El testamento de Karol Jósef Wojtyla sólo tiene cuatro páginas. En él, el Sumo Pontífice declara su admiración por la Virgen María y pone de manifiesto su último deseo: que nadie le saque fotos en su lecho de muerte.
A pesar de las palabras del cardenal Joseph Ratzinger, quien el pasado jueves declaró que el Papa de 84 años sigue al mando de la Iglesia "tomando pocas pero esenciales decisiones", la ausencia de Juan Pablo II en las celebraciones de Semana Santa resulta reveladora.
El Sumo Pontífice de la Iglesia católica, muy enfermo, no pudo estar en el tradicional Vía Crucis en el Coliseo. Tal como lo prometió el Vaticano, se le vio a través de gran pantalla, pero siempre de espaldas.
Con esa conexión, el Vaticano buscaba disminuir los temores que existen sobre la salud del Papa quien estuvo hospitalizado recientemente tras ser sometido a una traqueotomía de urgencia para que pudiese respirar. Ahora porta una cánula en la garganta que le permite respirar, pero le dificulta el habla.
"De todas las cosas a las que ha tenido que renunciar el enfermo Papa, el Vía Crucis es con toda seguridad la que más le duele", escribió el rotativo italiano Corriere della Sera.
Este año, el Vía Crucis estuvo presidido por el italiano Camillo Ruini, uno de los seis Cardenales que fueron designados por el propio Juan Pablo II para reemplazarlo.
Desde el Vaticano informaron que el Papa siguió las ceremonias por televisión.
Salvo sorpresas, la única comparecencia del Pontífice ante los fieles esta Semana Santa —siempre por televisión— será el Domingo de Resurrección, para la bendición urbi et orbi en la Plaza de San Pedro.
El pasado jueves, el prefecto de la Congregación para los Obispos, Giovanni Battista Re, quien ofició las ceremonias en reemplazo del Papa, afirmó que había que agradecerle a Juan Pablo II "el testimonio que da con su ejemplo de sereno abandono a Dios, que lo asocia al misterio de la Cruz".
Los turistas y feligreses que se acercaron al Vaticano este año se sienten decepcionados. Esperaban ver al Papa de cerca.