La industria turística internacional está en plena metamorfosis. En 2017 creció a un saludable ritmo de 7%, alimentada por su llamada “democratización”: pasajes y estadías económicas que atraen como mágico talismán a millones de ciudadanos del mundo que antes no podían costearse una vacación fuera de sus fronteras.
Esta revolución se ha desarrollado a la par del crecimiento del denominado “turismo cultural”: los viajeros ya no se satisfacen con conocer grandes ciudades, rascacielos o parques temáticos. Los turistas de hoy buscan experiencias únicas, basadas en el contacto con otros pueblos y costumbres. La gastronomía, la naturaleza, la historia y la sensación especial de hacer cosas fuera de lo común hoy empujan a los turistas a atisbar nuevos horizontes, a explorar nuevas rutas.
Un reducido pero afortunado grupo de países ostentan caminos centenarios a campo abierto, construidos con inteligencia y perseverancia por poblaciones de antaño. Ellos son rutas de peregrinaje por los viajeros de hoy, reacios a caer en la abulia. Quizás el más famoso y reconocido es el Camino de Santiago, en España.
La ruta jacobiana, en estricto apego a la verdad, no es solo española. Los caminos que llevaban a los fieles a Santiago de Compostela empezaban en toda Europa Occidental para cruzar los Pirineos. El gobierno regional de Galicia ha sabido capitalizar esto, convirtiendo una reliquia del cristianismo en un ícono del nuevo turismo internacional en búsqueda de espiritualidad.
A lo largo del Camino de Santiago abundan los pequeños hoteles y puestos de descanso. Proliferan también las pequeñas empresas familiares que llevan los equipajes de los caminantes hasta el próximo pueblo en el camino. Los trayectos son personalizados para cada tipo de viajero, promediando unas cinco horas de camino diario. El total de días disponibles de cada explorador marca así el pueblo de inicio del peregrinaje hasta llegar a Santiago. El viajero recibe un certificado de terminación de su travesía espiritual ---un “gimmick” poderoso que publicita la ruta en el país de origen de quien la completa.
En América, la ruta más promovida en años recientes es el Camino del Inca. Aunque esta maravillosa obra prehispánica se extiende desde Quito hasta Argentina, su tramo más conocido -y promocionado- es el que lleva del Cusco a Machu Picchu.
El gobierno peruano ha sabido promoverlo con inteligencia. Un máximo de 500 viajeros es admitido en paquetes de dos y cuatro días que el turista debe comprar en una agencia autorizada. Como en España, se ofrecen los servicios de traslado de las pertenencias de los caminantes. El Camino del Inca ha sido determinante en el exponencial crecimiento del turismo en Perú, apalancado sobre su cultura milenaria y su gastronomía.
Otras rutas de menor importancia cruzan América: el Camino Real de Tierra Adentro, en México, unía la capital mexicana con Santa Fe, en Nuevo México en tiempos de la colonia. Hoy es poderoso imán para exploradores tanto mexicanos como norteamericanos. Más reciente pero no menos concurrido es el Appalachian Trail, que va desde Maine hasta Georgia en Estados Unidos, siguiendo las crestas de los Apalaches.
¿Y Panamá? Nuestro país también está bendecido por contar con caminos ancestrales. En medio de nuestra lujuriante naturaleza se encuentra el Camino de Cruces, desde el río Chagres hasta la ciudad de Panamá. Esta es la ruta por la que Suramérica y el Viejo Continente se conectaron por tres siglos. Fue el escenario de choques de corsarios y conquistadores. Fue el camino por el que un cuarto de millón de norteamericanos cruzaron el istmo para poblar California. Y fue, junto con el Camino Real, el precursor del gran canal interoceánico de hoy. El Camino de Cruces tiene una historia y un bagaje cultural tan importante como cualquier otro a nivel mundial.
El Camino de Cruces guarda el empedrado original en secciones de su trayecto. Caminar su trayecto completo toma 10 horas, desde el Chagres hasta cerca de la Ciudad Hospitalaria. A lo largo de todo su trayecto el viajero se maravilla con la naturaleza generosa que lo acompaña.
Rescatar el Camino de Cruces e insertarlo en el nuevo turismo cultural requiere acción. El empedrado faltante puede y debe ser restaurado; el existente debe ser conservado. Una señalización adecuada dará al caminante el necesario sentido de ubicación. Las visitas deberán ser organizadas en grupos con guías preparados y certificados por la Autoridad de Turismo, egresados de nuestras escuelas. Los paquetes podrán ser de trayecto parcial o total, de medio, uno o dos días. Los guías además ayudarán a mantener las normas de recolección de la basura, la protección del ambiente y la seguridad. Todos los ingresos generados por los turistas se canalizarían hacia su mantenimiento.
¿Cuántos panameños y extranjeros querrán entonces explorar nuestra maravillosa ruta ancestral, que pronto cumplirá 500 años? Si Panamá aspira a ser reconocida como destino de aventuras, el rescate y la promoción de este, nuestro principal camino ancestral, no puede esperar. Ello es parte esencial de una estrategia de turismo cultural sostenible, acorde con los tiempos modernos.
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