Los dioses del fútbol partieron durante el periodo que va del 5 de enero de 2014 al 7 de enero de 2024. Han sido 10 años de bajas de los hombres que instrumentaron el balón para hacer de su deporte una religión inapelable. Héroes cuyas parábolas escaparon a los estadios para inspirar la reconstrucción de sus países en las décadas siguientes a la Segunda Guerra Mundial.
La primera deidad en partir fue Eusébio, y la última en despedirse, en la semana pasada, fue Franz Beckenbauer. Su muerte cierra el ciclo fatal del fútbol, el cual empezó con Di Stéfano el 14 de julio de 2014 y siguió con Cruyff el 24 de marzo de 2016. Continuó con Maradona el 25 de noviembre de 2020, y avanzó con Pelé en diciembre de 2022.
Luego le tocó el turno a Bobby Charlton el 21 de octubre de 2023. Y parecía terminar el pasado 5 de enero llevándose por delante a Zagallo.
Pero la marcha de la segadora se extendió dos días más y alcanzó a Beckenbauer. El diario alemán Der Spiegel acertó en la trascendencia de su muerte destacando que “…fue mucho más que un futbolista. Él dio forma a la República Federal, como Konrad Adenauer y Willy Brandt”. Y tituló la nota de homenaje: “A pesar de todo, un emperador”.
Un verdadero káiser nacido en Munich, que es una de las capitales industriales del mundo. El duro y metódico ascenso económico de esta ciudad del estado de Baviera, desde la brega del campo hasta posicionar marcas como BMW o Adidas, definió sin duda el espíritu de Beckenbauer.
El defensa le devolvió a su club, el Bayern de Munich, el favor de haberlo recibido en las divisiones inferiores con una gloria marcada por un estilo de juego que cobijó a toda la ciudad y que luego se propagó en la Bundesliga y la selección nacional. Sepp Maier, el arquero del Bayern, en una entrevista culpó a Beckenbauer de que “los jugadores del Bayern nos tuvieran por arrogantes”.
Inventor de la posición del líbero, con la función de moverse libremente entre el arquero y la defensa, a Beckenbauer le tenía sin cuidado el jogo bonito de los brasileños. Allá ellos con su samba. Lo del alemán era la sincronía y la precisión del fútbol jugado a un toque.
Menos es más, en especial cuando los equipos avanzan y retroceden en bloque. Su sistema coronó la segunda Copa del Mundo de Alemania, que en 1990 sumó la tercera bajo la dirección técnica del káiser. En este campeonato añadió más velocidad, y como buen alemán, el sacrificio de siempre.
Otras deidades y un diablo
Di Stefano, por su parte, tiene la virtud de haber invertido las migraciones hacia Latinoamérica. Fue el primer futbolista suramericano en hacerse inmensamente grande en los estadios de Europa. Los abuelos de los actuales hinchas del Real Madrid se convencieron de su superioridad con este delantero argentino definido como el tercer jugador más grande del siglo XX.
Creador de la técnica individual combinada con la rapidez de un esprínter, llevó al Real Madrid al lugar donde no ha podido estar ningún otro club. Su encanto lucía igual por fuera de las canchas. El genial periodista Jorge Barraza homenajeó al argentino en una nota que tituló “El fútbol se queda con diez”, y lo reveló como el inventor del fútbol total por “salvar goles en la raya, armar la nueva jugada y concretar el gol”.
Bobby Charlton le recordó al mundo que antes del rock británico, el vicio de los ingleses era el fútbol. Su mente y elegancia se impusieron en un país que, salvo por el brillo de la reina y de Los Beatles, mostraba señales de decadencia. Pero aquel delantero del Manchester United, junto a otro loco genial como el galés George Best (otro dios, falleció en 2005), conquistó la primera Copa de Europa del club. Y más que nada, recuperó el amor propio de los ingleses liderando la conquista del Mundial de 1966.
La de Johan Cruyff es una obra inconclusa. Tenía todo para reemplazar a Pelé y anticipar a Maradona. Había guiado al Ajax de Amsterdam en su racha de triunfos locales e internacionales, luego el paso lógico siguiente era la Copa del Mundo. En 1974, Holanda perdió la final del Mundial contra la Alemania de Beckenbauer, así que se daba por descontado que la ganaría en la edición de 1978.
Hasta ahí llegó la parábola de Cruyff: renunció al Mundial de Argentina alegando motivos de seguridad. Jugó varios años más en Holanda y en la incipiente liga de Estados Unidos, y se retiró en 1984. Volvió unos años después como director técnico del Barcelona, que ganó su primera Copa de Campeones de Europa.
De Pelé basta con decir que el fútbol es tan subjetivo que solo tiene una verdad: el brasileño es el rey. Las honras fúnebres de O’rei se comparan con las de otros arquetipos del siglo XX, como Mandela y Gandhi.
Pero todo Olimpo tiene su lucifer. Diego Maradona, que amenazó con destronarlos a todos, murió cuando nadie lo esperaba. Apenas si tenía 60 años. El honor del argentino está en recuperar la moral de un país luego de la guerra de las Malvinas y de la dictadura militar. Pero también impuso una personalidad contracultural en los deportes, siempre genial aunque polémica. Un dios con las debilidades de un ángel caído.
Así, pues, ha quedado vacío el Olimpo del fútbol por la partida definitiva, en apenas una década, de los genios del balón elevados a la categoría de deidades en virtud de sus milagros nacidos en la cabeza y rematados con los pies en muchos estadios de la Tierra.