dosel de los árboles, tan lujuriante que no permite el paso de los rayos solares. Los escalones de piedra, esbeltos y finamente tallados, sugieren un esplendor que Cruces nunca conoció. El sitio es flanqueado por muros bajos de piedra que delimitaban propiedades. Aquí y allá, se asoman, como implorando ser reconocidos, restos de piedras amontonadas, encerradas en su soledad por las raíces implacables de la mega flora canalera.

En 1536 se autorizó a la Municipalidad de Panamá a construir un almacén en Venta Cruz o Villa de Cruces, como punto de trasbordo de mercancías en el Camino de Cruces. El poblado marca el inicio del tramo terrestre desde y hacia la ciudad de Panamá. En Cruces  atracaban hasta 30 chatas y bongos especialmente habilitados para transitar las traicioneras curvas del río desde y hacia el puerto de Chagres en el Caribe, protegido de los corsarios por el Fuerte de San Lorenzo.

Relata la catedrática española María del Carmen Mena García: “la Venta de Cruces disponía de cuarenta y siete cámaras en donde se depositaban las mercancías bajo la custodia de un Alcaide, quien las hacía anotar en un libro de registro para luego devolverlas a sus dueños previo pago de los correspondientes aranceles”.

Casi al final del dominio español en 1790, según las investigaciones llevadas  a cabo con relación a la expedición científica de Malaspina del Rey Carlos IV, Cruces contaba con 500 habitantes en 76 casas, de las cuales solo 15 ó 16 tenían techos de teja, y una iglesia. Sus habitantes vivían en la miseria, dedicados principalmente a la navegación de las chatas y bongos. En sus alrededores había “pequeñas haciendas con ganado, arroz, maíz y plátano”, según relatos de la época.

Con la firma del Tratado de 1903, las ruinas cayeron bajo jurisdicción norteamericana. Por primera vez en casi 400 años, el acceso de panameños quedó vedado. El sitio fue evacuado de pobladores antes de represar el Chagres, pero fue explorado y visitado por norteamericanos por 80 años.  

Felizmente, este valioso patrimonio cultural panameño retornó a la nación hace tres décadas; infelizmente, es poco lo que hemos hecho para su puesta en valor. Un esfuerzo de particulares para despejar el sitio y volverlo accesible  a visitantes fue prontamente cancelado por una anterior administración de Patrimonio Histórico, que vio en ello una inverosímil acción de “huaqueo”, sin reparar en que el sitio ha sido público  desde su fundación. Cruces quedó nuevamente condenado al olvido, acaso para que alguna generación futura se ocupe de él.

Una Dirección de Patrimonio Histórico actual más consciente de su papel -y también de sus limitaciones presupuestarias- ve favorablemente apoyos privados o  de patronatos siempre que cuenten con la indispensable aprobación de la Comisión de Arqueología y Monumentos Históricos. Declara Ariana Lyma Young, su directora: “el Camino de Cruces, que incluye el Sitio de Venta de Cruces, es parte integral del eje transístmico colonial del cual forman parte también Portobelo y el Fuerte San Lorenzo, y que Panamá está sometiendo a la Unesco para su declaración como Patrimonio de la Humanidad”. Se respiran aires de renovación.

Aparte de su valor para la nación, el potencial turístico es inmenso. Las nuevas tendencias de turismo sostenible apuntan a proveer un balance entre cultura, aventura y naturaleza, mantenido por los ingresos generados por los propios visitantes. La gira de medio día desde la capital ofrece todo ello.

El Parque Nacional Soberanía, donde se asienta Venta de Cruces, es un paraíso de aves, mariposas y exuberante bosque tropical húmedo. Para los senderistas, Venta de Cruces marca el inicio del histórico empedrado del Camino de Cruces hasta la ciudad de Panamá. Para quienes aprecian la interrelación entre culturas, el espléndido paseo en bote desde el muelle de Gamboa lleva también a aldeas emberá, río arriba. Los europeos y anglosajones en particular apreciarán visitar el sitio donde las huestes de Henry Morgan reposaron por una semana en enero de 1671, antes de su cita con la historia en la destrucción de  la ciudad de Panamá. Para los norteamericanos, esta es la ruta de los “FortyNiners” que cruzaban el istmo para llegar a la California del “Gold Rush”, en la que también dejaron su impronta.

¿Quién dice que en Panamá no hay nada que hacer? Toda la narrativa de Panamá como país de aventuras, cruce de culturas y puente del mundo se resume en este maravilloso sitio escondido en la selva.

Un Parque Arqueológico Venta de Cruces solo necesita un atracadero adecuado, un sendero bien construido y señalizado, un albergue de interpretación del sitio, y establecer un balance entre naturaleza y ruinas, como se hizo en Panamá La Vieja (y Tikal y Chichén Itzá). Una generación de estudiantes de turismo aportaría entusiasta sus servicios de guía. El servicio de botes sería regular y de alta calidad, proveyendo empleos bien remunerados. Pocos fondos; solo mucho interés y mantenimiento. ¡Procedamos, pues!

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