Solo una persona capaz de unir varios reinos, par de ducados y otros tantos principados para dar pie al inicio de una poderosa nación pudo haber dicho que “la política es el arte de lo posible”.
Seguramente el estadista Otto Von Bismarck tenía anhelos de bienestar para los habitantes de lo que sería la república de Alemania y su vida fue testamento de maniobras cuasi maquiavélicas para que muchos sueños se materializaran. Por tierras más criollas y unos 150 años después, algunos ven la política como el arte de hacer lo necesario para crear injustificables riquezas a costa de pisotear la dignidad de un pueblo que en mares turbulentos de desesperación sucumben ante el ofrecimiento de una plaza de empleo para llevar sustento a sus casas. Sin duda el arte de los posible en Panamá se disfraza de monstruo acaparador de imaginación donde una rectora de universidad tiene influencia en el accionar del Presidente de la República y un diputado promueve el espíritu clientelista para garantizar su reelección y de paso seguir inflando la ineficiente máquina estatal que ahogada en deudas es incapaz de resolver los problemas que nos agobian todos los días.
A medida que crece el hastío por tanto y por todo nacen alternativas frescas de jóvenes que anhelan cambios o de partidos políticos con fundamentos diferentes. En ese espíritu de búsqueda por rescatar la esperanza, hemos caído en la tendencia muy humana de rodearnos de data, de información y de personas que sólo confirmen nuestras creencias ignorando inconscientemente todo aquello que no comulga con nosotros. En un país con instituciones tan débiles, el conocido sesgo de confirmación se puede convertir en algo tan destructivo como la misma debilidad institucional. Parafraseando a John Stuart Mill: con la confianza perdida ya no podemos creer las historias que antes contaban instituciones y como doloroso cercano ejemplo nos queda el Tribunal Electoral.
La tarea de nuestros actuales gobernantes es compleja porque el sesgo de confirmación desde una posición de poder guía a la comodidad y a la falta de urgencia por resolver auténticas fallas estructurales en modelos caducados. En la misma semana se anunció la más alta recaudación trimestral de impuestos en los últimos diez años de la mano de pasos concretos para la implementación de un presupuesto abierto sin menospreciar que el banco de inversión JP Morgan nos coloca como la tercera economía más atractiva (menos riesgosa) de Latinoamérica sólo por detrás de Uruguay y Chile.
¿Quién con estas noticias puede evitar el regocijarse en triunfalismo? Por ello es tan importante la voz de la de crítica constructiva que recuerde que nos hemos quedado atrás en innovación financiera, que seguimos siendo un país sin ecosistema apropiado para el desarrollo de emprendedores o que listas grises nos castigan por razones que nos cuestan reconocer como reales. Necesitamos una mayor incomodidad a todo nivel para entender que un mundo cambiante necesita de innovación enmarcada en voluntad y ética como norte en el camino hacia el progreso social sostenible. Y para que el arte de lo posible de Von Bismarck sea real hay que atreverse a sentir, a pensar y a vivir con personas que difieran de nuestros deseo por aferrarnos a la única verdad que conocemos: la nuestra.
El autor es financista