La familia de José Guillermo Álvarez cosecha plantas de café en las faldas del volcán Santa Ana de El Salvador hace cuatro generaciones. Su finca Malacara ganó tanto prestigio que fue destacada en un artículo de National Geographic de 1944 sobre el país. Hoy en día, sus granos premium son famosos por sus notas de azúcar moreno, chocolate y moras.
Nuevas generaciones
Ante la creciente demanda mundial de mezclas especiales, Malacara debería estar disfrutando de un renacer, pero Álvarez no está seguro de que el legado familiar perdurará. Tras un desplome de los precios del café, su hijo de 27 años tiene poco interés en hacerse cargo del negocio.
“Las nuevas generaciones no están dispuestas a involucrarse en el café”, lamentó Álvarez, de 62 años. “Mi hijo me acompaña a la finca desde que era mucho más joven. Le gustaba estar allí, pero no lo suficiente para ser un profesional”.
En un momento en que los cafés gourmet están en auge, toda vez que los consumidores tienen gustos cada vez más refinados, aumenta la crisis para los productores. La competencia se ha vuelto tan feroz y los precios han bajado tanto que el cultivo del café se ha vuelto insostenible para muchos pequeños productores. Propiedades que se han dejado en herencia a través de generaciones ahora enfrentan la posibilidad de que no haya nadie que las herede, dejando a los propietarios sin más opción que cerrar, vender sus tierras o cambiar a otros cultivos.