OPINIÓN. El Colegio de Arquitectos aprobó iniciar una campaña para remoción de los cables eléctricos aéreos de nuestras ciudades, para convertirlos en servicios soterrados, tal como vemos en el mundo avanzado. La primera acción debe ser la eliminación de los postes de alta tensión implantados en la Avenida Balboa. Bien ha señalado el ingeniero Gustavo Bernal, director del Colegio de Ingenieros Electricistas, Mecánicos y de la Industria, “el peligro que corremos” en esta alocada ciudad, donde vemos a conductores de camiones, mulas, autobuses, y autos de toda clase y tamaño, haciendo regatas diurnas y nocturnas, se estrellan, vuelcan, se encaraman en aceras, alcantarillas y tratan de subirse a postes, árboles e hidrantes, en clara demostración de prepotencia.
Con autoridad que le da su experiencia, Bernal señala que el problema debe verse desde el punto de vista de la seguridad. “No debería existir el riesgo de que un accidente de tráfico tire los cables y provoque una tragedia”. Bernal recalca que la infraestructura aérea produce pérdidas por los cortes y costosísimo mantenimiento. Mayor gasto inicial, pero mucho ahorro en mantenimiento. El propio Víctor Urrutia, administrador de la Autoridad Nacional de Servicios Públicos, ha mostrado preocupación sobre este tema, señalándolo como muestra de subdesarrollo que deberíamos superar tan pronto sea posible. Le recuerdo el caso de la chinita que perdió sus brazos por haber recibido una descarga del transformador situado a centímetros de su balcón.
El arquitecto Edwin Brown, profesional destacado y preocupado por la situación de nuestras redes eléctricas, cuando fue presidente del Instituto de Arquitectura y Urbanismo (Ipaur), en los tiempos en que este organismo sí estaba alineado con las acciones del urbanismo a favor del entorno urbano, diseñó un hermoso edificio en la Avenida Balboa, vecino del Santo Tomás, donde todo el cableado del edificio fue soterrado con gasto significativo, todo en vano, porque al iniciarse otra obra le pasaron cables al frente. Diferentes personas aseguran que las empresas de distribución eléctrica en sus propuestas habían considerado que todo el sistema sería soterrado, pero que el Gobierno no lo exigió posteriormente, lo que no me extraña, conociendo cómo se hacen las maracas en Panamá. Ahora están dispuestas a hacerlo si la inversión pudiera recuperarse con “ajustes” tarifarios. Como bien lo describió un oportuno artículo en el diario La Prensa del periodista Roberto González Jiménez, el técnico internacional Rodrigo Gil opina que “los rayos generan perturbaciones de tensión que pueden (y frecuentemente pueden) estropear electrodomésticos conectados a la línea. Si los cables fueran subterráneos, la perturbación no llegaría al conductor, ya que la tierra actuaría como pantalla”.
El ingeniero Bernal nos recuerda que frecuentemente las distribuidoras eléctricas pagan buenas cantidades de dinero por daños causados (la semana pasada un transformador explotó contiguo a mi oficina y por “pura casualidad” mi computadora, entregó alma y disco duro al Señor). Muchos panameños sufren daños por cambios bruscos de voltaje, pero no logran comprobar la responsabilidad de las distribuidoras por lo difícil de comprobar coincidencia con la hora del daño presentado. Pretendemos ser lo mejor de Centroamérica, pero en esto de los cables soterrados, nos aventajan las capitales de Guatemala (bella ciudad, muchísimo más ordenada que Panamá), y nuestra vecina San José, a la que creemos superar, pero muestra aspectos y temas muy superiores. Esperemos que no suceda muy pronto una tragedia por estas fallas. Los postes no resisten ya tanta carga. Nosotros tampoco.
El autor es arquitecto y asesor de inversionistas en bienes raíces.