Remedios para el arte

Remedios para el arte


Camila Bernal es una mujer exitosa. No porque haya recaudado millones, ni porque cerrara un jugoso contrato. Es exitosa, porque vive de lo que la hace feliz: el arte.

Tiene 29 años y dibuja desde que tiene memoria. Creció en Villeta, un pequeño pueblo muy cerca de Bogotá, Colombia. Allá trabajó desde los 17 años como diseñadora gráfica y luego se fue a una agencia creativa. El arte generaba sus ingresos, pero aún no era su vida entera. Hasta que llegó a Panamá.

La naturaleza istmeña le cambió la perspectiva y le alimentó la inspiración. Pintó sin parar: cuadros, murales, trazos. Poco a poco creó su espacio y la primera exposición de su vida la tuvo en Galería Allegro, en 2014. Ahora dicta talleres, cursos, y es una artista reconocida dentro del movimiento cultural nacional.

¿Cuándo te diste cuenta de que el arte podía ser tu estilo de vida?

Siempre fue natural hacerlo. Todos los niños crecemos explorando el dibujo, y ya luego, por cualquier razón, dejan o siguen. Yo no recuerdo haber parado. Mis papás siempre me incentivaron. El dibujo ha sido constante desde mi infancia. Poco a poco las cosas se dieron. Fue muy orgánico. Dio frutos y me fue sosteniendo. A los 17 años comencé a ganar dinero con encargos, pedidos, ilustrando tesis de grado. Después entré a una agencia de publicidad y de ahí no he parado de trabajar.

¿Cómo llegas a Panamá?

Trabajaba en mi propia agencia en Bogotá cuando Converse me contrató en Panamá, porque necesitaba una diseñadora para la marca femenina en América Central y América del Sur. Un año y medio después hubo cambios, y mi puesto dejaron de necesitarlo. Decidí quedarme acá, porque ya había comenzado a hacer otras cosas y también porque conocí a mi novio, que ahora es mi esposo.

En Bogotá el movimiento cultural está boyante, mientras que en Panamá apenas surge. ¿Cómo fue ese cambio?

Cuando llegué me costaba entender cómo funcionaba el arte en Panamá. Acá no es fácil la comunicación. En Bogotá uno sale a la calle y hay muchos carteles, te enteras de todo, aunque no quieras. En Panamá hay que buscarlo. Suceden cosas, pero hay que averiguar. Fue un choque fuerte al inicio, pero ya el movimiento ha crecido bastante y hay interés por propuestas nuevas.

¿Cuáles fueron tus primeros trabajos en Panamá?

El primer mural que pinté en Panamá fue en Casco Station, una compañía de coworking cerca de avenida A. Y mi primer trabajo importante en Panamá fue la exposición Poemario Azul en Galerías Allegro. Fue la primera vez que me exhibí al mundo como una artista. Desde entonces, me he enfocado en ese tipo de arte, en trabajar por serie.

¿Qué tanto ha influido Panamá en lo que haces?

Lo más grande que me ha dado Panamá es la tranquilidad de poder producir mi obra, además de un gran respaldo. He podido tomar tiempo para dedicarme 100% a mi trabajo. Además, la naturaleza me ha conectado con mi infancia. Cuando vivía en El Valle de Antón, que me recordaba al pueblo donde crecí, pude aislarme de todo y crear el Poemario Azul.

¿Has sentido rechazo por ser extranjera?

Nunca he sentido ataques ni comentarios. Independientemente de la nacionalidad, somos ciudadanos del mundo. Me muevo en un mundo en el que no me ponen la bandera en la frente, sino el rol que desempeño. Antes de ver a una colombiana, ven a una artista.

¿Por qué tu seudónimo es Remedios?

Remedios es un personaje de Cien Años de Soledad: Remedios, la bella. Algunos amigos me identificaban con ella, y en Villeta y en Bogotá me decían así. Con el tiempo me ha gustado jugar con la palabra remedios para armonizar espacio, para escribir. Mi libreta de dibujos se llama remedios para dibujar. Jugar con la palabra para sanar un poco.

¿Qué opinas de la evolución cultural panameña?

La gente tiene necesidad de saber más sobre el arte. Llevo años haciendo talleres de arte, y hay una inquietud genuina por conocer y acercarse. Al final, uno termina siendo artista, filósofo, predicador. Todo siempre alrededor del arte.

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