En 2012, Google inició el proyecto llamado Proyecto Aristóteles, con el objetivo de identificar qué hacía a un buen equipo. ¿Sería que todos tuvieran el mismo nivel intelectual o educativo? ¿Sería que todos fueran amigos dentro y fuera de la oficina? ¿Sería que todos estuvieran motivados o temerosos de los mismos incentivos o castigos? ¿Sería una combinación de carreras y destrezas? A lo largo de dos años, entrevistaron a profundidad a 180 equipos, condujeron más de 200 entrevistas, buscando similitudes entre equipos. Aunque muchos equipos parecían tener buenas razones por las cuales tenían éxito, no podían encontrar ningún patrón.
En un artículo del New York Times, cuenta Julia Rozovsky que no encontraron nada hasta que empezaron a identificar las “normas de grupo”. Normas de grupo son reglas, a veces tácitas a veces escritas, que comparten los grupos. Son una serie de instrucciones acerca de cómo el equipo y cada uno de sus miembros se debe comportar.
Entre las diferentes normas que encontraron particularmente productivas para los grupos, estaban dos: El tiempo para hablar o comentar está distribuido equitativamente y todos los miembros leen (y responden) a las emociones del resto del equipo.
Estas dos características esenciales de normas de grupo componen lo que se conoce como “seguridad psicológica”. La seguridad psicológica es aquel sentimiento o espacio donde sentimos que podemos expresar nuestra opinión sin juicios ni repercusiones. “El éxito en el siglo XXI depende de un sistema de emociones positivas que nos permiten resolver problemas complejos y promover cooperación”, explica Laura Delizonna en su artículo “Buenos equipos necesitan seguridad psicológica”, publicando en el Harvard Business Review. La seguridad psicológica crea un ambiente de trabajo donde los integrantes de un equipo se sienten lo suficientemente seguros para ser creativos, tomar riesgos y resolver problemas. No es la combinación ni de diplomas ni de habilidades ni de incentivos ni amigos lo que hace a un buen equipo. Los buenos equipos son aquellos donde todo el mundo tiene el chance de hablar y donde nos preocupamos de cómo lo que decimos podría afectar los sentimientos del resto.
Con esto en mente, reflexionemos. Como líderes de equipos o empresas, ¿promovemos la seguridad psicológica? ¿Qué pasa cuando nosotros estamos en el cuarto?
¿Siente la gente que puede hablar y decir lo que piensa o hay silencio, secretismo y se siguen las órdenes ciegamente para no llevarle la contraria a la jefa? Cuando leemos resultados como estos, es demasiado fácil pensar “bueno, eso funcionó en Google porque es Google/Estados Unidos/una compañía tecnológica”. Pensar de esta manera, honestamente, es querer zafarnos de hacer el trabajo que nos corresponde. Pensar que se puede en otros países y en el nuestro no, es una excusa para cegarnos ante el hecho de que lo que hace a un equipo y a una empresa es la calidad humana con la que tratamos a la gente con la que trabajamos.
El cantautor Jorge Drexler tiene una maravillosa línea que pone: “Uno aprende en la escuela, se olvida en la guerra, un hijo te vuelve a enseñar”. A veces nos complicamos tanto en el ámbito profesional que se nos olvidan las sutilezas obvias de la vida en sociedad. Para Google, el Proyecto Aristóteles representó un enorme descubrimiento. Sin embargo, podíamos haber entrado a un salón de prekínder a preguntarles a niños de cinco años cómo trabajan bien en grupo y nos podían haber contestado lo mismo.
Trabajemos para seguir conquistando nuestro mundo interior. Trabajar con empatía y tratando a nuestros compañeros como iguales (sin importar su estatus socioeconómico o diplomas) puede ser la lección más importante y beneficiosa de este año.
La autora es promotora de emprendimiento