Música al volumen de trueno, humo abundante de los asadores con carne en palito y un festín aromático que emana de la basura desbordada y las frituras calientes. Calor del sol vespertino, tiendas siempre con mercancía en baratillo y gente apretujada, abriéndose paso para ver, buscar, comprar, comer, hablar y transitar. Sórdido espectáculo en la avenida Central en Santa Ana.
Se dice por allí que la Central ya no es la de antes, pero en la víspera de Navidad y Año Nuevo, la vieja arteria del comercio en la ciudad despierta del letargo para recibir un aproximado de la clientela que tuvo cautiva alguna vez.
Miles se acercan a la peatonal y sus callejones por estos días de diciembre, y el lugar parece revivir aquellos buenos años de “puro sudor, pelotera y empujones”, con “tipos en fuego, chichis en short y gente con paraguas calentando silla”, como canta Pedro Altamiranda en Carnaval en la Central.
Para intentar seducir a los compradores, cada fin de año la populosa vía se sacude un poco el semblante decadente. Pero solo un poco.
A lo largo del tramo adoquinado, desde la plaza 5 de Mayo hasta el parque de Santa Ana, hay indigentes escudriñando entre la inmundicia que reina en cada metro, animales en soltura, charcos de agua turbia y pestilente y varios bancos/maceteros deteriorados y destruidos con sus arbustos vivos de puro milagro.
La mayor parte de los edificios luce fachadas maltratadas, marchitas, desnudas de pintura y con trapos colgando de los balcones. Algunas estructuras sí lucen, orgullosas, su arquitectura remozada. Pero son las excepciones de la regla.
Y para terminar de revolver los sentidos, en ese instante de la tarde de fin de semana decembrino, un camión recolector de basura avanza lento entre la muchedumbre de la calzada sonando el claxon, recogiendo lo que puede y dejando una estela de líquido fétido a su paso. Hay que mirar bien dónde se pisa.
Las ofertas
A pesar de todo, el movimiento del shopping avanza. A las tiendas que flanquean la calle se suman las carpas y estructuras temporales de la pujante buhonería que se toma por la época las aceras y gran parte del bulevar.
Con entusiasmo, los minoristas ofrecen la mercancía sobre las mesas y la que está tirada en el suelo también. Con calma de por medio, se puede encontrar de todo: rosarios, perfumes, golosinas, electrodomésticos, tarjetas y chips para celulares, muebles, correas, juegos de mesa, antenas para la TV, camisetas de marcas deportivas y del Real Madrid, Barcelona, Brasil, Argentina, Alemania y otros cotizados equipos de fútbol; gorras, medias, carteras, chancletas, zapatos, aretes, collares, relojes, amplia bisutería, sombreros, cosméticos, trajes playeros para ellos y ellas, barajas, medallas de la suerte, bicicletas, triciclos, un sinfín de juguetes, “pelucas, pulseras, peinillas, cepillos”, como también entona Altamiranda en El buhonero.
Solo faltó ver la estufa, el canapé y el libro de inscripciones del PRD (Partido Revolucionario Democrático), con los que bromea Pedrito en su canción.
Gastronomía y más...
¿Hambre? Abundan puestos de comida para satisfacer los antojos y los grandes apetitos. En el camino hay para probar raspaos, chorizos y carne asada, batidos y jugos naturales hechos in situ, barquillos, huevitos de leche, cocadas y manjares de Antón, según pregonan los vendedores; saus, sancocho, café caliente, chicheme, raspadura, miel de abeja y de caña, huevos de codorniz con aderezo, mango verde en bolsitas plásticas con sal, pimienta y vinagre; platanitos fritos con chicharrón, hamburguesas, hot dogs, manzanas, peras, uvas y más frutas de la época; hojaldres, carimañolas, tortillas, mollejas, hígados, bofe y más entrañas fritas de pollo, res y cerdo, además de jamón para Año Nuevo a 10.50 dólares.
Sobre la servidumbre también hay puestos de revistas, de tatuajes, para peinados femeninos y pintar uñas, de toma la presión, de lectura de cartas de la suerte, para forrar regalos, relojeros, limpiabotas, malabaristas y vendedores de rosas, todos atendiendo clientes, como el comerciante de medicina naturista que explica con esmero a su público atento las bondades de sus productos, buenos para el pasmo, la próstata y los malestares del embarazo.
Cerca está el callejón que lleva al recoveco de la antigua fuente azul, ahora seca, sucia, abandonada y con olor a orina. Tan vistosa fue en sus años mozos que la también añeja discotienda de enfrente le debe su nombre, la Fontaine Bleu de Néstor Jiménez, que se mantiene allí tras 40 años de evolución musical y en estos tiempos de iPods, YouTube y Spotify.
Por allí caminando también van turistas aventureros en camisetas, señores en short y chancletas y señoras con la cabellera enrollada. La gente va cómoda a recorrer la Central.
Otros fuman y escupen el humo sin reparo, hay quienes solo esperan sentados y no faltan los que caminan por la esquina con la pinta y el tumbao de los guapos de los viejos barrios que describe Rubén Blades en su clásico Pedro Navaja.
La ronda policial pasa constante por toda la avenida, “sin novedades que reportar”, se les escucha decir.
