Gianni Infantino, elegido al frente de la FIFA en 2016, aspirará el próximo año a un tercer y último mandato, que sería su última oportunidad para realizar múltiples reformas que ansía para sentar las bases del futuro del fútbol.
“Restaurar la imagen de la FIFA” y “hacer el fútbol realmente mundial”: la ambición del italo-suizo de 52 años se resume muy bien en esas dos frases, repetidas en varios de sus discursos, y que en 2023 pueden servir bien para evaluar su balance.
Sin los escándalos que precipitaron en 2015 el final de la ‘era Blatter’ y luego terminaron con las esperanzas del expresidente de la UEFA Michel Platini, pocos expertos habrían pensado en ese jurista sin pasado deportivo para tomar las riendas del fútbol mundial.
Secretario general de la instancia europea entre 2009 y 2016, tras haber ido subiendo distintos escalones, Infantino trabajó durante mucho tiempo a la sombra de Platini y su imagen se había hecho popular como el rostro de los sorteos de la prestigiosa Liga de Campeones.
Pero con Blatter hundido por los escándalos de la FIFA y luego Platini en desgracia por un pago de justificación incierta, el ‘eterno número 2′ pasó a lo más alto, siendo elegido presidente de la FIFA en segunda ronda en 2016. En 2019 fue reelegido, sin rival, como le podría ocurrir en 2023.
Sospechas de colusión
Infantino puede defender diversas reformas de gobernanza, entre ellas la de limitar la presidencia a tres mandatos o el nuevo modo de atribución de sedes del Mundial, menos propicio a los sobornos. También un gran balance económico, con pagos de solidaridad a las 211 federaciones.
“Hemos podido hacerlo porque en la nueva FIFA el dinero ya no se evapora, va a quien corresponde”, celebró este jueves en el 72º Congreso de la instancia en Doha.
Esta imagen de integridad se vio manchada cuando se abrió un procedimiento contra él en julio de 2020 por “incitación al abuso de autoridad”, “violación del secreto de función” y “trabas a la acción penal”.
La justicia suiza le reprocha tres reuniones secretas en 2016 y 2017 con Michael Lauber, entonces jefe de la fiscalía federal. Esos encuentros nutrieron las sospechas de colusión entre la acusación y la FIFA, parte civil en la mayor parte de los procedimientos contra los exdirigentes del fútbol, entre ellos Blatter y Platini.
La defensa de Infantino consiguió el año pasado recusar al fiscal que investigaba el asunto, que había visto “indicios” de “gestión desleal” en un vuelo en avión privado efectuado en 2017 por el dirigente. Ello hizo que la investigación volviera al punto de partida.


