Hoteles de lujo en palacios de mármol, boutiques exclusivas y bulliciosas cafeterías muestran a los visitantes del centro de Lisboa el gran cambio que ha experimentado Portugal desde hace solo ocho años, cuando se encontraba al borde del incumplimiento.
Los votantes acuden a las urnas para las elecciones generales del domingo, tras cinco años consecutivos de crecimiento que han reducido a la mitad el desempleo y han eliminado el gasto deficitario. Frente al populismo y las divisiones que afectan a vecinos como España e Italia, Portugal parece un remanso de estabilidad.
Pero también hay fragilidad en el éxito del país y una sensación persistente de que el primer ministro socialista, António Costa, no ha hecho todo lo que pudo durante los cuatro años de generosidad del banco central para preparar al país para la próxima recesión.
El crecimiento se está desacelerando y la recaudación fiscal ha alcanzado un máximo desde hace largo tiempo del 35% del PIB. Costa quiere continuar eliminando los aumentos de impuestos sobre la renta aplicados durante el rescate. Ello deja poco margen de maniobra para la deuda pública, que casi se ha duplicado en los diez últimos años.