Stefy Cohen
OPINIÓN
Regresión rápida a tiempos de escuela: “¿Alguien tiene alguna pregunta?”. Todos los niños dicen que no. Tener una pregunta es señal de que no entendiste lo que el profesor tan claramente explicó. En la escuela, los profesores son los de las preguntas y los estudiantes son los de las respuestas. Y más te vale tener la respuesta correcta. Sin embargo, luego y fuera de nuestra costumbre, todo empieza con una pregunta.
Migue González tenía solo 17 años cuando se preguntó: “¿Cómo aprenden las personas con discapacidad visual a tocar una canción en un instrumento musical?”. Esa pregunta tenía una respuesta: pueden leer las notas en Braille, memorizarlas y, luego, tocar la canción. Eso llevó a Migue a hacerse una segunda y mejor pregunta: “¿Cómo podríamos reinventar la manera en la que las personas con discapacidad visual aprenden las canciones para tocarlas en instrumentos musicales?”.
Esta segunda pregunta llevó a Migue a construir el prototipo ganador del Concurso de Ciencias de Costa Rica. Migue diseñó un chaleco con siete epicentros de vibraciones; uno por cada nota musical. La idea era enseñar a las personas con discapacidad visual a identificar cada vibración como su nota correspondiente. En vez de leer las notas y memorizarlas, ahora las personas podían sentir las notas y tocarlas en ese momento. Además, Migue le agregó luces a cada vibración, para que las personas que vieran al músico pudieran no solo escuchar las notas, sino verlas también. La pregunta de Migue lo llevó no solo a inventar un aparato sino a reinventar una experiencia.
Alguna vez leí, y se quedó conmigo, que no debemos desesperarnos cuando los niños nos empiezan a preguntar el porqué de todo. Usualmente, esas tediosas y repetitivas sesiones de “por qué, por qué, por qué” terminan con la respuesta “porque sí” o “porque yo lo digo”. Esta respuesta, que parece inofensiva, de alguna manera les enseña a los niños que las cosas como son y que no debemos cuestionarlas. Interrumpir las preguntas atenta en contra de la curiosidad.
La curiosidad, como muchas otras destrezas, se cree innata pero es un hábito. Es la práctica de observar lo que nos rodea y preguntarnos más allá de lo que podemos ver. La curiosidad socialmente no tiene la mejor reputación, ya que es la causa #1 de muerte de gatos.
Sin embargo, y fuera de broma, es un motor de innovación y emprendimiento.
Antes de empezar un proyecto, muchas personas hacen brainstorming o lluvia de ideas.
Creo que antes de apurarnos a estar disparando respuestas, debemos hacer un brainstorm de preguntas. Para hacer un brainstorm de preguntas, primero: tenemos que soltar el celular. Estar pegados a nuestro anexo digital nos impide observar los problemas que nos rodean. Segundo, debemos identificar un problema o situación puntual que quisiéramos cuestionar. (En el caso de Migue, por ejemplo, la situación fue: personas con discapacidad visual a la hora de tocar música).
Tercero, debemos cuestionar todas las dimensiones del problema. Qué funciona, qué no funciona, qué podría ser mejor. Debemos empujarnos a hacer preguntas que nos lleven a romper las preconcepciones que tenemos de cualquier problema. Para usar como ejemplo, compartiré el brainstorm de preguntas que yo me hago constantemente, a la hora de diseñar la clase de emprendimiento que enseño en la universidad:
¿Qué amo acerca de aprender? ¿Qué odio acerca de aprender? ¿Qué amo acerca de las presentaciones? ¿Qué odio acerca de las presentaciones? ¿Qué necesito yo para aprender?
¿Qué ocurrió cuando aprendí más fácilmente? ¿Cómo puedo aplicar lo aprendido en la vida diaria? ¿Cómo puedo aplicar lo aprendido a mis proyectos? ¿Qué acerca de la universidad funciona? ¿Qué acerca de la universidad no funciona? ¿De qué se quejan siempre los estudiantes? ¿Qué aprecian siempre los estudiantes? ¿Cómo podría reinventar la típica clase universitaria? ¿Cómo podría reinventar la manera de enseñar? ¿Cómo podría reinventar la manera de aprender?
No siempre tendremos respuestas para todas nuestras preguntas. Pero es el hacerse preguntas los que nos lleva a retarnos hasta diseñar esas respuestas.
Para innovar, debemos reparar aquella curiosidad que nos llevaba a meter los dedos en los enchufes y ver qué pasaba. Debemos empezar a cuestionarlo todo; porque de las mejores preguntas, salen las mejores respuestas.