La cumbre organizada en París con el objetivo declarado de desencadenar un “electrochoque de financiación” contra la pobreza y el cambio climático terminó ayer viernes con pocos elementos concretos, que era lo que reclamaban con líderes de países del Sur.
El presidente francés, Emmanuel Macron, que fue el promotor y el anfitrión del encuentro, se esforzó en presentar al cierre “un nuevo consenso” que debe servir, entre otras cosas, de guía al trabajo del G7 y del G20, de la próxima COP28 de Dubai, así como para una reforma en profundidad del Fondo Monetario Internacional (FMI) y del Banco Mundial (BM).
Pero no consiguió sacar adelante, ni siquiera en forma de proyecto, la que antes de empezar la llamada “cumbre para un nuevo pacto financiero internacional” parecía que podía ser uno de los logros concretos, la creación de un impuesto internacional sobre el transporte marítimo.
En la presentación de las conclusiones, Macron dijo que él estaba en favor de una financiación internacional de ese tipo, pero implícitamente reconoció que no había conseguido el visto bueno de algunos de los grandes actores de ese negocio cuando puntualizó que aplicarlo en Francia no tendría sentido.
Tiró la pelota al tejado de la Organización Marítima Internacional (OMI), señalando que es en ese foro donde debería abordarse la cuestión en una reunión que está programada en julio.
Además, su gabinete comunicó una lista de 22 países y la Comisión Europea que apoyan esta medida, entre los que además de Francia figuran España, Corea del Sur, Países Bajos, Portugal o Grecia, entre otros. Pero faltan, en particular, las cuatro grandes potencias del comercio mundial, que son China, Estados Unidos, Alemania y Japón.
Sobre las formas de aliviar el peso de la deuda para los países más pobres, el principal anuncio fue un acuerdo de reestructuración de la de Zambia en el que se han implicado no sólo los acreedores de los países ricos, sino también China.
El BM indicó que va a trabajar en una cláusula que permitirá suspender el reembolso en el caso de que un país sufra una catástrofe.
Su presidente, Ajay Banga, se comprometió a llevar a cabo una reforma en profundidad, como también la directora ejecutiva del FMI, Kristalina Georgieva, que se comprometió a “un cambio más inclusivo”.
Georgieva admitió de que desde que estas dos instituciones se constituyeron hace ahora casi 80 años, en Breton Woods al final de la Segunda Guerra Mundial, el número de países se ha duplicado con creces, la población se ha triplicado y el producto interior bruto (PIB) global se ha multiplicado por 10.
El presidente brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, fue uno de los representantes de países del Sur presentes en París que de forma más evidente cargó contra las instituciones de Breton Woods, al decir no sólo que “ya no funcionan” y que no responden a “las aspiraciones y a los intereses actuales, sino que de hecho en ocasiones incluso causan la quiebra de los Estados.
Lula señaló de forma directa al FMI utilizando el ejemplo de Argentina, por haberle dado “muy irresponsablemente” un préstamo al Gobierno del anterior presidente, Mauricio Macri, que “no se sabe qué hizo con ese dinero”, cuando ahora el país no tiene “dólares” para devolverlo.
El presidente sudafricano, Cyril Ramaphosa, manifestó un cierto escepticismo sobre el cumplimiento de los nuevos compromisos que han salido de París, teniendo en cuenta los incumplimientos del pasado.
Se refirió, en concreto al que habían asumido los países ricos para poner 100 mil millones de dólares anuales para financiaciones climáticas en países en desarrollo a partir de 2020, algo a lo que Macron buscó dar también mucho protagonismo en esta cumbre con la esperanza de que en 2023 por fin se cumpla.
Ramaphosa también hizo notar que sin una reforma de la gobernanza mundial las aspiraciones que hay en los países del Sur “no se concretarán” y reclamó que se les deje de tratar como mendigos y que puedan participar en las instituciones con un tratamiento de igualdad.