Empoderar a las mujeres indígenas es imprescindible para erradicar el hambre y la desnutrición en el mundo. A su riqueza de conocimientos ancestrales y buenas prácticas, se une su papel como portadoras de espiritualidad y tradiciones, articuladoras de comunidades y familias, y custodias de las semillas y de la biodiversidad. Por todo ello son aliadas fundamentales para el diseño y en la aplicación de las políticas públicas.
Durante mi pasada visita a México asistí al foro “Empoderar a las mujeres indígenas para erradicar el hambre y la malnutrición”, y tuve ocasión de reunirme y escuchar a mujeres indígenas de más de 13 países de América Latina.
La situación de los pueblos indígenas es paradójica: se trata de más de 370 millones de personas de más de 5 mil pueblos en 90 países. A pesar de constituir solo el 5% de la población mundial, representan el 15% de los pobres.
Al mismo tiempo, atesoran una innegable riqueza cultural, ya que, entre otras cosas, hablan 4 mil de las 7 mil lenguas existentes y, gracias a sus conocimientos, protegen la biodiversidad del planeta. A pesar de los avances logrados, los pueblos indígenas, y muy en especial las mujeres, siguen enfrentando una discriminación estructural que conlleva altos índices de pobreza.
Estoy convencido de que no alcanzaremos nuestros objetivos si persisten las situaciones de desigualdad y pobreza a las que se enfrentan las mujeres indígenas.
Desde la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) hemos delineado estrategias de empoderamiento de las mujeres como actores clave en sus comunidades.
Solo dando visibilidad y empoderando a la mujer indígena acabaremos con la falta de datos estadísticos, y con la actual exclusión de las políticas que sufren.
