Saladino fue uno de los cuatro atletas panameños que logró calificar para ir a Grecia. Durante todo el 2004, el año olímpico, sólo pudo saltar allí un puñado de veces; la última vez en una competencia nacional, en febrero. Para poder hacerlo, él y sus compañeros, todos atletas, tuvieron que ponerse a trabajar.
Aunque no formaba parte del entrenamiento formal, con palas y baldes cargaron el mismo camión 15 veces y fueron y vinieron durante tres días al estadio Armando Dely Valdés, hasta que lograron llenar la fosa.
Lo malo, pensaban los jóvenes, era que tanto trabajo no iba a durar mucho porque ni bien llueve, el pozo se inunda de agua, la arena se arruina y hay que empezar de cero. Este es el problema principal que enfrenta uno de los deportistas locales de mayor proyección internacional.
Parece una broma: en un país que es todo playa, falta la arena. Pero no solo eso. Aunque Saladino ya no se queja, la recta que hay allí le queda corta. Para tomar impulso, debe empezar a correr entre el barro y las piedras, luego treparse a la recta sintética para llegar al final y evitar el salto... que es lo que más debería practicar. Pero, claro, se entiende: si salta de todas formas se puede dar un golpe terrible. Es decir, ni se puede correr ni se puede saltar.
“Si Saladino se queda, se muere: no tiene ni infraestructura ni competencia de nivel. Si quiere progresar, lamentablemente, se tiene que ir. Es triste, pero es así. Lo hemos visto con basquetbolistas ni decir los beisbolistas. Si no se van, no logran superarse”, analiza el periodista Reinaldo Weeks. Así y todo, en lo que va del año, Saladino rompió su propia marca cuatro veces y así fue como consiguió su pasaje a Atenas.
Sin embargo, debió viajar sin entrenador, competir lesionado y, a pesar de que en la delegación panameña había un médico, para que le dieran un diagnóstico tuvo que pedirle ayuda a doctores de otro país. Esta historia, que se desconoce, está mejor contada en las páginas de Deportes.
(Vea La odisea de Irving Saladino)