Como muchos grupos de lobby de Washington, la U.S. Travel Association (USTA, por sus siglas en inglés) no tardó en felicitar al flamante presidente por su triunfo en noviembre. “Nos alienta el hecho de que la extensa trayectoria empresarial y hotelera de Trump (...) lo convertirán en un oído listo y receptivo”, dijo la asociación profesional.
En la asunción del republicano, el máximo responsable de la USTA, Roger Dow, prometió que la industria sería un “socio capaz y dispuesto”. Pero la cosa empezó a descarrilar casi inmediatamente.
Parecía probable que un flujo constante de noticias y proclamas políticas perjudicase a la industria turística estadounidense, de $250,000 millones, y a sus aproximadamente 15 millones de empleados en el país.
Los primeros contactos entre Trump y los líderes de Australia, Alemania, México y China no salieron bien, lo que generó publicidad negativa en países que mandan muchos turistas a EU.
Luego llegaron las prohibiciones de entrada al país a personas provenientes de países de mayoría musulmana, con protestas y una cobertura mediática que causaron un desastre global de relaciones públicas.
Además, la Casa Blanca prohibió el uso de dispositivos electrónicos a quienes vuelen desde aeropuertos de ocho países. Y la semana pasada se divulgó una política del Departamento de EU que exige una verificación adicional de los solicitantes de visas en países donde las personas que viajan a EU deben solicitar una.
Esto incluye la inspección de cuentas de redes sociales en algunos casos y probablemente les dificulte viajar a EU a millones de personas.