En 2008 se necesitaba 1.59 dólar para comprar un euro, una cotización que se mantuvo incluso en los peores momentos de la crisis subprime. Cuatro años después, para comprar un euro solo se necesitan 1.25 dólar. Esta pérdida de valor de la divisa europea es un reflejo de la encrucijada que vive Europa.
El proyecto de integración económica, comercial y política, más ambicioso del mundo, está en sus horas más bajas, hasta el punto de que ya no resulta tan “impensable” una ruptura de la unión monetaria por salidas del euro de países del Sur de Europa que no puedan resistir la dureza de los ajustes macroeconómicos exigidos para mantener la estabilidad presupuestaria.
Crisis de deuda, economía e identidad
Durante los dos últimos años, Grecia, Irlanda, Portugal, Italia y España (los llamados despectivamente “PIGS”) han estado en la mira de los mercados, llegando a condiciones insostenibles para financiarse.
Los tres primeros no tuvieron otra opción que solicitar un “rescate” a las instrucciones europeas, cuya contrapartida es una serie de durísimas medidas de ajuste fiscal como reducción de pensiones y prestaciones sociales, reforma laboral, subida de impuestos, entre otras. Medidas que ahogan el crecimiento económico en un escenario de recesión, y, por otra parte, crean el caldo de cultivo para los nacionalismos extremos, populismos exacerbados y posiciones antieuropeístas.
Europa vive en la paranoia del contagio, y la pregunta es: ¿quién será el siguiente? ¿España, Italia, Francia? España se ha visto obligada a solicitar fondos europeos para recapitalizar su sistema bancario, asfixiado por los excesos de la burbuja inmobiliaria.
Los diferenciales de la deuda respecto al bono alemán ahogan las posibilidades de financiación de Italia y España, mientras que Francia ha sufrido ya una reducción de su calificación de riesgo. La crisis de deuda en la eurozona refleja una profunda desconfianza en el euro, no solo como proyecto económico, sino principalmente como proyecto político.
Con esta Europa “al borde del abismo”, la semana pasada se reunieron en Bruselas los líderes europeos con la intención de enviar una señal contundente de que el euro es un proyecto irreversible y que se hará lo necesario para defender la divisa europea.
Éxito a medias
Los primeros ministros europeos llegaron a Bruselas con la convicción de que esta crisis se resuelve con más Europa, pero discrepaban en el orden y la urgencia con las que se debía avanzar”, apunta Ignacio Molina, investigador principal para Europa del Real Instituto Elcano, un think thank de referencia con sede en Madrid.
Para Alemania y los países del norte de Europa, defensores de la austeridad a ultranza, no había tal urgencia porque su prima de riesgo estaba en niveles bajos, todo lo contrario de Italia y España, que tenían prácticamente cerrado el acceso al crédito.
De allí que en una tensa negociación, Italia y España, apoyadas por la nueva Francia del social-demócrata Hollande, vetaron la propuesta de estímulos al crecimiento con el argumento de que estos estímulos no servirían de nada sin medidas urgentes que aliviasen la presión de los mercados sobre la deuda soberana.
Este órdago de Italia y España, logró que Alemania “moviera ficha” y se tomaran dos decisiones trascendentales. La primera, que beneficia particularmente a España, consiste en la recapitalización directa a la banca desde las instituciones europeas, sin que se contabilice como un préstamo al Estado, evitando con ello el contagio entre deuda financiera (la de los bancos) y deuda soberana.
También se acordó que el préstamo europeo a España no tenga un carácter de acreedor preferente, algo que hacía que los títulos españoles fueran menos atractivos para los inversores y empujaba hacia arriba los intereses de la deuda.
No obstante, esta recapitalización directa a la banca no se hará hasta que exista un supervisor bancario europeo, que muy probablemente sea el Banco Central Europeo. Este es el quid de la cuestión, ya que ese supervisor único europeo, que empezaría a funcionar previsiblemente en el último trimestre de 2012, representa el embrión de una Unión Bancaria Europea. Este es un avance realmente decisivo en esa construcción de una unión monetaria fuerte, aunque aún falte la creación de un fondo de garantía de depósitos común.
La segunda decisión importante es que se flexibilizan los mecanismos para que el fondo de rescate europeo compre deuda pública de los países en apuros, lo que debería frenar la especulación contra la deuda soberana. Esta ayuda está condicionada al cumplimiento de los objetivos de déficit público, establecidos en el Pacto de Estabilidad.
Aunque las decisiones adoptadas están lejos de salvar el euro en el corto y medio plazo, sí se envía el mensaje de voluntad política hacia ese objetivo. Según Federico Steinberg, investigador de economía internacional del Real Instituto Elcano, se ha logrado un equilibrio entre lo económicamente razonable y lo políticamente viable. “Una vez más se pone de manifiesto que Europa solo avanza cuando está al borde del precipicio”, concluyó.
>>> Impacto sobre EU y América Latina
Hace tiempo que Europa ha dejado de ser un contrapeso geopolítico para Estados Unidos (EU). Para la administración Obama, la Unión Europea es principalmente un socio comercial y uno de los motores de crecimiento de la economía mundial.
Los vasos comunicantes entre la Unión Europea y Estados Unidos son tan fuertes que el propio presidente Obama pidió, enérgicamente, a los líderes europeos en la reciente cumbre del G20 una reacción contundente para evitar que se propague la crisis.
Y es que una profundización de la recesión en la zona euro llevaría a un efecto de contagio que pondría en peligro a las principales economías mundiales, especialmente a EU. Es particularmente importante en este momento, porque incluso podría hacer que Obama perdiera las próximas elecciones de noviembre. Por tanto, se trata también de un asunto de política interna en Estados Unidos, coinciden diversos analistas consultados.
Si la economía estadounidense se desacelera o cae en recesión, conllevaría un arrastre a las principales economías latinoamericanas, muy dependientes de la potencia del norte. Para Panamá, es especialmente importante que su principal socio comercial mantenga la senda del crecimiento y que las muchas empresas españolas presentes en el país puedan mantener sus inversiones.
Diana Campos Candanedo