La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) y sus agencias socias acaban de publicar el informe El estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo 2018.
Por tercer año consecutivo, el hambre en el mundo aumenta. El número absoluto de personas desnutridas ascendió a casi 821 millones en 2017, de alrededor de 804 millones en 2016. Estamos hablando de los mismos niveles que hace casi una década y, por lo tanto, somos testigos de una preocupante erosión y reversión de los avances logrados para erradicarla. En 2017, las crisis climáticas estaban detrás de las crisis alimentarias en 34 de los 51 países que las sufrieron. Las temperaturas siguen aumentando y son cada vez más variables. Los 2,500 millones de pequeños agricultores, pastores, pescadores y personas dependientes de los bosques del mundo, que obtienen sus alimentos e ingresos de los recursos naturales renovables, son los más afectados.
Vista la sensibilidad de la agricultura al clima y la función primordial del sector como fuente de alimentos para los pobres de las zonas rurales, el impacto directo más fuerte se siente en la disponibilidad de alimentos. La evidencia muestra que los picos en los precios de los alimentos y el aumento de su volatilidad siguen la variabilidad climática. Y un acceso deficiente a los alimentos aumenta el riesgo de bajo peso al nacer y retraso del crecimiento en los niños, ambos asociados a un mayor riesgo de sobrepeso y obesidad en la vida adulta.
Fortalecer la resiliencia climática es prioritario para poder hacer frente al aumento del hambre y otras formas de malnutrición. Los sistemas de monitoreo y alerta temprana de los riesgos climáticos son esenciales para supervisar múltiples peligros y pronosticar las amenazas para los medios de subsistencia, la seguridad alimentaria y la nutrición. También necesitamos invertir en medidas de reducción de vulnerabilidad, incluyendo buenas prácticas resilientes al clima en las explotaciones agrícolas así como infraestructura “a prueba del clima”.
La evidencia también muestra que los agricultores pueden aumentar la resiliencia climática a través del cultivo de distintas variedades en el que las mejores semillas se combinan con variedades tradicionales. El desafío es escalar y acelerar estas acciones para fortalecer la resiliencia de los medios de subsistencia y los sistemas alimentarios a la variabilidad climática y los eventos climáticos extremos.
Necesitamos políticas integradas de reducción y gestión del riesgo de desastres y programas y prácticas de adaptación al cambio climático con visión a medio y largo plazo.