El vicepresidente de Estados Unidos, Mike Pence, tenía previsto pronunciar un discurso criticando el historial de derechos humanos de China el pasado 4 de junio, aniversario de la masacre de la plaza de Tiananmen, hasta que Donald Trump intervino.
El presidente retrasó el discurso para evitar molestar a Pekín antes de un posible encuentro con el presidente chino, Xi Jinping, durante la reunión del Grupo de los 20 en Japón a fines de este mes, según varias personas familiarizadas con el tema.
Trump también aplazó las sanciones estadounidenses a las compañías de vigilancia chinas que Pence planeaba presentar en sus comentarios.
El discurso fue reprogramado tentativamente para el 24 de junio, pocos días antes de las reuniones en Osaka. Pero ahora que Pekín da señales de que Xi podría no aceptar una reunión, hay un debate dentro de la administración sobre cuándo Pence debería pronunciar el discurso y cuán duro debería ser con los chinos.
El episodio ilustra la cuerda floja que Trump intenta caminar con China y Xi. Ha descrito al país como la mayor amenaza para la hegemonía militar y económica de Estados Unidos, emprendiendo una guerra comercial para luchar por concesiones de Pekín después de décadas de lo que los legisladores estadounidenses de ambos partidos llaman prácticas comerciales desleales, engañosas e ilegales.
Pero también ha alabado repetidamente lo que dice que es una relación personal cercana con Xi, y está muy consciente de los posibles costos económicos y políticos –de cara a su reelección en 2020– si no puede llegar a un acuerdo con el líder chino.
Trump dijo el pasado viernes que “no importa” si se reúne con Xi en el G20.