En 1995, finalizando su primer período de gobierno y con la buenaventura de la convertibilidad, Menem consiguió la reforma constitucional. Allí impulsó, sobre todo, dos cambios: su reelección y la ampliación de la Corte, de cinco a nueve jueces. El mismo se ocupó de nombrar a los nuevos magistrados –hombres de su extrema confianza– generando así una Corte adicta.
"Pedimos con toda humildad, pero con coraje y firmeza, que el Congreso de la Nación marque un hito hacia la nueva Argentina", dijo ese día el presidente Kirchner, mirando a la cámara con su ojo bueno y la camisa mal planchada. "No queremos nada fuera de la ley. Es la puesta en marcha de los mecanismos que permitan cuidar a la Corte Suprema de alguno o algunos de sus miembros de la nefastamente famosa mayoría automática".
En ese discurso, Kirchner fue aún más lejos y directamente le pidió la renuncia al entonces presidente de la Corte, Julio Nazareno –ex socio de Menem en un estudio jurídico– cargo que abandonó a los pocos días.
Kirchner había asumido las riendas de un país quebrado y al borde de desvanecerse del mapa mundial. Encima, había llegado al poder con estructura política prestada y con muy pocos votos. Se lanzó a una carrera mediática que lo legitimara como el hombre que venía a cambiar la política argentina.
La depuración de la Corte se convirtió en su bandera política. Además de promover la renovación, el argentino instauró un nuevo método para elegir a los jueces: el presidente debe proponer a su candidato públicamente y luego se abre un período de 60 días para que los ciudadanos y las organizaciones civiles presenten impugnaciones en contra, si las hay. Luego se pasa a la votación en el Senado, que decide si el postulado finalmente se convertirá en un cortesano.
De esta forma, Kirchner logró que se discutiera públicamente la candidatura de los jueces, algo que lo hizo subir en las encuestas de popularidad. Parecía que al final era cierto, que ese hombre que recién llegaba al poder quería construir un país con instituciones serias.
La partida de ajedrez que jugó el presidente argentino funcionó así: o los jueces de la Corte renunciaban para evitar el juicio político o los enjuiciaban y los destituían. Julio Nazareno, Guillermo López y –recientemente– Adolfo Vázquez, renunciaron antes de que llegaran las acusaciones, mientras que Eduardo Moliné O'Connor decidió enfrentar los cargos del Senado para terminar perdiendo su sillón. En poco más de un año, Kirchner se cargó a cuatro jueces de la Corte.
Con el nuevo sistema de elección, Eugenio Zaffaroni, Carmen Argibay y Elena Highton de Nolascolos, candidatos de Kirchner, han llegado a la Corte. Sin embargo, durante su ascenso debieron explicar las dudas que la sociedad tenía sobre ellos. Fue inédito: hasta los programas de farándula hablaban de los candidatos a la Corte.
Esta semana, Kirchner acaba de proponer a Ricardo Lorenzetti, su nuevo candidato, luego de la renuncia de Adolfo Vázquez, el cuarto de los cinco jueces que formaban la mayoría automática menemista.