Víctima de la Covid-19, el pasado 13 de diciembre falleció en la ciudad de Panamá, a los 80 años de edad, Cándido Montero Torres, un referente de trabajo duro, talento y superación personal para generaciones de tipógrafos, profesionales de las artes gráficas, periodistas y colaboradores del diario La Prensa.
Por esos vericuetos de la vida, su historia quedó enlazada con La Prensa desde antes de su fundación, el 4 de agosto de 1980. A los 40 años de edad llegó al pequeño edificio de la hoy avenida 12 de Octubre para apoyar en la instalación de unos equipos que le había pedido su jefe, Rubén Abadi, como parte de la infraestructura técnica necesaria para la producción material de un periódico. El conocía algo de electricidad y electrónica, pero su oficio real era la albañilería de martillo, palustre y ladrillo.
Jamás había visto el teclado de una computadora, pero su pericia y sagacidad le abrieron las puertas a un mundo fascinante que lo marcarían para siempre. El presidente de La Prensa, I. Roberto Eisenmann, le ofreció encargarse del área de la fotocomposición de los textos e imágenes que enviaban los editores, un paso previo a la impresión del diario en las ruidosas rotativas. Y fue así como empezó a trabajar con La Prensa el 16 de julio de 1980, con las entonces célebres computadoras Harris. Luego continuó con las Monotype y, finalmente, con las Linotype, cuando se retiró el 23 de octubre de 2002.
La periodista Antonia Gutiérrez lo recuerda como el “brujo de Chilibre” o “comando Montero”, por aquello de que colocaba los comandos a los textos y títulos de las informaciones. Y es que él, más que nadie, se aprendía el lenguaje informático de cada computador que le ponían enfrente. En ese oficio le tocó lidiar técnicamente con noticias que cambiaron el rumbo de Panamá, como la muerte de Omar Torrijos en 1981, el ascenso de Manuel Antonio Noriega, la visita del papa Juan Pablo II en 1983, el fraude electoral de 1984, el asesinato de Hugo Spadafora en 1985 y las masivas manifestaciones contra la dictadura militar antes de 1989.
Sin proponérselo, fue testigo de cómo el ejercicio del periodismo libre desnudaba a quienes gobernaban. En innumerables ocasiones salvó un texto, una página o un material clave de ese capítulo aciago de la historia del país.
De hecho, tras uno de los primeros cierres de La Prensa ordenado por los militares, que gobernaban el país desde 1968, fue el primer técnico llamado por el entonces gerente Francisco “Pancho” Arias para revisar los equipos. “Que nadie toque nada hasta que llegue Montero”, contó en una ocasión. Y fue gracias al talento de Montero y otros asociados que se pudo determinar que durante su ocupación los militares no solo rociaron ácido corrosivo a las rotativas, computadoras y archivos, sino que intercambiaron los cables con el fin de que una vez conectados produjeran cortocircuitos.
Esther Watson de Abadi, una de las fundadoras de La Prensa y quien por muchos años escribió las recetas de cocina en estas páginas antes de la masificación de internet, lo recuerda siempre sonriente y dispuesto a echar una mano. “Es el ejemplo de que cuando uno quiere puede hacer cualquier cosa en la vida”, remarcó.
Los que trabajamos con este mago de las teclas, así como la comunidad de Chilibre, donde organizaba las fiestas de congos, su esposa Flor María Aquino, sus siete hijos y 10 nietos, no lo olvidaremos. ¡Hasta luego, comando Montero!