Mientras tanto, en el cruce de la Central y la avenida Balboa hace años funciona un semáforo que los más afanados prefieren ignorar para sortear los carros, detener el tráfico e incitar el concierto de bocinas desesperadas. Peatones y conductores se irritan, cruzan miradas desafiantes e improperios en detrimento de sus madres. Es el tramo más agresivo del paseo.
Comparada con los modernos centros comerciales refrigerados, la peatonal es el inframundo de las compras. O quizás lo fue siempre, pero ahora se nota más.
Negocios pioneros
Una buena parte de los viejos almacenes de la Central se mantiene allí. Refresquerías, casas de empeño, tiendas de electrodomésticos y línea blanca, la Pantera Rosa, Bazar Pico Pico, El Machetazo y Orange, antes Dorians, con su fachada que sigue siendo la favorita de las palomas, una de las referencias de la Central.
En la entrada de cada establecimiento aparecen los vendedores, otro de los sellos distintivos del lugar. Pero ya no dan tantas palmas ni pregonan las ofertas ni toman a los potenciales clientes del brazo para llevarlos al interior de la tienda, siempre listos para lanzar una rebaja de precio si es necesario y enfrentar los regates de las personas que dicen haber visto el producto deseado unos dólares menos en unas cuantas calles más abajo. Más serios y tranquilos, se les escucha hablar sobre el futuro del país y de “los millones” que se robaron del PAN (Programa de Ayuda Nacional).
Cuando se les pregunta a estos vendedores por el contraste del ayer y el hoy de la Central, responden que sobre todo en diciembre se demuestra que la peatonal todavía tiene “su gente”.
Son personas que llegan en busca de un mejor precio, aunque reconocen que ya pocos abarcan la ruta comercial completa, desde la llamada “cuchilla” de Calidonia hasta el final de la Central, comparando mercancías. Ardua tarea.
Hubo un tiempo en que muchos lo hacían; por entonces, sí había que aplaudir para “atraparlos”, cuentan con un dejo que se siente amargo, nostálgico.
Los buhoneros opinan igual. En su puesto de venta de espigas de arroz para colocar detrás de la puerta, el señor Efraín Martínez analiza y calcula sus ganancias del día y del resto del mes, y concluye: “Estamos igual que el año pasado. Ni mucho ni poco”.
Otra vendedora que dice llevar 30 años de labor en la zona, se muestra reticente ante la consulta y solo se escucha lamentarse por lo lentas que se mueven las ventas de sus juguetes. Critica a la Alcaldía de Panamá por querer sacarlos del lugar cuando llevan “una vida” trabajando allí, y prefiere no revelar su nombre. Mientras conversa atiende veloz los pedidos de los transeúntes, siempre con una sonrisa. Todavía queda gente que regala un gesto afable entre tanta agitación.
Final de la jornada
Con bicicletas, escobas y bolsas plásticas repletas, la gente empieza a tomar su rumbo. Misión cumplida. Algunos terminan su periplo bajando por la histórica Salsipuedes a dar una última búsqueda de mercancía folclórica o libros de segunda mano. Otros se detienen en el parque de Santa Ana a tomar un respiro. Recorrer la peatonal entre tanto buhonero y gente yendo y viniendo pone a sudar a cualquiera. Allí en el parque están los limpiabotas sin clientes y con caras largas, los abuelos leyendo periódicos al detalle, un puñado de aburridos hablando de política y de la vida y otros que con la mirada perdida parecen contemplar el teatro Dorado, el mítico Café Coca Cola, los pocos diablos rojos que se asoman aún por la calle 12, el grafiti que dice “20 de Dic. duelo nacional” o los árboles con sus hojas desmayadas.Al caer la noche sobre la ciudad, los negocios recogen y guardan sus chécheres. Se termina otro día de compras en la calle que para muchos refleja gran parte de la cultura istmeña y la esencia del Panamá de antes. O como escribió en sus versos el poeta Demetrio Korsi, el Panamá “de esa avenida Central”.
Intentos por mejorar la imagen de la peatonal
Se han hecho esfuerzos por cambiar el semblante deprimido de la que fue la principal arteria comercial de la ciudad, convertida en peatonal hace casi 25 años.
La más reciente fue el Acuerdo No. 144 de 30 de septiembre de 2014, que registra las “medidas para la adecuación de las fachadas de las edificaciones comerciales y la puesta en valor del sector de la peatonal de la avenida Central”.
Fachadas, vallas publicitarias, ubicación de puestos de buhonería, mercancía para la venta y disposición controlada de los desechos son algunos de los aspectos reglamentados en aras de “mejorar la imagen de la Central”. Todo publicado en agosto pasado en Gaceta Oficial.
Por entonces, el alcalde capitalino, José Isabel Blandón, adelantaba que se realizarían operativos, conscientes de que se registraba mucha actividad ilegal y sin los estándares de salubridad necesarios.
Desde siempre se ha hablado de eliminar los eternos puestos temporales de venta de productos y por un tiempo se analizó abrir nuevamente la avenida al paso vehicular.
Nada ha pasado. La Central sigue allí, con sus almacenes, comerciantes al detal, sus visitantes y su gente de Santa Ana y corregimientos aledaños.
Y con la llegada de diciembre, la vieja ruta de las compras siente algo del auge que alguna vez experimentó. Vuelve a ser por unos días la Central de antes.