Luz Bonadíes está entregada al arte. Desde hace varios años lidera el auge del Museo de Arte Contemporáneo (MAC) entre la ciudadanía. Promueve además, varias iniciativas para acercar a la gente al arte, pero no solo desde lo contemplativo, sino desde lo crítico y lo filosófico.
La ciudad, sin embargo, es otra cosa. Si bien en los últimos años hubo una pequeña revolución hacia la entrega de los espacios públicos al arte, todavía es visto por un gran sector como un privilegio más que un derecho.
¿Cómo es la ciudad de Panamá?
Es caótica, herida por una gran arteria que dividía históricamente la Zona del Canal con el resto de la ciudad y que poco a poco vamos cerrando esa herida para unir esas dos ciudades. Es un tema físico y geográfico, pero también es un tema social y parte de lo que hacemos en el MAC es intentar cerrar esa brecha y que la ciudad sea un espacio integrado.
¿Qué tanto arte hay en la ciudad de Panamá?
Como arte formal, cosas hechas especialmente para la ciudad, hay poco si lo comparamos con otras ciudades o con la población de la ciudad, pero hay. Lo más evidente es en la cinta costera, pero es una deuda que tenemos con la ciudadanía. Informalmente, hay mucho arte urbano en la calle, aunque algunos piensen que eso no es arte. Los que hacen arte callejero y murales se han organizado y lo han hecho ver formal.
En los últimos años se ha sentido un avance en la integración de las áreas públicas con la ciudadanía. ¿Estamos ya en el camino para que el arte forme parte de ese mosaico?, ¿o todavía hay mucha resistencia?
Es un camino largo, que tiene que ver con la educación y con la exposición de los ciudadanos a diferentes disciplinas. Nuevos espacios están surgiendo, pero hace falta mucho para que los ciudadanos entiendan que el acceso a la cultura es un derecho de segunda generación, ya que hay muchos derechos de primera generación que aún no se cumplen, temas sanitarios, de alimentación.
¿Qué tan complejo es derrumbar esa noción de que el arte es un privilegio y no un derecho?
Es un reto difícil y complicado, pero no imposible. En el Museo de Arte Contemporáneo intentamos comprender qué cosas la ciudad y sus ciudadanos no tienen para así atenderlas. Y eso ha sido clave en el crecimiento del museo en los últimos años; entender y dar a entender que el arte no solamente es una experiencia contemplativa, sino mucho más profunda.
Con la creación del Ministerio de Cultura, ¿llegó el momento para una mayor vinculación entre las instituciones y el arte en los espacios públicos?
Panamá está en un momento interesante: todos los que estamos en gestión cultural estamos emocionados y a la expectativa del ministerio. Es importante que las decisiones de ahora sean tomadas con luces largas.
Con tantos museos cerrados por toda la ciudad, el MAC lleva en sus espaldas cierta presión. ¿Beneficia o perjudica?
El museo comenzó como una galería en la década de 1960, y desde entonces ha sido vanguardista y ha llevado ese peso. En la década de 1980 se transformó en museo, pero siempre ha estado medio solo, porque los museos tenían cortes históricos y científicos. Panamá tiene una deuda con sus ciudadanos en tener más museos de arte. Hay mucha gente que espera cosas convencionales de lo que un museo debe ser, y nuestro apellido es contemporáneo, que nos obliga a narrar lo que sucede en nuestra sociedad. A veces se crea una descontextualización de lo que hacemos. Eso nos obliga a educar, que puede ser doloroso, pero necesario.
¿Qué tan necesario es el arte en las escuelas?
La educación artística es diferente a lo que se hace en los museos. Debe haber arte en las escuelas, pero no solo enseñarles a pintar para desarrollar motricidad. Hay temas muchos más profundos que se enseñan a través del arte: desarrollo de pensamiento crítico y de muchos otros conocimientos. El arte y la cultura son elementos transversales para otros temas. Y ese es el enfoque que creo que debería tener la educación artística, que vaya más allá que la técnica.
¿Qué es lo que menos le gusta de la ciudad?
Que se tan inhóspita para el peatón. Una ciudad en la que todo el año hay lluvia fuerte y sol picante no tiene espacios públicos protegidos de la intemperie. Tampoco me gusta el tranque. No me gusta que haya tan pocos espacios de arte abiertos para el público. Eso no solamente nos hace mejores ciudadanos, sino que es un desahogo para lidiar con esta ciudad tan inhóspita. Con refugios de arte tendríamos una mejor ciudad y a mejores ciudadanos.
¿Qué ama de la ciudad?
Amo la mezcla, la tolerancia que no existe en otros países. En los espacios públicos te puedes encontrar todo tipo de gente, sin tensión social. Amo la cercanía al mar, aunque le demos la espalda. Tenerlo al lado, escuchar su sonido es refrescante, te renueva.