Esta semana ha habido no una, sino dos cartas abiertas de algunos de los economistas más eminentes de Estados Unidos, exhortando al público estadounidense a no votar por Donald Trump.
Una de las cartas, publicada en el Wall Street Journal, fue firmada por 370 economistas, entre ellos ocho premios Nobel.
En ella, se fustiga a Trump por cuestionar la exactitud de los datos económicos, por atacar el libre comercio y la inmigración, por usar información equivocada y por tener propuestas erradas de políticas en una variedad de frentes.
La segunda carta es de premios Nobel solamente, 19 de ellos. Escriben: Donald Trump… ofrece una agenda económica incoherente.
Firmaron la carta Kenneth Arrow (premiado en 1972); Angus Deaton (2015); Peter Diamond (2010); Oliver Hart (2016); Daniel Kahneman (2002); Robert Lucas (1995); Eric Maskin (2007); Daniel McFadden (2000); Robert Merton (1997); Roger Myerson (2007); Edmund Phelps (2006); Alvin Roth (2012); Thomas Sargent (2011); Thomas Schelling (2005); William Sharpe (1990); Robert Shiller (2013); Christopher Sims (2011); Robert Solow (1987); y Joseph Stiglitz (2001).
“Sus temerarias amenazas de comenzar guerras comerciales con varios de nuestros mayores socios comerciales, su plan de deportar millones de inmigrantes, sus billones de dólares de reducciones impositivas sin respaldo de fondos, su ocasional insinuación de que Estados Unidos podría amenazar con no pagar su deuda con el fin de renegociar con nuestros acreedores, como si los títulos del Tesoro fueran bonos chatarra; cada una de estas propuestas podría poner en peligro los cimientos de la prosperidad estadounidense y la economía global”.
Todo esto es verdad. Sin embargo, iré a contracorriente y haré una predicción audaz.
En esencia, ningún votante estadounidense escuchará a estos economistas. ¿La razón? Pese a pasar mucho de su tiempo pensando acerca de las políticas públicas, los economistas no tienen mucho éxito en persuadir al público acerca de nada.
El presidente ficticio en el programa televisivo The West Wing puede haber sido un premio Nobel, pero en el mundo real, los economistas no han sido exitosos en la postulación a cargos públicos.
Entretanto, iniciativas públicas patrocinadas por economistas, como la propuesta del impuesto al carbono en el estado de Washington, con frecuencia se malogran cuando se topan con las realidades de la política.
Advierten que el candidato republicano asegura que eliminará el déficit fiscal, pero ha propuesto un plan que reduciría los ingresos tributarios en 2.6 millones de millones de dólares a 5.9 millones de millones de dólares en la próxima década y que repite falsas y engañosas estadísticas económicas.
Los proponentes del impuesto de Washington decidieron tratar de atraer a conservadores fiscales al hacer que su propuesta fuera neutral en materia de recaudación, agregando reducciones impositivas en algunas áreas para equilibrar el nuevo impuesto.
Ello enfureció a los ambientalistas, que son casi todos progresistas, que quieren un sistema tributario más redistributivo.
Los economistas, al tratar de ser moderados, terminaron por no atraer a nadie. Parte del problema es que los economistas no piensan mucho acerca de la política.
Al cabo de años de interactuar con el público general, he concluido que hay otro factor: los economistas son adorados por las élites empresariales y políticas de Estados Unidos, pero son menospreciados por el resto del país.
El prestigio de los economistas entre las élites de Estados Unidos es difícil de disputar. Cada administración presidencial tiene prominentes economistas académicos como asesores.
Libros como Freakonomics son gigantescos éxitos de ventas. Los blogs económicos son muy populares. Y obviamente, las columnas en publicaciones financieras firmadas por economistas con formación académica concitan mucho interés.
El pago que reciben los economistas es también otra señal del respeto especial de que gozan entre la élite estadounidense.
Un estudio reveló que en 2014-15, el salario inicial promedio para un profesor de ciencias económicas era de 91 mil 301 de dólares.
Para una comparación rápida, otra encuesta en 2012 reveló que un profesor primerizo de física ganaba en promedio solamente 56 mil 483 dólares.
Los economistas, en otras palabras, ganan más que muchos académicos con mayores niveles promedio de capacidad matemática.
Y ello no incluye los honorarios lucrativos que muchos profesores de economía ganan de trabajos extras en consultoría, otra señal de cuánto se valoran sus análisis y pronunciamientos entre las élites de negocios.
Pero entre el público general, es otra la historia. Un documento de 2014 de Christopher Johnston y Andrew Ballard examina cómo variaban las opiniones de la gente cuando se les decía lo que pensaban los economistas.
Descubrieron que si bien el público confía en general en los economistas en asuntos altamente técnicos como el comercio y la inmigración, en esencia no tienen fe en los académicos.
Como anécdota, puedo decir que entre grandes segmentos del público, “economista” es una palabra que con frecuencia evoca desconfianza, desprecio o incomprensión.
¿Por qué es así? Una respuesta favorita, especialmente entre autores de izquierda, es que los economistas están politizados; básicamente, están dominados por los ricos y son cómplices de políticas de libre mercado que perjudican a las masas.
Ello no es verdad; en estos días, los economistas ven más favorablemente la intervención estatal en la economía que el público en general.
Otra respuesta es que los economistas perdieron respeto cuando no lograron predecir la crisis financiera. Eso es verdad; casi ninguno de los modelos más difundidos de recesiones admitía siquiera la posibilidad de que ocurriera algo como en 2008.
Sin embargo, dudo seriamente de que la mayoría de los no economistas sepan esto. ¿Quién, fuera de un departamento de economía, sabe qué es un modelo real de ciclo de negocios o un nuevo modelo keynesiano? Muy pocos.
Por lo que si la gente realmente acusa a los economistas por no prever la crisis y la recesión que la siguió, lo hicieron por razones que tienen poca relación con los hechos.
Esto me deja sin ninguna explicación de por qué los economistas son celebrados por las élites pero evitados por las masas. Pero si los economistas quieren tener más influencia sobre políticas reales, deberían investigar este asunto con mayor detalle.
En septiembre, más de 70 economistas opinaron que la candidata presidencial demócrata Hillary Clinton garantiza mejores perspectivas para el crecimiento de Estados Unidos en particular y del mundo en general que su oponente republicano Donald Trump.