Un año después de convertirse de facto en líder vitalicio de China, Xi Jinping parece asentado en el cargo pese a la débil economía, a una guerra comercial con Estados Unidos y a los rumores de descontento por su concentración de poder.
Como presidente del país y del gobernante Partido Comunista, Xi tiene más autoridad que cualquier otro líder desde Deng Xiaoping en la década de 1980 y ocupa un lugar destacado en la sesión legislativa que comienza hoy.
Desde que asumió el mando del partido en 2012, Xi ha eliminado a facciones rivales, desmembró a la sociedad civil y puso a la formación bajo su firme control con una campaña anticorrupción y con la apertura de comités del partido en empresas privadas y empresas extranjeras.
Sin embargo, con los años de bonanza económica ya en el pasado y los gobiernos locales sumidos en deudas, el horizonte sigue plagado de desafíos.
Las fuentes globales de turbulencias y riesgos se han incrementado y el ambiente externo es complicado y sombrío, dijo Xi.
Se espera que la sesión legislativa de este año arroje menos novedades que la del año pasado, cuando la propuesta de Xi de enmendar la Constitución para eliminar los límites a los mandatos en la presidencia le abrió camino para mantenerse como jefe el Estado el tiempo que quiera.
La iniciativa revirtió una tendencia hacia una mayor limitación del poder y anunció la disposición de Xi a cambiar las débiles reglas y estructuras que el partido había institucionalizado en las últimas décadas.
La principal de ellas es la tradición de que, en su segundo mandato de cinco años, el líder debería comenzar a señalar a su posible sucesor. Xi no hizo movimientos en este sentido, al tiempo que se adjudicó una mayor autoridad sobre el gobierno
Como secretario general del partido, Xi es el presidente del todopoderoso Comité Permanente del Politburó, formado por siete personas.