El Carnaval siempre tiene varias caras y en Colón las facetas sobran. El domingo 11 de febrero el ambiente festivo alcanzó su punto máximo, superando - probablemente- cualquier otro día del verano. Era domingo de Carnaval y había cientos de bañistas locales y extranjeros en La Angosta, Isla Mamey, Playa Blanca, Cacique y Puerto Francés.

La economía doméstica estaba de gozadera, con una inyección de dinero al ritmo del calipso, los bailes congos y el sazón caribeño. Todo es espontáneo, artesanal y orgánico. No hay grandes compañías turísticas, ni letreros estruendosos aludiendo la enorme biodiversidad de la costa Arriba de Colón.
El voseo y la recomendación directa es lo que ha hecho que el destino, a dos horas de la ciudad capital en automóvil, se convierta en una opción para quien quiera ver mar y más mar. Aunque ahora también hay decenas de cuentas en Instagram de pequeños agentes viajeros que captan a más turistas por esa vía.

No hay lujos materiales. El lujo es el agua color turquesa, la tranquilidad de algunas playas, el mar imponente y la adrenalina de ir saltando olas para llegar al destino; la conquista de isla Mamey, zarpando desde el sector de Cacique.
Pequeñas comunidades de pescadores y campesinas que forman parte del distrito de Portobelo están afinándole la punta al lápiz para sacarle provecho a la costa que los vio nacer.
Desde que aparece el distrito de Portobelo, declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, empiezan a brotar los letreros en los que se anuncian los sitios de embarque para tomar las pequeñas lanchas que te dejarán en la isla o en la playa en la que decidas perderte por un par de horas.
También hay mucho ballenato, típico, cerveza y comida criolla. La venta de pan bon artesanal, ceviche y saus le hacen un guiño a los conductores que van rumbo a la playa. No hay forma de pasar hambre y tampoco de quedarse dormido. Hay mucha bulla, mucha música y mucha cachimba.

Si visitas la zona sin haber hecho previa reserva con los guías del aérea, los precios del transporte en lancha varían y dependen del día que ha tenido el operario, tal vez, la cantidad de clientes que ha movilizado y la temporada del año. Nos costó $17 tres personas en un viaje de ida y vuelta a Mamey.

Como era de esperarse, habían cientos de turistas, en una especie de baño común con sabor a Caribe, frente a decenas de lugareños intentando que todo funcionara. Se repartían el trabajo entre lancheros, cocineros, gente que limpiaba, otros que apilaban sillas y ayudaban a los turistas a desembarcar.
Para empezar, cobran $4.00 a cada turista que arriba a Mamey. Y de allí en adelante el gasto opcional: Si compras comida, si bebes cerveza o si alquilas un rancho. Aunque puedes llevar todas tus provisiones sin costos de descorche.
Se puede hacer snorkeling, surf o contratar un recorrido para visitar el famoso Túnel del Amor o pasear por las Venas Azules y Playa Blanca, pero ya habíamos estado antes. Y Mamey es tan bonito, que a veces no hay necesidad de hacer más nada. Solo estar en Mamey y no mirar el reloj.
Ahora, como muchos otros sitios turísticos, tocará ver el impacto de tantos visitantes, las reglas de convivencia para los días de mayor afluencia y las medidas de mitigación ambiental para no arruinar el paraíso. El chico que controla la lancha lo sabe. Nos habló del cambio climático y de la lluvia que no era común para esos días, mientras la brisa agitaba la pequeña embarcación en la que toca ponerse el chaleco salvavidas.
A Colón le falta mucho cariño. Ni la ruta hacia las playas se salva de toda la basura que inunda la provincia. Con un buen manejo de los desechos, este artículo tuviera un final indiscutiblemente feliz.

