Cuadros, dibujos, murales, danza, estructuras y esculturas, diseños computarizados; el arte ofrece un sinfín de maneras para expresarse, y Agata Surma y Héctor Guillén encontraron en todas ellas la forma de plasmar cómo ven el mundo. De vivirlo. De quererlo. De contarlo.
Decir que les ha ido “bien” en los cuatro años que llevan trabajando juntos, en pareja, sería un eufemismo muy injusto. Sus trabajos no solo decoran y colorean distintos rincones en el Casco Antiguo y otros sitios de la ciudad, sino que se exhiben en paredes de Nueva York y París, por mencionar algunos.
Agata Surma
Artista
En ese lapso, estiman que han vendido entre 150 y 200 cuadros, cuyos precios oscilan entre $300 y $3 mil; han pintado al menos 15 murales; y danzado entre sonidos y colores en festivales y eventos varios. Además, durante algo más de un año, fueron promotores culturales desde la plataforma “Artes Martes”, un evento semanal que desarrollaban en la azotea de Tántalo Hotel.
No es muy aventurero afirmar que “Agata y Héctor” es una marca registrada y referente de la escena artística panameña. Probablemente, donde haya un evento cultural, allí estarán: ya sea exhibiendo sus cuadros o sus estructuras; o él pintando sobre el cuerpo de ella u otras modelos.
Después de cuatro años de trabajar en Panamá, y de exhibir sus trabajos en Estados Unidos y Francia, llegó la hora de un nuevo reto: el próximo 25 de agosto partirán hacia Nueva York para continuar con su periplo artístico.
“Ya tenemos algunos proyectos que nos recomendaron clientes que ya teníamos, porque vendimos mucho arte a personas en Nueva York. Hay gente que quiere hacer más cosas con nosotros”, dice Agata, polaca de 34 años que llegó a Panamá en 2011.
Chelsea es considerado el barrio del arte de Nueva York, donde se erige el imponente Empire State. Y es allí donde comenzarán a trabajar. Los espera una inmensa bodega-galería, que alberga los trabajos de fotógrafos, pintores y artistas de distintas disciplinas.
LA FUSIÓN
Podrá sonar cliché, pero el arte unió a estos dos artistas. Él fue a ver una exhibición de ella en Espacio Panamá en 2012. El resto se hizo lienzo.
Además del talento que esbozan en sus piezas, son autodidactas con estilos completamente distintos, que al fusionarlos elevó la experiencia a otro nivel.
A los 18 años, Agata ya vendía cuadros propios en California, Estados Unidos, donde se radicó con su padre, también pintor, y quien desde pequeña le contagiaría el amor por la pintura y la belleza del cuerpo humano.
Mientras tanto, Héctor, hoy con 30 años y amante de las caricaturas, apoyaba el lápiz sobre la hoja y comenzaban la mezcla de formas. “Stream of consciousness”, dice, que es algo así como dejarse fluir, dibujar lo que sale en el momento: que la mano se mueva sola.
Hasta que se fusionaron. Todo empezó cuando Héctor, amante de los mangas, los doodles y el arte aborigen y oriental, se animó a dibujar sus pequeños patrones entrelazados infinitos sobre las pinturas abstractas y figurativas que Agata ya había plasmado en canvas enormes.
“Yo fui a ver una exhibición de ella y terminamos haciendo arte juntos. El arte hizo clic. Yo vi su arte y me pareció alucinante, muy bonito”, recuerda Héctor.
“Nos encontramos en un nuevo sitio en Casco Antiguo llamado Nómada Eatery”, que, además de las comidas y los tragos, aspira a ser una plataforma para los nuevos artistas del patio. Allí, Héctor y Agata enseñan 10 de sus piezas en la que podría ser su última exhibición en Panamá por el resto del año.
Agata toma la posta: “Con Héctor, como son estilos distintos, al final nunca es aburrido. Siempre sale algo diferente”.
Así, llegaron las primeras exhibiciones individuales y en conjunto en Tántalo Hotel, Espacio Panamá, Casa Góngora; un show privado para un coleccionista en París. Después los murales en restaurantes del Casco Viejo y otros locales de la ciudad.
También encontraron en la tecnología una nueva manera de hacer y vender su arte. Gracias a un proyecto que tenía Héctor, quien es diseñador gráfico, creaban las ideas sobre el lienzo antes de pintar la pieza, que luego un agente se encargaría de vender al por mayor a empresas: apuntan que fue una oportunidad que esta persona les ofreció para tener ingresos.
“Al principio vendíamos más cuadros que ahora. Ahora hacemos más murales. También tratamos de hacer cuadros más elaborados. Cada año que pasa la experiencia y las exposiciones te empujan a subir la complejidad del arte, y con eso el precio”, dice Héctor. Agata lo mira y suelta una carcajada que disfraza cierta pena, como si cobrar o subir los precios de su arte los pintara de mercantilistas. Nada más errado.
PANAMÁ Y EL ARTE
Agata no está de acuerdo con que a los panameños no les interese el arte. El tema, dice, es que hay que dárselo. “La gente sí quiere ver arte. El interés existe, solo que necesitamos darle el arte, que no sea solo los malls”.
“Cuando el sector privado paga por el arte no es muy seguro, porque si la economía baja, los fondos se acaban. Eso pasó con Tántalo: ya no había suficientes fondos para mantener un evento de arte cada semana, y es también porque el país está lento económicamente. Si los fondos vienen del Gobierno, es otra cosa”, advierte.
Y Héctor continúa la idea, poniendo como ejemplo a Bogotá, donde el arte urbano está regulado desde 2012 y existe una economía alrededor de ella con los graffiti tours: “Me dio a entender que si se regula y si el Gobierno crea las leyes, se puede sacar mucha ventaja de eso, puedes atraer turistas (...). En Panamá se necesita crear espacios, eventos, en los que la gente pueda exponer su arte, que lo pueda dar a conocer”.
Cuando no venden cuadros, generan ingresos con murales. A veces los dos, a veces ninguno. Si no, surge algún performance con danza y música en vivo. Su meta es lograr una estabilidad con los cuadros; tener un representante, una galería que los represente. Viajar por el mundo, colaborar con otros artistas.
El arte ofrece un sinfín de maneras de expresarse, y Agata y Héctor son un ejemplo de que vivir de él es un amor posible.